Existen a lo largo del año diversas fechas en las que se propone celebrar un vínculo o un evento. Algunas de ellas son el día de la madre, el día del padre, el día del niño, el día de San Valentín, fiestas patrias o Navidad.
Es comprensible que estas festividades sean potenciadas por el Estado, empresas de retail, centros comerciales, corporaciones y demás interesados en la maximización del consumo. Ellos ven en estas fechas la posibilidad de simbolizar el evento o vínculo celebrable con consumir. Perfumes, joyas, juguetes, abundantes cenas invernales, asados, adornos temáticos, etcétera.
No cabe duda que la Navidad trae consigo un peso que la desmarca del resto de eventos anuales erigiéndola como la más importante. Primero, cumple con las dos características posibles del resto de eventos anuales en un solo día. Se celebra un hecho, el nacimiento del salvador cristiano. Y se celebran vínculos, con dios y con la familia.
Segundo, se vende más que nunca en todo el año y en diversos rubros productivos. Según estimaciones de la Cámara de Comercio de Santiago, el gasto específico por Navidad será el 21% del gasto total del mes de diciembre. Incluso se atreven a dar como promedio un gasto de $140.000 extra por hogar.*
Tercero, trae consigo la celebración de dos personajes existentes que sufren adaptaciones fantásticas: Jesús de Nazaret y San Nicolás. Dicen que uno nació en Belén y fue creado por Dios, quien es sí mismo. En la práctica se encuentra al servicio de distintas instituciones que ofrecen guía espiritual y manipulan su historia alcanzando así control social y beneficio económico. Dicen que el otro nació en la actual Turquía y vio un resurgir al ser recreado por Coca Cola en la década de 1930. En la práctica, se encuentra al servicio de toda empresa comercial que manipulando su historia pretenda vender algo en diciembre. Uno propone lineamientos morales de respeto al prójimo y justicia con tal de alcanzar la salvación eterna y un bienestar moral y social. El otro propone ser ¨bueno¨ para obtener un beneficio concreto traducido en objetos.
Ahora bien, las celebraciones de la fiesta más lucrativa del año han tendido a favorecer en presencia y alcance del mensaje al segundo de los personajes presentados: el viejito pascuero. El tierno viejito pascuero encandila a los niños con un gesto bonachón, un traje inconfundible y un aura mística generada por adornos coloridos y por verse rodeado por un carruaje volador y su corte. Unos trajes y adornos poco acordes con los 30 grados centígrados que lo rodean en esta parte del mundo y que, en un tono más serio, conllevan condiciones laborales terribles para quienes lo personifican en pequeños comercios que no tienen el beneficio del aire acondicionado que acompaña al mall. Una corte compuesta por muñecos de nieve, duendes y lo que a simple vista sudaca son huemules o venados de cola blanca. Y cómo olvidar el mayor de sus encantos, la posibilidad verse favorecido con objetos.
Sin embargo, el sentido común nos provee una opción. Con el desierto más árido del mundo y kilómetros de costa desértica en el territorio hace sentido celebrar la Navidad ambientada en lo que supuestamente hay intención de celebrar. El nacimiento en Oriente Medio de un subversivo salvador divino de la humanidad. Para los románticos del norte, tal vez puedan hacer una pequeña casita donde se grafique el fantástico mundo nórdico del viejo pascuero y su corte. Una casa sudaca ambientada en el Medio Oriente de hace más de dos mil años parece menos absurdo que un mundo fantástico de abetos, renos y temperaturas bajo cero en diciembre.
Occidente ya dejó en claro quién es su dios desde hace mucho tiempo. Usted celebre al suyo.
Por Eduardo Osterling Dankers