Juventud divino tesoro

Las entradas 2X1 eran vendidas aportando luca quina a los asistencialistas opus de Techos para Chile, y la verdad, no me molestó hacerlo si podía entrar a mitad de precio

Juventud divino tesoro

Autor: Wari

Las entradas 2X1 eran vendidas aportando luca quina a los asistencialistas opus de Techos para Chile, y la verdad, no me molestó hacerlo si podía entrar a mitad de precio. Fue así como en familia entramos al Maquinaria.

El Claudio estaba medio enojao. Villa Cariño y Camila Moreno lo dejaron chato y me lanzó un “Vámonos de acá. Hay puros anarkos al peo” y bueno, el niño no estaba muy lejos de tener la razón. Entonces caminamos por el tierral de Las Vizcachas y luego de echarnos harta agua se fue a sentar a la sombra mientras yo corría con tranco adolescente hasta las cercanías del escenario de Pánico. El jovenzuelo, mi hijo de 13, me miraba con una cara de malos amigos.

Llegó el camión del agua y apareció junto al chorro celebrando la fiesta de las poleras mojadas. Fue ahí cuando se quedó un rato mientras yo intentaba vanamente hacerlo mover los brazos. Sonreía, pero puede haber sido porque un niño empapado es siempre un niño feliz.

La tarde caldeaba el ánimo y el turno de la banda Gypsi Punk, invitaba a la capucha. Me armé una y el chiquillo, garante de lo verdadero me dijo que así no era, que la cortara. Harta de su tontera larguirucha y pava, con la violencia de ser mal que mal su madre le lancé “No tengo la culpa de que las mamás de tus compañeros sean unas cerdas de traje de dos piezas. Yo soy joven y no voy a renunciar a eso porque tú seas mi hijo. Córtala tú”.

La tarde continúo tranquila. El control de cuadro tuvo una duración considerable para aguantar hasta la vuelta. Lo de Prodigy me aventuró a las más demoniacas posesiones y me contorsioné como se me dio en gusto, sin que el pequeño juez me invalidara los músculos… me sentí libre y por supuesto joven, como todo rockero más o menos patético que circulaba por el evento.

Al otro día, no podía moverme. Mi cuello y mi espalda con las contracturas más agresivas y dolorosas no me permitían vivir en paz. Fue ahí cuando con sorna mi primogénito se acercó y me dijo “Te pasa por ser joven”.

Humillada en mi inminente treintena, me sentí ridícula e íntimamente atacada por la sangre de mi sangre. “Cría cuervos!!” pensé y la ley de la vida hizo como siempre el trabajo sucio de la reiteración nada creativa de la historia.

A veces cuando miro mi actitud punki, mis shores, mis escritos, me aterro. Son tan sacramente verdes, cristalizados en una juventud tardía que podría quedarse en eso para siempre. Y si eso fuese de este modo, el único posible, el hijo que parece haber sido el experimento de este mismo verdor, en una rebeldía inversa perdería su valioso tiempo intentando censurarme.

Oh! Que dilema. La juventud, divino tesoro, yo misma parecía trocársela por una vejez prematura mientras yo la secuestraba con un patetismo que crecería inevitablemente año a año.

La esencia de nuestras almas poco tiene que ver con el paso del tiempo. Y es así como las personas pueden vivir con la vejez dentro aún de su escasa edad. Por otra parte está quien piensa en la evolución y en la etapa que marca el periodo en un acomodo social que acepta tales o cuales modos y procedimientos.

El consuelo es simplemente mirar mi propia adolescencia y mi odio por quienes habían tenido la ni tan buena ocurrencia de convocarme a este mundo. Ese afán de matar a los padres, ese placer inenarrable del ser humano, no es nada especial ni raro, salvo que matarme a mí es matar varias cosas que siempre he creído no tan malas.

Que el hijo de la Argandoña mate a la madre y con ello el arribismo, el clasismo, el usufructúo y todo lo demás no parece ser tan malo. El tema es cuando lo que origina rebeldía es la misma rebeldía, porque en ese caso lo verdaderamente aterrador no es que yo pudiera quedarme pegada en el punkrock y en el lenguarrarismo, sino que el muchacho se convierta en demócrata cristiano, en cura, en estadista, en banquero. En fin, confiemos en que eso no suceda y que sea solo una cuestión de la “edad”.

Por Karen Hermosilla

El Ciudadano Nº136, segunda quincena noviembre 2012


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