Espíritus ancestrales transplantados hasta la urbe. Escuela y rito, fiesta y puente entre pasado y presente, entre el mundo andino y las identidades estatales. En 24 años de existencia, refugio de distintas motivaciones personales y colectivas, y hoy, tan vital como siempre, Manka Saya proyecta su sonido en escenarios que consolidan su vocación musical popular y su aporte al carnaval citadino.
Arajj Saya y Manka Saya, las comunidades de arriba y las comunidades de abajo, el oriente y el occidente, sol naciente y oscuridad crepuscular. Los conceptos complementarios, o los dicotómicos, se proyectan desde lo espiritual a lo social, de lo individual a lo colectivo. Por eso no es raro que quienes dan vida a Manka Saya lo tomen con la serenidad reflexiva de quienes, sabiéndose estudiosos y respetuosos de una tradición, confrontan su práctica asumiendo los propios vaivenes de los tiempos.
Lejana parece la noche del 29 de julio de 1988, cuando esta tropa de iquiqueños asentados en Santiago hicieran su primera presentación pública en la peña “Chile Ríe y Canta”, dirigida por René Largo Farías, en la calle San Isidro 266 del centro de la capital. Sin embargo, no hay desgaste en Manka Saya, una agrupación que naturalmente se adaptó a los cambios socioculturales de una sociedad como la chilena, ubicándose hoy a la cabeza del baile enraizado en la cosmovisión de los pueblos del altiplano.
MIS RAÍCES
La historia de los 20 primeros años de Manka Saya fue recogida en 2008 en un documental dirigido por Pedro Aceituno y Miguel Ibarra. Dicho trabajo audiovisual da voz a los numerosos fundadores/as de la agrupación, exponiendo percepciones y valoraciones incluso divergentes sobre el pasado y presente de una de las agrupaciones pioneras en incorporar al contexto metropolitano el uso tradicional del siku a través de las bandas de lakas.
Vale decir brevemente que a la flauta de pan se le llama de distinta forma dependiendo del lugar. En el altiplano argentino se habla de siku, en Chile de zampoña, lo que correspondió a un desarrollo tecnológico que montó un siku sobre otro, con el afán de permitir que una sola persona tocara un instrumento que originalmente se toca en pareja, en una comunicación pregunta-respuesta. El siku que se toca en el norte de la región chilena es, principalmente, la lakita, práctica que desarrolla Manka Saya fundamentada en constantes investigaciones en terreno y expresada mediante ritmos tinkus, kullahuas, takirari, huayno, saltos de diablos, huaylas, morenadas y cumbias andinas.
El iquiqueño Alberto “Tyco” Ramírez, director, fundador y caja en el conjunto, iba a las fiestas de su zona desde niño, con su abuelo. A su llegada a la capital a fines de los ’80 convoca a nortinos en Santiago, ante la necesidad de recrear los conceptos estéticos, musicales y visuales de los que eran parte en su tierra.
Manka Saya participa del acto de “purificación” del Estadio Nacional una vez caído Pinochet, y en otras como la del ex Estado Chile, iniciando una ascendente carrera musical que los lleva a participar en la ceremonia del Cerro Huelén en octubre de 1992 y a presentarse en distintas partes de Chile durante la década de los ’90.
Con los años, hay recambios, rompiendo el requisito que obligaba a que sus integrantes fuesen sólo de Iquique o Arica, e incluso reclutan gente a través del llamado a un taller de música andina realizado por las ondas de radio Umbral. Así llegan algunos de los que hoy son los más antiguos en el grupo.
“Al principio se hizo un llamado y un gran taller desde donde se seleccionó gente. Hoy Manka Saya ya no es una escuela; la idea es que quien llegue haya soplado en otro lado y ahora quiera hacerlo acá. Hoy funcionamos como un grupo de personas, donde nadie es indispensable. Los que están arman la magia, todos somos intercambiables”, afirma Pedro Aceituno, músico e investigador que ingresó al grupo en 2006 y que hoy también cumple labores de productor.
Aceituno fue invitado por Víctor Lino Venegas. Con él se había encontrado varias veces en Bolivia y, aunque tocaba en La Tarkeada del Viento, “miraba para arriba a Manka Saya”, dice.
Sin embargo, comenta que si se calculara sólo en músicos (antes tenían un grupo de baile) podrían contabilizarse unas cien personas en el cuarto de siglo de historia de la agrupación.
Manka Saya ha editado dos casetes por Sony Music: “Tambo” de 1992 y “Carnaval, Fiesta de las Anatas” de 1995. Ambas cintas fueron compiladas en “Tambo y Carnaval”, CD del año 1998 editado por la misma transnacional. Posteriormente, en 2002 editaron “Surcos Morenos” (Sello Azul), que mezcló lakas con bronces, “una propuesta ‘novedosa’, ya que esos ensambles nunca se juntan; pueden tocar en una misma fiesta pero nunca tocan la misma canción”, explica Aceituno.
JOVEN PUEBLO
Con posterioridad abandonan ese formato y regresan al repertorio tradicional altiplánico, principalmente al del territorio actualmente boliviano, practicando con distintos cortes de siku.
“Hoy se tocan fundamentalmente parejas de lakas, con bombo, caja redoblante, platillo y composiciones en su mayoría originales”, señala.
A juicio de Aceituno, dialogan con unas músicas ancestrales, “que para muchos de nosotros se relaciona con aspectos trascendentales. Sin embargo, eso también se expresa en las performances más cotidianas, por ejemplo en el Galpón Víctor Jara, lo que también es un rito y sus espíritus. Nuestro contexto es urbano, somos ciudadanos en trance, nuestra carga personal es globalizada, las influencias son múltiples, mediadas por una musicalidad aymara. Pero no podríamos hablar de nuestra ‘aymaridad’, porque ahí hay muchas contradicciones. Las búsquedas son personales, así como su grado de verdad”, comenta respecto al desarrollo de una práctica en la que se confrontan la funcionalidad ritual y la dinámica de la música popular.
En ese sentido, el sociólogo también participante de la productora Etnomedia, explica que la apuesta hoy es ampliar al máximo los lugares donde tocar.
“Eso implica tocar en el Conacín como también en la Maestra Vida o en El Clan. Es como tirar un paso, romper el cerco y la clausura autoimpuesta. Siempre alguien puede descubrir algo muy importante, esté donde esté”, afirma.
Pero a pesar de la trayectoria, Manka Saya aún debe hacer esfuerzos para compatibilizar la vida de músico de medio tiempo, con las ansias de proyectarse y profesionalizarse. Aunque las malas experiencias siguen repitiéndose (“La Municipalidad de La Cisterna no nos paga una presentación de hace cuatro meses arguyendo que estaban preocupados por la reelección”, afirma riendo irónicamente Aceituno), la suerte los ha llevado a tocar fuera de Chile.
En 2009 y 2010 estuvieron en Argentina en eventos relacionados a la música andina y el folclore, pero la travesía mayor la tuvieron este año 2012, cuando a fines de septiembre fueron invitados con todos los gastos cubiertos al XIV Festival Internacional Tamaulipas, en México, donde pudieron tocar en varias localidades fronterizas en las que el narcotráfico se impone y tiene acorralada a la población civil.
“Con esos shows pagados pudimos costear un viaje a Ciudad de México, donde tocamos en la Pulpería Insurgente y en la Escuela Nacional de Música de la Unam, donde nos vieron unas 150 personas, desde niños que estudian piano hasta alumnos internacionales del doctorado de Etnomusicología. Primera vez que un grupo de lakitas, en este formato, se ha mostrado en México”, dice Pedro Aceituno.
Actualmente, Manka Saya se encuentra ensayando su actual repertorio para grabarlo en un disco. Asimismo, participa de distintos eventos en Santiago como en regiones, desde tocatas pachangueras hasta pasacalles, que es donde su música encuentra un cauce natural, expresión de una fiesta popular donde los opuestos y complementos no son sino el motor de una larga historia que ya se tiñe de la plata de las alturas de Los Andes.
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano
Fotografía: Manka Saya en el homenaje SCD a Calatambo Albarracín, 2012
Publicado en «Onda corta: sonidos locales», El Ciudadano nº 137, 1º quincena diciembre 2012.