En realidad, si se piensa fríamente, un futbolista con la actitud de Sergio Ramos o Cristiano Ronaldo no surge de la nada: es producto de una determinada realidad histórica, de un proceso de “privatización” del fútbol que bebe directamente de los cambios operados en los esquemas culturales durante los últimos 30 años. El individualismo, la ostentación de riqueza, la apología del analfabetismo funcional de los que hacen gala los “cracks mediáticos” son hijos directos de los paradigmas de la posmodernidad neoliberal: generan valores, pero por supuesto, los absorben. El fútbol posee una autonomía relativa a lo social, pero solo relativa. No se le puede separar de los contextos de cada época.
¿Se imaginan a un futbolista militante revolucionario? Pues aunque resulte difícil, alguno hay y alguno hubo.
A finales de los años 60, en Italia se vivía una situación casi revolucionaria. Los obreros ocupaban las fábricas, las mujeres se autoorganizaban, surgían todo tipo de grupos que renovaban la tradición comunista, desde el “Operaismo” (obrerismo) de los Cuaderni Rossi, hasta el “culturalismo” de los Cuaderni Piacentini. El cuestionamiento del orden capitalista afectaba a todos los ámbitos de la sociedad: la sexualidad, la estética, las universidades, y por supuesto, el fútbol terreno de encuentro fundamental para las comunidades proletarias. Enrico Belinguer, el elegante Secretario General del PCI, paraba los comités centrales del Partido Comunista para ver los encuentros de fútbol de la selección italiana, alegando que no había que perder la conexión con la clase obrera. Togliatti, Lama (secretario general de la CGIL, principal sindicato del país) y el propio Belinguer se declaraban seguidores de la Juventus de Turín, el club de la Fiat y de la principal familia burguesa italiana, los Agnelli. Belinguer ironizaba en este sentido declarando que “era lo único en común que tenía con los Agnelli”.
Paolo Sollier también estaba vinculado a la automoción, pero desde el punto de vista del trabajo. Nacido en 1948, trabajó en 1969 durante 8 meses en la Fiat Mirafiori. Vive desde dentro el llamado “Otoño Caliente”, momento de máximo antagonismo de clases durante el periodo. La efervescencia y la rebelión social amenazan el orden dominante: huelgas salvajes, sabotaje, confrontaciones físicas con la policía, surgimiento de elementos de autoorganización desde abajo, como los Comités Unitarios de Base, un instrumento de los trabajadores para gestionar autónomamente sus reivindicaciones.
En aquellos momentos, Sollier jugaba en el Cinzano, un modesto club amateur. Sollier siempre vivió el futbol como una parte más de la identidad obrera: “Siempre trabajé de peón y como futbolista. Entraba en el vestuario, me ponía la camiseta y las botas y entraba en otro mundo. El día a día quedaba fuera. Luego me volvía a cambiar, me despedía de todos y volvía a mi vida. Comencé a realizar trabajos sociales en mi barrio, la Vanchiglia (entonces zona obrera en Turín) en una organización católica llamada Manai Tese. Éramos voluntarios. Al crecer me fui acercando a la izquierda y a la democracia proletaria”.
Entre 1969 y 1974 juega en el Cossatese y en el Pro Vercelli , ambos equipos de la serie C. Su calidad como mediapunta hace que el Perugia se fije en él, en donde es uno de los motores del ascenso de este humilde club a la serie A. Durante este periodo, Sollier se compromete más en su militancia política. Pasa a formar parte de “Avanguardia Operaia” (Vanguardia Obrera), un grupo del arco de la izquierda extraparlamentaria italiana que cuenta con aproximadamente 15.000 miembros. Impulsado originalmente por militantes de la IV internacional en Italia, este grupo se construye a partir de las luchas dentro de la fábrica y se inspira en un leninismo “operaísta”, muy en boga en la época. Posteriormente, junto a Lotta Continua y otros grupos, formaron la coalición “Democracia Proletaria”, que llegó a tener representación parlamentaria en los 70. No era el único futbolista de su entorno vinculado a la izquierda: “En Perugia, Raffaeli provenía de una familia vinculada al Partido Comunista. Otros simpatizaban con la izquierda radical: Blangero, Pagliari, Codogno, Ratti, Galasso, Montessi. En 1974 o 1975, no me acuerdo, organizamos un par de reuniones para tratar de crear algo nuevo”.
Sus fotos leyendo Il Manifesto (principal diario del comunismo no oficial) o el Quotidiani dei lavoratoi (periódico de Avanguardia Operaia) , su estetica “beatniks” y su saludo con el puño en alto le generaron simpatías entre los aficionados, que le cantaban “a la izquierda de Dios”, pero también odios profundos de, como no, los hinchas de la Lazio. Paolo Sollier no se andaba con remilgos a la hora de hablar de ellos: “No es correcto hablar de fans del Lazio. Es mejor hablar de los fascistas del Lazio. Me gritaron “Verdugo Sollier”, esa gentuza de mierda, los muy bastardos, haciendo el saludo fascista. Entré en el estadio tranquilamente. Si hubiera alzado el puño, hubieran conseguido llamar la atención con sus insultos. Tenía miedo, estaba temblando. En ese momento quería tener un fusil para matarlos a todos”.
Paolo Sollier no aguantó demasiado tiempo en la serie A , donde jugó 21 partidos de titular. Más preocupado otros intereses como la fotografía o la poesía que por un fútbol que cuanto más se profesionalizaba mas perdía su esencia comunitaria, juega en el Rimini, de serie B, entre 1976 y 1979, recalando luego en equipos amateur hasta su retirada. La segunda mitad de los 70 supuso el reflujo del movimiento obrero, y una retirada de dinámica política de amplios sectores de la sociedad. Sollier recordaba que apenas algunos futbolistas como Gianni Rivera mantuvieron el interés por la política, aunque no precisamente desde un prisma revolucionario: Rivera fue a partir de los 80 parlamentario de la Democracia Cristiana y posteriormente Subsecretario del Ministerio de Defensa en el primer gobierno de Romano Prodi.
Los tiempos cambiaron: la idea de revolución se alejo de las mayorías sociales, llegaba la era de la deconstrucción neoliberal, de Thatcher y Reagan, el supuesto fin de las ideologías, el intento de enterrar los sueños de solidaridad y justicia. Muchos renegaron de su pasado revolucionario (los mismos que hoy miran desconcertados el desastre provocado por la voracidad capitalista), pero no fue el caso de Sollier, el cual, aunque abandonó la militancia activa, no dejó de lado sus ideas ni su pasión por el fútbol de base. Se gana la vida como entrenador en las categorías inferiores y escribiendo en revistas o diarios como Reporter, Tuttosport o Micromega, además de ser el presidente desde 2005 de la Asociación de Escritores sobre fútbol.
Preguntado por aquellos años, afirma que fueron una oportunidad perdida para cambiar las cosas. La versión de cierta historiografía oficial no parece convencerle: “Parece que en los 60-70 solo participaron los idiotas que se pasaron al terrorismo, tomaron las armas y dispararon. Se intenta esconder todo lo demás. Se olvida conscientemente como contribuyeron al progreso de Italia. Pienso en el feminismo, el ecologismo, los derechos civiles, el movimiento obrero, todos productos de aquella época”.
Paolo Sollier es co-autor de “Calci e sputi e colpi di testa” (de donde provienen las citas del artículo). Hay rumores no confirmados de que este libro se editará en castellano en 2013.
Por Brais Fernández
Fuente: GrundMagazine