Las propiedades mágicas y curativas de la música han aportado a la mejora de la calidad de vida de decenas de niños y jóvenes con distintos tipos de discapacidades. Talleres realizados por músicos experimentales en colegios especiales confirman al sonido como una de las herramientas expresivas y de desarrollo más inclusivas.
Dentro del amplio universo de la música llamada experimental, legendaria es la figura de Miguel Tomasín, un chico argentino con síndrome de down que lideró por varios años la banda Reynols. Casi siempre desde la batería, pero también desde el canto, aportó sus ideas a la creación de un particular mundo sonoro, misterioso y luminoso, que se plasmó en decenas de discos editados en Europa, Asia y Estados Unidos.
La versión de Tomasín dice que fundó Reynols en 1967, cuando tenía tres años y los demás integrantes (Alan Courtis y Roberto Conlazo) aún no habían nacido. La otra, sitúa su nacimiento en 1993, cuando Courtis realizaba un taller para personas con discapacidades. La mayoría de ellos se quedaba en casa viendo televisión, pero Miguel Tomasín fue por clases de batería y se presentó como “el baterista más famoso del mundo”. Su avasalladora personalidad y creatividad, así como sus hilarantes ideas sobre la música y el mundo, lo transformaron en el alma del grupo, provocando una inversión de perspectiva donde sus compañeros (“normales”) pudieron desarrollarse y liberarse respecto de muchas ataduras de la sensatez.
Alan Courtis, que siguió haciendo talleres con personas con y sin discapacidad por muchos años, a la par de su prolífica carrera musical internacional, explica que para él no es distinto trabajar con personas especiales. “Primero hay que conocerlos, descubrir sus capacidades y respetarse. Eso de discapacidad es entre comillas… yo no trabajo con discapacidades, sino con capacidades”, afirma.
La música improvisada es una forma de creación instantánea, donde todo el acervo sonoro imaginable está a disposición, y aunque su desarrollo autónomo puede ser rastreado a la música contemporánea del siglo XX, como práctica existe desde los inicios de la humanidad.
“Por muchos años la música improvisada, la música contemporánea y la discapacidad fueron compartimentos que no se tocaron. Me parece que es hora de utilizar sus recursos. La improvisación nos sirve para trabajar con las personas mucho más que el método de conservatorio. No digo que no se pueda utilizar, pero excluye a un alto porcentaje de personas. La improvisación no. Cualquiera puede tocar y la idea es generar un espacio en el cual todos perciban que es importante respetar al otro y que no es necesario imponerse sobre el otro para generar un proceso artístico”, concluye Courtis.
CÓMO SUENAN LOS COLORES
Rodrigo Zepeda es músico. Trabaja hace tres años como voluntario en el Colegio Especial Joaquín de Los Andes, en Puerto Montt, que educa a niños y niñas cuyo factor común es la sordera, aunque varios también presentan otras discapacidades. Coordina un taller de música en el que, paradójicamente, se les enseña las formas básicas del sonido, a través de ejercicios de improvisación con interfases visuales y con movimientos corporales.
Aunque al inicio trabajó con grupos más amplios e instrumentos básicos (claves, xilófonos, panderos), hoy lo hace con una selección de cinco niños de siete a 14 años y ha incorporado la electrónica, los objetos sonoros, el violín y el piano.
Los resultados, dice, son muy interesantes en cuanto a las formas sonoras, pero lo principal es que los niños han desarrollado su capacidad de abstracción, cosa difícil cuando la forma de comunicación de las personas sordas es sumamente concreta.
“Hoy es posible que una niña toque el color amarillo con su instrumento, y eso se debe a que ya logra imaginar cómo suena el color amarillo”, explica.
Zepeda, junto al psicopedagogo René Barra, están tratando de sistematizar los avances y descubrimientos alcanzados, con la intención de generar un material que permita replicar la experiencia en otros lugares.
En 2010 presentaron algunas piezas en un concierto y este año han estado trabajando con el lenguaje de señas, que permite que los niños se dirijan entre ellos. El Colegio también tiene un grupo de teatro muy desarrollado, y la idea a corto plazo es fusionar ambas cosas: hacer teatro con sonorización en vivo, comenta.
SEÑALES
En 2009, la orquesta de improvisadores Ensamble Tarabust realizaba un ciclo de conciertos en el Centro de Extensión del Consejo de Cultura (Centex) en Valparaíso. En las últimas dos fechas irrumpieron una treintena de niños acompañados por sus educadoras diferenciales. Los músicos sintieron su presencia y la energía que en los niños generaba una música de ruidos y formas libres dirigida por señas. Sin embargo, los niños se fueron antes del fin, por lo que no pudieron compartir ni conocer sus impresiones.
Marcelo Maira señala ese hecho como hito inicial del proyecto “Estimulación Sonora para Personas con Discapacidad” (ESPCD), del que es director y monitor. “Ahí empezamos a imaginar de qué manera podíamos llevar el ruido, la música que hacemos, a otro campo, sacarlo de los conciertos… Ahí surgió la idea de los talleres”.
Maira averiguó que esos niños y niñas venían de la Escuela Diferencial 349, Las Dalias, de Viña del Mar y, por medio del Centex, gestionaron y financiaron el primer taller de cuatro días, realizado en marzo y abril de 2010.
Dada la provechosa experiencia, reunió a un equipo multidisciplinario con consultores en discapacidad, músicos y realizadores, para generar un trabajo más integral que pudiese proyectarse en el largo plazo. En esto, Maira destaca el aporte de Enrique Norambuena, padre de una persona con discapacidad y presidente de la Unión de Padres y Amigos de la Discapacidad en Chile.
Hoy, el ESPCD está acogido a la Ley de Donaciones Culturales, lo que les ha permitido conseguir financiamiento con privados como la Corporación de la Cámara Chilena de la Construcción.
Así, los talleres, además de en la escuela viñamarina de Coanil, se instalaron el año pasado en la Escuela Especial Magdalena Ávalos Cruz, a cargo de la Asociación Chilena de Padres y Amigos de los Autistas (Aspaut), en la comuna de San Miguel en Santiago.
Los talleres, en que participan cerca de 30 jóvenes mayores de edad, incluyen momentos de relajación y respiración, dinámicas de juegos sonoros o rítmicos donde se emula a la naturaleza a través de la voz y el cuerpo. También se ha trabajado con improvisación dirigida con señas, donde Tarabust es uno de los precursores en Chile.
Paula Espinoza, educadora diferencial y directora de la Escuela Magdalena Ávalos, confirma la importancia del taller, ya que “a través de la música los chicos desarrollan otro repertorio de habilidades en relación a lo social, a la comunicación, a la adaptación, y otras vías de expresión que ellos no las tienen, porque la música es un medio de comunicación, una vía que es de agrado de todos”, comenta la profesora, hecho que es confirmado por los comentarios que los padres hacen del comportamiento de los jóvenes en sus casas.
Se hicieron conciertos en ambas instituciones, donde algunos niños dirigieron con señas la orquesta de once músicos del Tarabust. Parte del proceso y estas presentaciones están recogidas en un trabajo audiovisual editado este año en DVD, que logra transmitir de manera muy vívida el impacto de la música en estos jóvenes.
+ INFO en www.proyectotarabust.org
Por Cristóbal Cornejo
Fotografía: Enrique Siqués
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