En Viajes Virales, la galardonada escritora Lina Meruane despliega la representación del sida en la escritura latinoamericana. El viaje como exilio o errancia, el crepúsculo de la loca y la emergencia del modelo gay importado de EE.UU., las resistencias desplegadas por la comunidad gay y los imaginarios creados son algunos de los tópicos desplegados por la ensayista.
Acaba de ganar el XX Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, concedido en México, con su novela Sangre en el ojo en el que ha sido un año prolífico para Lina Meruane. Escritora, ensayista y periodista cultural el 2011 ganó el Premio Anna Seghers.
Poco antes de recibir el premio, Meruane publicó Viajes Virales (FCE), libro de ensayo en el que aborda la escritura que tematiza el sida en Latinoamérica. El núcleo articulador del relato es el viaje, ya sea de enrancia o de autoexilio, el nomadismo que impulsó a las escrituras de la disidencia sexual a partir. Desde el temprano viaje del escritor chilenos Augusto D’Halmar, pasando por la escritura de Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Copi, Pedro Lemebel y terminando con Daniel Link, la ensayista mapea como en la literatura se refleja una pandemia profundamente estigmatizada.
Tal como reseña Mary Louise Pratt, Meruane relaciona el virus como “un artefacto de la globalidad, también es un mecanismo clave para representar la globalización, objeto estrictamente imaginario cuyas engañosas metáforas de flujo reinscriben centros y periferias”.
¿Se puede hablar de un corpus seropositivo?
– La posibilidad de reunir un conjunto de textos sobre el sida fue el primer desafío. Yo empecé esta investigación porque había leído, consecutivamente, varios libros sobre el tema. Quizás fuera un accidente, no sé… los amigos que me recomendaron o regalaron esos libros entendieron que yo tenía un interés por los modos en que la enfermedad aparece en la literatura. Me propuse entonces rescatar del silencio otros textos y me di a la tarea de leer libros de autores homosexuales, de preguntarle a activistas y a autores y a lectores y lectoras de distintos países. No fue una tarea simple pero de pronto vi que había muchos más textos de los que yo iba a poder examinar, y que era un corpus. Lo llamé seropositivo porque me parecía el modo de señalar que los relatos estaban marcados por la presencia del sida como enfermedad más que como posibilidad.
¿Cuáles serían sus márgenes?
– Una definición o marco posible es que todos estos textos portan el sida como síntoma, que la crisis viral no es un mero telón de fondo sino que tiene un impacto decisivo en la escritura misma del libro.
DE VIAJES Y DERROTEROS
En el libro partes con el viaje de Augusto D’Halmar a principios del siglo XX ¿Hasta qué momentos funciona la idea del viaje como salida a las sexualidades disidentes de la nación homófoba y represiva?
– Ese viaje está en cierto sentido todavía vigente, porque hay una utopía contenida en todo viaje y todo viaje es en su sentido metafórico y literal una salida de curso. Sin embargo, el sida cambió muchas cosas. No sólo cambió la idea de libertad sin consecuencias del viaje de los años ochenta, sino que también viajó el virus, y por lo tanto, en un momento hubo que viajar, los que podían, en busca de medicación; y también hubo que viajar de regreso, a morir. Finalmente, el sida no solo sacó a las disidencias del clóset sino que produjo un activismo que incidió en ciertas maneras de pensar la homosexualidad en los ámbitos locales. No quiero decir que se haya acabado la estigmatización o la violencia contra la disidencia, pero si ha habido un aumento en la aceptación de la disidencia, cambios en la legislación, en los tratamientos de salud y en la percepción literaria del sida.
Augusto D’Halmar también fue pionero en Latinoamérica con su novela Pasión y Muerte del Cura Deusto, la primera novela homoerótica de la región ¿Qué otro derrotero inaugura D’Halmar?
– D´Halmar es un precursor en muchos sentidos. Está entre los primeros en imaginar una comunidad de deseo, la llamada comunidad tolstoyana, que fracasó porque el otro miembro se enamoró de su hermana. Este fracaso el escritor lo narra diagonalmente en un cuento. D´Halmar no estaba dispuesto a asumir el silencio y como eso en el Chile de esos años, y de alguna manera todavía en los nuestros, era repudiable, se fue a buscar mejor suerte en otros lugares. Todo eso queda reflejado en la novela que mencionas, en la que el deseo homoerótico es muy claro. Esa novela es muy abierta, no resulta nada secreta. Los propios contemporáneos de este escritor dan cuenta de su innombrable “rareza”, pero esa “rareza”, pienso, es también un modelo para ciertos lectores solitarios.
¿Podrías hacer un contrapunto entre el viaje de Witold Gombrowicz a mediados del siglo XX y el de Reinaldo Arenas casi al final del mismo siglo?
– Los leo como dos viajes de exilio, pero de todo distinto. Gombrowicz viaja de Polonia a Argentina, en un viaje literario, pero a los pocos días de su llegada se produce la invasión nazi a Polonia y Gombrowicz entiende que su regreso no será al país que dejó sino a un país en plena resistencia. No volver lo posiciona como traidor a la patria, pero de la lectura de su primera novela argentina también se deduce que hay otros deseos que lo llevan a quedarse en Buenos Aires. Su regreso sería una suerte de doble muerte. Reinaldo Arenas no era un privilegiado sino un perseguido por el régimen castrista por su homosexualidad, un revolucionario vuelto contra revolucionario por la propia revolución. Arenas sale por el puente de Mariel, y nunca se recupera de haber tenido que irse de Cuba, donde paradójicamente, de acuerdo a su autobiografía, estaba muy satisfecho, sexualmente. Arenas se enferma muy posiblemente en este exilio y le adjudica su muerte prematura a ese exilio forzado.
¿Cómo aborda Reinaldo Arenas el tópico del SIDA en tanto arma política?
– Arenas se hace eco de las múltiples teorías de la conspiración de la época, pero audaz como era, le da una vuelta y repiensa la homofobia no como un fenómeno solo local, del castrismo, sino también internacional, cuando en Estados Unidos el presidente era Ronald Reagan. El propone que en la creación del virus como arma biológica contra los homosexuales, hay una alianza entre los poderosos del mundo que supera las fronteras ideológicas de la Guerra Fría. Arenas entonces postula que la homosexualidad es el enemigo común del poder, que lo es porque el poder no tolera ninguna forma de verdadera libertad. Es una idea trágica, que cuestiona la utopia de la libertad capitalista y de la globalización.
MAL MORAL Y MUJERES
¿Cómo reactualiza el VIH las nociones del mal moral y físico, la idea de la decadencia, en el imaginario sobre la homosexualidad?
– Sobre esto va también el ensayo que escribí, pero en síntesis la ecuación es muy simple. La homosexualidad, así como muchas otras prácticas relacionadas al sexo, fue considerado pecado desde muy temprano en la historia del mundo. Cuando el poder de la religión y su discurso represivo empieza a decaer, lo sustituye el discurso de la ciencia, que medicaliza la homosexualidad y la repiensa como desviación, como enfermedad. Se pasa de la enfermedad moral (castigable) a la física (curable), aunque estas nunca se separan del todo y en realidad continúan coexistiendo. El sida se lee como materialización de estas ideas, porque hay una enfermedad real, mortal pero también contagiosa, que se cree, de inicio, que solo ataca a un grupo ya signado por el mal. El mal se manifiesta en aquellos que ya moralmente lo portan. Esa es la idea más problemática de la época, no sólo por el modo en que se acentúa un viejo estigma, haciendo que los gobiernos le adjudiquen culpa a esa comunidad y la dejen morir, sino porque además permiten que toda la ciudadanía quede expuesta al contagio de un virus mortal. Es un imaginario asesino.
¿A qué atribuyes la casi completa ausencia de las mujeres en este corpus literario seropositivo?
– Esa fue la pregunta más difícil de contestar, y de hecho, la última pregunta que abordé en la escritura del libro. Esa una pregunta que me rondaba, pero a la vez, no había textos que me ayudaran a leer esta realidad. Esos textos recién empiezan a aparecer a fines de los años noventa y son muy escasos, muy poco provechosos para comprender la circunstancia de las mujeres, pero afinando un poco la lectura y pensándola a través de la experiencia de las feministas del primer mundo, llegué a pensar en varis hechos que suceden cronológicamente: primero que nada, las mujeres, así como gran parte de la población heterosexual, creyó que a ellas no les iba a tocar porque era una enfermedad homosexual. A eso se suma el hecho de que también en un inicio fueron escasas las mujeres contagiadas y muchas de ellas eran prostitutas, o se les acusó de prostitución, el estigma era enorme y las mujeres en general han estado siempre más solas, por lo cual el activismo resultó más difícil de ejercer. Sobre todo si pensamos que el activismo femenino ha sido una plataforma que muchas mujeres, manipuladas por los discursos oficiales, han pensado como demasiado radicales, o han temido como un asunto de lesbianas. Este es un problema bastante importante. Finalmente, y de manera algo paradójica, los escritores asumieron el estigma y dispuestos a darlo vuelta, se dieron a escribir sobre el sida.
RESIGNIFICACIÓN
¿Qué operación ves en el apropiarse de la epidemia y su estigma por parte de la literatura?
– Una manera política de asumir el estigma es apropiárselo y resignificarlo. Esto lo aprendieron las comunidades la apropiarse de la palabra gay y queer en el mundo anglo, y las palabras marica, loca y pájaro, por ejemplo, en América Latina. También sectores de la comunidad afroamericana hizo propia la palabra despectiva, nigger, por ejemplo, con objetivos claramente políticos. Apropiarse de la epidemia sigue esta manera de hacer política, que algunos pensadores llamaron activismo cultural. Lo que me parece cuestionable de este activismo es que en algunos casos resultó programático, prescriptivo y algunos críticos propusieron modos completamente idealizados de hablar de la homosexualidad, o llamados a hacer de la literatura, manuales para prevenir el contagio.
¿Podrías ampliarnos la imagen de la loca como sujeto en desaparición frente a la irrupción del macho gay?
– La imagen ampliada se encuentra en las crónicas de Pedro Lemebel, que es quien propone esta idea, o en las performances de Víctor Hugo Robles, y es muy visible en las tensiones que hay ahora mismo entre el colectivo las autodenominadas locas, y los de la Fundación Iguales, por ejemplo. No solo hay una diferencia en términos de definición. Si las locas reivindican la diversidad, los de Iguales, también llamados Igualas, piensan en adquirir una igualdad con la sociedad burguesa, con esos mandatos, y por lo tanto eligen el matrimonio gay como emblema. Un emblema o una doctrina que las locas repudian, porque implica la anulación de la libertad sexual. Es una vieja pugna que se repite y se reproduce en otros contextos. Entonces, no sólo está el hecho de que son dos universos, el más diverso y disidente y el del gay socialmente aceptable, sino también una experiencia determinada por la diferencia de clase y de raza. Las locas se identifican con orígenes sociales más diversos, menos o nada privilegiados, y con agendas sociales puntudas mientras que los gays suelen ser chicos bien establecidos, salidos de las clases medias y sobre todo altas, que no se identifican con los problemas de la barriada o con el pensamiento social más polémico y radical.
¿Cómo recibe la literatura latina el modelo del gay norteamericano?
– La literatura es muy diversa y da cuenta de distintos modelos de recepción, en algunos textos escritos por gays, se celebra ese modelo, y en los escritos por locas, se repudia y a veces, perversamente, se desea. Pero también ese gay es un síntoma de un cambio paradigmático en la cultura latinoamericana: una admiración sin límites a todo lo norteamericano. Es eso, finalmente, lo que examinan críticamente y a veces paródicamente nuestras lucidas locas sudacas.
Mauricio Becerra R.
@kalidoscop
El Ciudadano
Foto: Mariana Garay (FCE)