No se trata de echarse a morir o a tirar argumentos de moralidad o comportamiento ético. Las descalificaciones poco ayudan, menos los dueños de la verdad. Como en otros asuntos, la simpleza de lo blanco y negro no es suficiente. Guste o no, las cosas son más complejas, más matizadas.
El llamado a no votar tuvo, por cierto, un sentido, no sólo antisistémico, sino de protesta, de confrontación, de insistir en otros caminos e inclusive de marcar la decepción, la desconfianza. Pero el llamado a votar también tuvo un sentido de apostar por ocupar espacios de poder local y comunal, de desplazar a la derecha y los conservadores, de colocar a representantes progresistas y transformadores, de avanzar en posiciones dentro del Estado (que está integrado por los municipios), de fortalecer posiciones de cambio real y de aprovechar el espacio institucional en un sentido democratizador y transformador.
Se instalaron algunas falacias. Porque la izquierda o independientes que apostaron por el voto, han sido parte de la movilización social, de la protesta callejera, de la manifestación ciudadana, de las peleas poblacionales, del enfrentamiento a la represión, de la reivindicación de cambios al modelo, de la exigencia de educación y salud pública, y otras luchas. En eso, por mencionar a algunos, han estado los del Partido Igualdad, del Partido Comunista, de la Izquierda Ciudadana, o todos los que apoyaron a Josefa Errázuriz en Providencia en una batalla contra el represor.
Claro, nadie podría cuestionar la lucha y el compromiso de la Aces y de otras organizaciones sociales y políticas que llamaron a no prestar el voto, a abstenerse y no concurrir a las mesas electorales. A ello se suman los votos en blanco y el “anula con la tula”.
Ahora, el abstencionismo es un fenómeno de varios tentáculos. Sería algo así como una frescura (dicho de manera cursi) que los convocantes a no votar se atribuyan un éxito porque los habrían seguido millones de chilenos. Como tampoco los partidos deberían sacar cuentas alegres cuando sus representaciones siguen colapsadas. En la intención y decisión de la abstención, y del voto comunal, incidieron elementos que van más allá de las convocatorias políticas respectivas.
En todo caso, como ocurría en dictadura, como ocurrió en la batalla para que Salvador Allende llegara a la presidencia, parece que entrarle a todas las luchas es un camino menos cerrado y más abierto. En este país, históricamente, han sido momentos de avances, junto a la movilización social e incluso la lucha con las armas.
Claro, si el camino va por otro lado, descartando el voto, sería bueno también no sólo oponerse a sufragar, sino indicar cuál es el camino para poder avanzar en las transformaciones, en los cambios, en las modificaciones del sistema, más allá de análisis de escritorio, discursos en marchas, editoriales en los medios, llamamientos que, siempre, suenan atractivos por su rebeldía. Porque en toda circunstancia, lo importante son los resultados en cuanto a tener un país más justo, un país más equitativo, más participativo.
En realidad no parece muy aventurado entrarle a todo y para todos. Votar para transformar es una opción, junto a la movilización.
Por Gonzalo Magueda
El Ciudadano Nº135, primera quincena noviembre 2012
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