Al mediodía nos adentramos en un bosque, alejados de las carreteras. Seguramente nos estarían buscando después de nuestra fuga del manicomio, así que no podíamos arriesgarnos a ser vistos. No volvería a ese pabellón ni aunque estuviera loco de verdad. Caminando en medio de los árboles y la exuberante vegetación, Dr. Stop no paraba de hablar, parecía conocer cada especie botánica, así como sus propiedades. Tardé en darme cuenta, pero de alguna forma me estaba educando. De vez en cuando se detenía para tomar notas en el cuaderno que anteriormente le había robado y que ahora, nuevamente estaba en su poder.
Me contó que de los retamillos se podía extraer un compuesto activo similar a las anfetaminas; que el chamico y el floripondio eran primos hermanos, familiares de la datura europea; que de las vainas de un árbol que nos cobijó cuando hicimos una parada para comer, se podían obtener semillas que luego secas y molidas eran similares al yopo, una droga ampliamente difundida entre los pueblos indígenas del río Orinoco, de la que se extrae el famoso DMT y su bella arquitectura de alucinaciones progresivas, me explicó.
Coleccionábamos muestras en pequeños frascos de vidrio, los que entrechocaban dentro de la mochila de mi amigo. “Música para mis oídos” repetía cada vez que sonaban los envases al ir penetrando por unos empinados senderos dentro de la floresta. Según mi compañero, los ejemplares reunidos nos servirían para sintetizar la droga perfecta, uno de los proyectos más ambiciosos que jamás he conocido, sin duda.
Stop defendía la teoría en que cada pueblo indígena tenía los alucinógenos que se merecía, que si en el norte de Europa usaban el hongo amanita muscaria, era porque necesitaban el vacío infinito que les producía la droga, pero que en cambio carecían de la sensorialidad que le provoca la mezcalina. Me dijo que un inglés de apellido Shelldrake se refería a aquella conexión como “campos morfogenéticos entrelazados”.
Stop quería una droga que fusionara todos los aspectos del gran crisol de sustancias esparcidas por el mundo, porque defendía que el hombre contemporáneo estaba más allá de las lógicas religiosas o tribales. Demasiado simple para él, Stop quería una droga para post-humanos.
Somos el comienzo de una nueva Humanidad, me dijo y nos sentamos a descansar al lado de un riachuelo. Abrió su mochila y del interior sacó un poco de cactus seco que me extendió como si nada y me invitó a que lo ingiriera. El sabor era profundamente desagradable pero ya estaba dispuesto a todo, porque debo confesar que la filosofía de Stop me resultaba demasiado atractiva, aunque no podía dejar de pensar en que las drogas eran un arma de doble filo. Por un lado nos mostraban arriesgadas visiones de la totalidad y por otro nos desgarraban el alma en el intento de comprender lo inabarcable.
Hasta que ocurrió, transcurrida una media hora me sentí preso de una relatividad absoluta que se apoderó de mi ser. Estaba intranquilo, con mis pensamientos incrementados hasta el delirio, pero al mismo tiempo sintiendo que todo estaba unido a mí, que la tierra vibraba al unísono con la vegetación circundante, respirando en una frecuencia que revelaba el funcionamiento interior del planeta y se lo dije.
Relájate Strange, tranquilo, me dijo. Sin embargo, no podía calmarme, el cuerpo de Stop mutaba y se confundía con el entorno, al contrario de su voz que me llegaba clara, como si estuviera amplificada. Me explicaba que la sensación de unión con el mundo era un efecto clásico en el mundo de las drogas, casi un cliché. Me hizo ver que mientras la sobriedad separa y dice que no, la embriaguez une y dice que sí. Es un estado metafísico mi querido Strange, me consoló, agregando que distintas religiones consideran a las drogas como una forma de acercamiento a la divinidad, pues provocan destellos que permiten vislumbrar el misterio y la tragedia que es la vida. Somos lo que somos mi amigo y vagamos por la tierra angustiados, presas de nuestra conciencia, la gran prisión de nuestro yo.
Me reveló que de alguna forma las drogas son una especie de tecnología espiritual y tal como la meditación y el yoga pueden forjar la mente de los hombres. Por eso existe un gran desafío para nosotros Strange, recalcó, porque todas las sustancias alteradoras de la conciencia ya fueron descubiertas por los llamados pueblos primitivos, mientras que la ciencia moderna con sus drogas sintéticas no ha podido establecer todavía un ritual adecuado para el uso de sus creaciones. ¿Entiendes Strange? No hay drogas adecuadas para el tiempo en que vivimos, por injusto que parezca, nuestra generación carece de ellas. Por eso tenemos que crearlas. Es nuestra misión.
¿Qué me diste Stop? Le interrumpí ya un poco más tranquilo, feliz como no había estado en mucho tiempo. Mezcalina, explicó. ¿Es diferente a lo que te metíamos en el psiquiátrico no? Claro, muy diferente, le contesté riendo, mientras miraba el río como si el agua estuviera hecha de metal líquido y en ella estuviera derretida toda mi vida pasada…
(Continuará)
Por Dr. Strange
Conciencia Alterada
El Ciudadano Nº136, segunda quincena noviembre 2012