¿Qué se puede esperar de un «movimiento» de la elite que se consagró gracias a alguien tan irrisorio como el director de ‘Mansacue, la suertecita del chileno’?
O bueno, quizás no necesariamente fue MEO el artífice, pues también coincidió con la proliferación de pensamientos europeos masivos de “conciencia” tanto social como medioambiental, y de ahí justamente nacen los principales caballitos de batalla de nuestra versión del progre.
Pero claramente, hay diferencias sustanciales respecto al modelo que se imita.
Y me gustaría dividir éstas en tres, básicamente:
1.- Cobardía: la versión chilena del joven progresista es la más cobarde existente. Porque en Europa u otra parte del mundo hay ira, indignación, hartazgo, saturación y sobre todo, crítica, hacia los modelos imperantes, o hacia leyes, sistemas o compañías que impiden el correcto desarrollo de derechos y oportunidades de manera igualitaria, y, sobre todo, justa. La crítica chilena es siempre solapada, indirecta, piola y muy 2.0. Porque gritar a través de su twitter con mil seguidores para recibir un par de RTs es lo más rebelde que puede lograr el progre chileno, en base a su profundo temor y sentimiento de obediencia.
2.- Condescendencia: hartos piensan que por ser “oveja negra” dentro de sus familias adineradas o derechamente fachas, creen que es suficiente atisbo de rebeldía. Una fuerza tan débil, por supuesto, nos viene a pontificar a través del discurso del acuerdo, el diálogo, de la búsqueda de empatía con esas elites que nos vienen imperando desde la colonia. Por eso sacan campañas tipo “Iguales”, donde el gay tiene que ser compuestito, nunca loca. Por eso si se protesta, que por favor no se rompa ni un vidrio, y ojalá ni se hiciera bulla, porque puede despertar a los vecinos. Y nunca, pero nunca, se te ocurra criticar el rol eclesiástico o al cura Berríos, porque no se le puede faltar el respeto a algo sagrado. El progre ilusamente cree que generará cambios sociales con una pataleta tan inofensiva como su raciocinio.
3.- Ignorancia: el progre es, por sobre todo, ignorante. Da lo mismo si tiene estudios en Harvard o dónde sea, pero su condición de elite lo hace ignorante hacia los problemas de la gente y hacia lo que busca el pobre en general. Por eso le es incomprensible que Chávez salga reelecto, por eso cuando hablan de igualdad se van en retóricas ambiguas en vez de apuntar hacia el empresariado y el Estado, que es el que no tiene las agallas para distribuir riquezas como en cualquier país mínimamente digno.
El tema, básicamente, es que el progre está extremadamente cómodo desde su tribuna, está feliz en el sistema, y cree que sólo faltan algunos ajustes de tuerca que se traducen en pura inyección de plata. El progre se indigna mientras le da RT a Mario Waissbluth desde su laptop, al mismo tiempo en que su nana le trae un cafecito. El progre simplemente no entiende que para generar una sociedad más justa se necesitan reformas radicales, sobre todo en un modelo neoliberal tan duro como el chileno, pero si esas reformas le significan que Lollapalooza no venga más o que tenga que levantar la raja para hacerse el café él, obviamente no transará.
A la larga, el progre es la figura más despreciable en la actualidad, y la única división sensata para diferenciarlos dentro de su círculo es en que unos son fachos que les gusta pinocho e ir a misa, y los progres son fachos que les gusta Josefa Errázuriz y rinden culto a los delfines de Punta de Choros.
Por Fau
Octubre 8 de 2012
Publicado en gugulson.com
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