Si Bachelet tiene temple de estadista debe hablar y pronunciarse ahora que los chilenos y el País Mapuche viven horas inciertas. Bachelet debe romper con la ganadora estrategia comunicacional del silencio que la hace actuar no como ex y futura estadista sino como una politiquera más que sacrifica el Bien Público a los mezquinos intereses partidarios y de poder. Bachelet debe condenar la aplicación de la Ley Antiterrorista en el país mapuche.
Ahí veremos si ha sacado las lecciones de su anterior ejercicio como presidenta; si es “próxima”, “cálida” y “emocional” como dicen los mediáticos “expertos” en marketing político, o fría, calculadora y amante del poder a secas como cualquier político de los que nos gobiernan, si sigue sometiéndose ciegamente a los consejos de sus asesores.
Cuando seres humanos mueren quemados vivos en un contexto de conflicto político-social con profundas raíces históricas de ocupación de territorios, además de discriminaciones y, donde los muertos comienzan a acumularse de un lado y otro, conviene, en vez de echarle carbón al fuego, como lo hace el Gobierno de Piñera, ponerle paños fríos.
Quemar gente lo hizo la dictadura pinochetista con alevosía y órdenes directas. Los mismos que hoy alzan sus voces para denunciar el “terrorismo mapuche” se callaron una y otra vez durante los años de plomo. Y quieren aplicar las mismas leyes represivas y antidemocráticas de otrora la dictadura.
La exageradas declaraciones de Chadwick y Golborne de “vayámonos a la guerra” en la Araucanía, junto con los montajes en contra de trabajadoras humanitarias italianas y chilenas calentaron los ánimos. Y la huelga de hambre, de dos líderes mapuche injustamente encarcelados, que se acerca a un punto peligroso, nos muestra la explosividad social de la situación. Se agrega a lo anterior la aprobación de la Ley de Pesca donde los derechos indígenas fueron avasallados.
Pero pídanle a la derecha chovinista, conservadora, arrogante y defensora a cómo y dónde sea de la propiedad privada, aunque haya sido mal habida por la fuerza, que piense en términos de apaciguar los ánimos, abrirse los espíritus, mirar los avances de los derechos humanos en las instituciones internacionales y sentarse dispuesta a negociar un nuevo tratado que respete la autonomía del pueblo mapuche, sus derechos ancestrales y demandas; imposible. Estamos en Chile. En el de la Constitución del 80 y de las leyes hechas para reprimir las legítimas demandas de un pueblo cuya subjetividad cambió profundamente.
El pueblo mapuche es un pueblo cuya franja educada y consciente está de diversas maneras implicada en la justa lucha por reclamar ser pueblo, Nación y autodeterminarse. No entender esto es prolongar y agudizar el conflicto.
Cómo olvidar que durante el reinado concertacionista-bacheletista murieron asesinados por el Estado tres jóvenes comuneros mapuche y los mismos que hoy lloran sus deudos y amigos muertos de horrible manera, en aquellos momentos, aplaudían felices sin entender el dolor del pueblo mapuche y el nuestro.
Escalada de la violencia de la cual es responsable el Estado chileno. Máquina de producción de la violencia policíaco-militar que administró la Concertación sin desactivar sus engranajes.
Por eso callarse es ser cómplice de las aberraciones de un Estado. Bachelet es una alta funcionaria de las Naciones Unidas. Son tratados y normas acerca de los pueblos indígenas de organismos de la ONU como el convenio 169 de la OIT los que han estado siendo violados en la reciente Ley de Pesca al no haber sido consultados los pueblos indígenas. Además, la ley Antiterrorista, un vestigio pinochetista, es una aberración del derecho al violar las garantías democráticas. Bachelet debe condenar la aplicación de la Ley Antiterrorista en el país mapuche. Ahí veremos si ha sacado las lecciones de su anterior ejercicio como presidenta; si es “próxima”, “cálida” y “emocional” como dicen los mediáticos “expertos” en marketing político, o fría, calculadora y amante del poder a secas como cualquier político de los que nos gobiernan, si sigue sometiéndose ciegamente a los consejos de sus asesores.
Por Leopoldo Lavín Mujica