A mi hijo menor le encantan los títeres. Se ríe de la animación de los diferentes personajes que la imaginación limitada de los adultos les va mostrando. Un tucán lo saluda y se va volando, mientras los dedos pintados de la mano cantan del pequeño al más guatón. Todo puede suceder y lo extraño es que sucede. Un castillo de naipes se arma en su volátil cabeza y se mezcla la ficción con la realidad. Pero ya en el terreno de los sueños tempraneros sus ojitos de esponja absorben el rocío de gotas lanzadas por el rey de esta monarquía empresarial.
Si lo dejamos en la lluvia de las ideas principescas dominantes, pronto pedirá dinero para comprar los tóxicos de colores cancerígenos que estratégicamente dispuestos se le ofrecerán en el mega supermercado del barrio que lenta pero inexorablemente hizo cerrar el almacén de la esquina. Con su paleta de tartrazina, pasará apurado, sin ver el solitario pájaro posado en el resbalin, para no perderse su programa favorito en Disney TV. Se disfrazará con unas orejas redondas como el ratón del imperio y soñara con jugar y vivir como los personajes del país de las oportunidades con su consumo, despilfarro y expansionismo guerrerista. Un atardecer de amarillo crepúsculo comenzará su lista interminable de navidad y no quedará conforme con los besos y abrazos regalados por sus endeudados padres. Visitará a su amigo de la cuadra, porque siempre tiene un juego nuevo, en el computador de último modelo, traído como regalo por su comportamiento ejemplar en la exclusiva escuela privada de los depredadores del futuro. En la adolescencia será un experto en farándula y por sus audífonos correrá una música monorrítmica y monocorde, que se baila y no se siente, que aturde y no libera, que ensombrece y no ilumina. En el mundo laboral será el tornillo reemplazante de esta máquina productora inequitativa y eficaz y al igual que sus padres llegará tarde de la pega para jugar a los títeres con su hijo, que recién empieza a caminar por este círculo de marionetas cuya función rotativa no termina de parar.
Bajen el telón, paren la pesadilla y sáquenlo de la lluvia parece ser el llamado que surge de la resistencia interior ante la perspectiva señalada, pero ¿existe escapatoria a este Auschwitz post moderno, sin cámaras de gas ni rejas pero con lentes conectados a las centrales de policía de tu ciudad, satélites de la CIA que vigilan tus pasos en tu país y medios de comunicación mundial dominados por sólo siete grandes empresas en tu mente? ¿Quien define nuestras conversaciones en la sobremesa? ¿Cuándo tecleo una palabra en Internet, el buscador me dará sólo las permitidas por estos gigantes de la comunicación expertos en manipular la mente? Me estoy poniendo paranoico, mejor salgo y me distraigo un rato pero ¿dónde? Mejor no pregunto porque ya empiezo a dudar de la intencionalidad de la respuesta. No puede ser cualquier teatro y por ahora menos de marionetas, del cine comercial mejor no hablar. Caminaré como los griegos, en el espacio que queda, bajo el cielo estrellado en donde se rompe la capa de ozono y sobre la tierra que se inunda por la subida del mar producto del calentamiento global.
Condenadamente libres, es el grito que surge de las profundidades del siglo veinte, haciendo un llamado a la elección en cada uno de nuestros actos, abriendo una esperanza al tener un margen para decidir e ir definiendo el sentido de nuestra vida. No siempre la culpa es del empedrado, también el caminante es responsable de sus tropiezos. Por lo menos en mi presente no todo está perdido y puedo crear una realidad diferente, de esa manera como aferrado a una tabla en un naufragio, me alejo de esa película de ciencia ficción de terror en donde mi pequeño era el protagonista y apago la televisión para salir a pasear un rato.
Todo se reduce al actuar, uno tras otro conforman este presente y su unidad con el resto del universo es al menos un hecho físico- biológico, anímico y quizás hasta espiritual. En cada uno de nuestros actos se nos va la vida y dejamos nuestra estela de muerte en el camino. Hasta la fecha hay misterios sin respuesta, la causa del sufrimiento, el sentido global de la vida y la muerte, pero ¿nos pasaremos el resto del tiempo, enrollados en esta madeja o nos lanzamos del trampolín a la piscina pensando que el acto que estoy realizando puede ser el último? Hay una pregunta clave ¿El tiempo que estoy viviendo ahora es como yo quiero que se desarrolle y lo estoy aprovechando intensamente? Nuevamente lo repito puede ser el último.
Hay actos en la historia de la humanidad que son maravillosamente heroicos, definiéndolos como aquellos que logran transformar la realidad que los envuelve y siempre tienen un riesgo para quien los realiza, pero en sí son simples actos que dado su contexto se transforman en heroicos. Uno después de la segunda gran Guerra (1955), Rosa Parks, en USA, mientras viajaba en bus se le exige que se levante de su asiento para dejarlo libre a un blanco que se acercaba, su acto simple fue no levantarse, generando un gran movimiento contra la discriminación con Martín Luther King a la cabeza. Otro durante la ocupación nazi de Polonia, una familia de judíos se esconde en el alcantarillado de la ciudad y un trabajador de las cloacas “sin educación” les brinda el apoyo y contacto con el exterior para sobrevivir por más de un año. Sin embargo la mayoría de esos actos se observan en situaciones límites, ¿Podremos realizar estos actos heroicos en tiempos de paz? ¿Alcanzaré en mi vida a realizar al menos uno?
Claramente no todos los actos son heroicos, actos viles se multiplican por doquier y actos intrascendentes dominan el paisaje. Sólo un acto queda por hacer ahora, ustedes dejar de leer y yo de escribir para ver si empezamos a acercarnos levemente a actos heroicos que generen un pequeño remezón y tal vez logren cortar los hilos de las marionetas en que nos tienen suspendidos.
Por Álvaro Pizarro