En reciente publicación, el ex-senador de la República, Jonás Gómez Gallo, sorprendió al sostener que Salvador Allende no era marxista leninista, sino un socialdemócrata. Que esperó mucho más del Partido Radical, colectivo que, sin embargo, paradojal y sorpresivamente, se declarara por entonces, “marxista”. A causa de lo cual, y como nadie tiene hoy derecho a ignorarlo, se debilitó mucho más en relación a sus bases y a la confianza que concedía especialmente a las capas medias y medias altas del electorado. Fundamentó con hechos y su larga amistad con el ex-Presidente de Chile, esos dichos. Provocaría reacciones. Este mismo órgano de difusión le dio amplia cabida. Cumple pues, de inicio, reflexionar:
¡Qué enorme peso cultural y moral alcanza una publicación periódica como El Ciudadano cuando en verdadero ejercicio democrático da cabida a todas las opiniones, aún las más encontradas! Lo que en los últimos decenios, y para desgracia de Chile, no suele caracterizar a nuestros medios de prensa.
Porque, en rigor, ¿quién es Dios para pronunciar o escribir la última palabra?
Y, como debe saberse, éste fue el predicamento esencial que posibilitó a la ciencia y la política dar “saltos cuánticos”, hace poco más de un siglo. Definiéndose así, lo que constituye la verdadera esencia del “pensamiento liberal”, base de una democracia auténtica. Y que Voltaire lúcidamente divulgara. La que pudiera sintetizarse en la medular expresión: daría la vida, por asegurar que a mi contrario se le reconociera el derecho a expresar -igual que a mí- sus opiniones. Situación que en los últimos tiempos, no constituye la regla. Porque tanto la prensa como muchos ideólogos o políticos, están bajo el imperio oscuro de poderes esencialmente económicos o de cuño político-ideológico-sectario.
Peor aún: cuando las ideologías aparentemente más opuestas, evidencian un alto grado de “identificación” o “contubernio”, en que inclusive “los extremos se tocan”. Justificándose así la aguda observación de Athayde: no hay nada que se parezca más a un comunista, que un anticomunista furioso. Ya antes, un célebre filósofo galo, interrogado acerca de las diferencias que habría entre socialismo y liberalismo, respondió: no, son iguales, porque ambas ideologías son “materialistas”.
Esta categórica contestación, al margen de muchos matices o hilachas de carácter ideológico-político, asume en la hora actual una significación enorme. Tanto, que se vincula el concepto de “liberal” -los principios de libertad, igualdad y fraternidad proclamados por la Revolución Francesa son de cuño liberal- con el del “neoliberalismo”. A pesar de que éste en la práctica y al estar casi absolutamente fundado en el afán de lucro, es esencialmente atentatorio contra esos principios. Y, en consecuencia, antidemocrático.
Mientras no pocos suelen asimilar el concepto de “socialista”, cada vez más involucrados en negocios de carácter económico, con el de “socios listos”. Produciéndose así una asombrosa identificación entre ambos. Ésta se ve catalizada precisamente por los propios criterios científico-tecnológicos que presiden el curso de la tecnología moderna.
Todos estos alcances observados en su globalidad ponen de relieve que el actual “Proceso Civilizatorio” cada vez con mayor énfasis, contradice los grandes principios esencialmente morales a que históricamente se la asociara. Comte sostuvo que “la civilización consiste en el desarrollo del espíritu humano de una parte y de otra, en el desarrollo de la acción del hombre sobre la naturaleza….”. Mientras Blum sustentara que “el problema de la civilización es precisamente el de sustituir las energías animales por fuerzas disciplinadas, armoniosas, espiritualizadas; el de transformar los fanatismos y las idolatrías salvajes en certidumbres fundadas sobre la razón”. En tanto que Duhamel precisara que “la civilización es el conjunto de las recetas o tradiciones, de las doctrinas morales o religiosas, de las reglas sociales, de las filosofías, de las obras de arte, de los métodos y de las disciplinas científicas, de todos los conocimientos que, transmitidos por la enseñanza del maestro y por la práctica de la lectura permiten a la humanidad superar y suplir las fuerzas del instinto”. Y, acentuando ese carácter esencialmente cultural, Rostand sostiene que “la civilización del hombre no reside en el hombre, está en las bibliotecas, en los museos y en los códigos”. Todo lo cual no puede disociarse del pensamiento de G. Bastide, al afirmar que “llamamos civilización, o mejor actividad civilizadora, a la orientación de la actividad humana en el sentido del aumento de la moralidad. Es decir, en el de una mayor comprensión del hombre por sí mismo. La civilización se hace pues, CON LA NATURALEZA, por medio de la cultura en vista de la moralidad.” Y por ello, como ha sostenido Toynbee: “Lo esencial de una civilización, es el elemento cultural”. Conceptos todos que a contrario sensu, permiten afirmar a F. Mauriac que: “No, una civilización no se mide por la rapidez de los viajes, ni por el confort de la vida material, sino que como el reino de Dios, reside en nuestro interior y va unida a una cierta virtud del alma”. En estricta consonancia con el pensamiento junguiano aludiendo a que ésta debe asociarse al progresivo “nivel de conciencia” de los hombres y los pueblos.
En el momento actual y quizá con mucho mayor fuerza que en cualquier otro período histórico-político, la ciudadanía, con legítimo derecho, exige y reclama de sus políticos claridad y consecuencia. Precisamente, la reiterada ambigüedad de muchas propuestas y conductas, así como las vituperables contradicciones que se observan a diario, han colmado la paciencia de la mayoría nacional. Lo que se refleja en todas las encuestas. A tales extremos que, sumados los dos bloques mayoritarios y que monopolizan casi absolutamente todo el poder económico y político de la nación -incluyendo los propios medios de prensa- han pasado a ser palmariamente minoritarios. La mayoría ciudadana los repudia y no les cree. Se gastan millonarios recursos y en el último minuto suelen terminar una vez más votando por los mismos. Circunstancia que actualiza la célebre expresión de Arturo Alessandri Palma: “Querida chusma INCONSCIENTE…”. No lejanas a la triste experiencia del propio Bolívar, quien fuera traicionado por los mismos hombres de poder que él había encumbrado a la presidencia de dos repúblicas.
El pueblo no tan sólo tiene muy mala memoria -y por eso tropieza dos veces o más en los mismos “candidatos”- sino lo que es peor, se deja fácilmente subyugar por la fútil propaganda política, por los miserables regalos o dádivas, que no raro tienen su origen en los recursos nacionales. Al tiempo que -como fundadamente se quejara un honesto y destacado líder, Raúl Ampuero Díaz– son adictos a lo que él llamaba “el exitismo”. De modo que resulta verdaderamente kafkiano, el hecho de que por un lado son capaces de realizar las más enérgicas protestas públicas callejeras, y sin embargo cuando llega la hora de votar, no pocos concurren en calidad de verdaderos zombies a emitir su voto en las urnas a favor de los mismos verdugos.
En consecuencia, el hecho no tan sólo de abrir un espacio verdaderamente democrático para este importante debate ciudadano -y no se olvide que en recientes encuestas Salvador Allende obtuviera como personaje público la más alta mayoría nacional- debe representar un aporte suficientemente esclarecedor que nos permita conocer fundadamente cuál era el verdadero carácter de las convicciones del Presidente mártir. Circunstancia que, como no puede dudarse, reviste singular interés y significación, en la medida que nos permita clarificar en general el panorama político. Más todavía, si se tiene en la debida consideración otro hecho no menos ilustrativo y que al efecto, merece ser recordado. Justamente en la medida que de modo incontestable demuestra hasta qué extremos nuestra propia juventud, que en los últimos tiempos asume con justo derecho un papel protagónico en la vida nacional, es víctima de graves limitaciones, vacíos, extravíos o errores conceptuales respecto de tópicos que son medulares en el campo de las ideologías políticas.
Baste citar un solo caso suficientemente elocuente y aleccionador. Sin que ello represente en caso alguno una crítica, sino más bien, una constatación dolorosa de hasta qué extremos nuestra decadente e incompleta educación ha sido incapaz desde hace largos años de formar a nuestros adolescentes como verdaderos “ciudadanos”. Como se sabe, uno de los tres objetivos fundamentales de la educación ya precisados hace más de dos mil años por Platón:
“Formar hombres virtuosos; formar profesionales y formar ciudadanos”. Aspectos que hasta la época presente nadie modifica.
En conclusión, nada puede ser más encomiable y provechoso para la ciudadanía que profundizar este debate. Máxime, si el país conoce la ardua y efectiva labor que durante largos años realizó el ex-senador Jonás Gómez Gallo en la defensa de nuestros recursos naturales y de las regiones. Temas ambos que en el momento histórico político presente están situados en el centro focal de la discusión pública. Baste considerar el reciente conflicto entre Codelco y Anglo American cuyo reciente “acuerdo” levanta graves sospechas; y si se considera que hasta los más ciegos comienzan a percibir los escandalosos daños que provoca para el desarrollo nacional y para la propia capital de Chile, este centralismo asfixiante y reducidor que facilita a las cúpulas políticas, este monopólico control que abarca lo económico. Posibilitando y acrecentado esta vergonzosa cuanto despiadada desigualdad económico-social que estrangula nuestra democracia y que obliga ante la falta de adecuada respuesta del propio Parlamento y el Ejecutivo, a que nuestros estudiantes -que son el futuro de Chile- se vean en la necesidad de hacer huelgas o movimientos ciudadanos, que hoy en día alcanzan repercusión mundial.
Por Mario Osses Quirós
Abogado. Ex Asesor de la Presidencia de la República. Chile (1971) y Bolivia (1985).
El Ciudadano Nº133, segunda quincena septiembre 2012