El escalofriante relato de un piloto de drones: ¿acabamos de matar al niño?

Un joven de 27 años jala el gatillo dentro de un container en Nueva México

El escalofriante relato de un piloto de drones: ¿acabamos de matar al niño?

Autor: Mauricio Becerra

Un joven de 27 años jala el gatillo dentro de un container en Nueva México. Al otro lado del planeta, en Afganistán, una casa estalla con todos sus ocupantes. No es un juego de video, sino que un piloto de drones del Ejército de EE.UU. ¿Es posible jugar a la guerra sin secuelas?

Durante más de cinco años, Brandon Bryant combatió encerrado en un container no más grande que una casa rodante, al fondo mismo de los EE.UU. “Solo era necesario que apretara un botón en Nueva México para que un hombre muriera en la otra punta del planeta” sintetiza el periodista del diario Der Spiegel en una cautivadora investigación sobre los pilotos de drones, publicada esta semana en versión francesa en el Courrier International.

Allí se descubre la otra cara de la guerra moderna, “invisible” a la que “la distancia le quita gravedad” “La guerra moderna pretende ser más precisa que la antigua, escribe el periodista y por eso muchos la llaman “más humana” Es sobre esta la idea que plantea el raro testimonio del joven soldado.

Brandon Bryant tiene 27 años y recuerda con precisión las montañas afganas con sus cumbres nevadas y sus verdeantes valles que le recuerdan su Montana natal, observándolas desde 10 mil km de distancia. Sintesis:

Aquel día en la retícula del dron, una casa plana con un establo para las cabras, recuerda. Cuando llega la orden de hacer fuego, Brandon aprieta un botón con su mano izquierda […] El dron lanza un misil tipo Hellfire. Quedan aún seis segundos antes del impacto. “Los segundos pasan lentamente” recuerda actualmente Brandon […] Aún entonces puede detener el misil. Tres segundos, Brandon observa hasta el más pequeño pixel en la pantalla. De repente un pequeño que corre en uno de los ángulos de la casa […] Brandon ve un resplandor en la pantalla – la explosión. Caen pedazos de la construcción. El niño ha desaparecido. Brandon tiene el estómago hecho un nudo.

“¿Acabámos de matar un chiquillo? Pregunta al colega que está sentado a su lado

“Creo que era un chiquillo” le responde el piloto […]

Interviene entonces alguien a quién no conocen, alguien que se encuentra en alguna parte, en un puesto de comando del ejército que ha seguido el ataque: “No, era un perro”.

Recuerdan de nuevo lo que registraron. ¿Un perro con dos piernas? Cuando Brandon Bryant sale ese día de su container el corazón de la América profunda se extiende ante él: la tupida hierba de la estepa sin límites, los campos, el olor del borde boscoso […] Se está desarrollando una guerra.

El responsable de la fuerza de intervención con drones en la Fuerza Aérea Estadounidense perfiere evocar el uso humanitario de los drones luego del terremoto de Haití, el éxito contra las fuerzas de Kadafi en Libia y el apoyo aéreo a las tropas terrestres en Afganistán, afirmando: “Salvamos vidas” ante el periodista el comandante jura “no haber visto morir más que combatientes”

Brandon afirma por su parte que durante sus seis años en la Fuerza Aérea estadounidense ha “visto morir, hombres, mujeres y niños” y que jamás imaginó matar tanta gente.

Impactado por las terribles escenas a las que asiste en directo, a pesar de la distancia, termina por no soportar más su “cockpit” de Nuevo México. Sueña en “infrarrojos” de noche no puede dormir, le dice a sus superiores. En su diario íntimo escribe: “En el campo de batalla no hay beligerantes, solo sangre, la guerra es total. Me siento absolutamente muerto. Quisiera que mis ojos se deshicieran».

Un día llega a la oficina escupiendo sangre. Los médicos del departamento de antiguos combatientes le diagnostican un síndrome postraumático “La esperanza de una guerra confortable sin secuelas psicológicas, duró demasiado” dice el periodista.

 Le Monde

Traducido para Rebelión por Susana Merino


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