Abandono de las zonas rurales y el cambio climático extienden la temporada del verano agreste
El verano se ha convertido en sinónimo de fuego en Portugal. Año tras año se observa como miles de kilómetros forestales arden en su interior, con la memoria aún incandescente del terrible incendio de Pedrógao Grande, donde más de sesenta personas perdieron la vida hace dos años.
El gobierno lleva más de un lustro impulsando modelos de prevención que limiten el riesgo de incendios: ha puesto a prueba herramientas de alta tecnología, como drones y satélites, ha usado aviones para combatir las llamas y ha buscado cambiar las políticas de gestión de tierras para prevenir los incendios a largo plazo.
Su última innovación parece superar a todas las demás en términos de coste y eficiencia: cabras que paseen por los montes limpiando la maleza y desbrozando los bosques. Parece ser una buena idea, pero hay un problema. Faltan pastores, destaca un reportaje de The New York Times.
Indica que desde que en 2018 el gobierno portugués inició un programa de prevención de incendios basado en cabras, alrededor de 11.000 animales se dedican a limpiar zonas de alto riesgo en nombre del interés público.
Más cabras que pastores
El problema, señala la nota, es que los rebaños superan con creces la capacidad de sus pastores para gestionarlos. Sólo hay 40 trabajando a sueldo del ejecutivo, y lo limitado de sus números provoca que el programa, si bien exitoso y barato, no se pueda ampliar a otros más puntos del país.
Los motivos son variados, pero no cuesta adivinar el principal. El ejecutivo luso paga alrededor de 3 euros al día a cada pastor que desbroce zonas estratégicas de su territorio asignado.
Es muy poco dinero por una actividad que, por lo demás, resulta contraproducente: las cabras tienen que acudir a terrenos agrestes y remotos donde los pastos no son tan óptimos, pero donde la mano humana (ya sea en forma de maquinaria o equipos de prevención) no llega. Y sin pastores, las cabras no pueden limpiar gran cosa.
Hasta ahora, en el programa piloto están inscritos entre cuarenta y cincuenta cabreros de todo el país, cuyos rebaños suman 10.800 cabras, para convertir 2.700 hectáreas propensas a incendios forestales en cortafuego.
El gobierno de António Costa fue objeto de severas críticas hace dos años, cuando la ausencia de políticas de prevención y de inversión en los equipos de extinción se relacionó con la explosiva temporada de incendios.
Portugal tiene demasiados incendios para su número de bomberos, y cuando uno grande acapara los recursos de las autoridades, como sucediera el mes pasado en Castello Branco, con más de mil especialistas desplegados, el resto del país queda expuesto a las llamas.
El clima seco y caluroso, sumado al bosque mediterráneo, naturalmente ígneo, hace el resto. El agravante del cambio climático ha provocado que la temporada de incendios oficial ya se extienda hasta octubre. Algo similar sucede en Galicia.
Pastoreo, un oficio en vías de extinción
No es un problema exclusivo de Portugal. El pastoreo es un oficio en vías de desaparición, como bien saben otros países europeos, desde Grecia hasta España. Las largas horas solitarias en busca de pastos fértiles y la baja remuneración en entornos sin oportunidades ha provocado que las nuevas generaciones le den la espalda.
El abandono del mundo rural es una causa parcial de los incendios. Europa se marcha del campo, y la naturaleza retoma lo que es suyo. Oficios que antaño mantenían los montes, como el pastoreo o la leña, hoy ya no existen, lo que dispara el número de animales , de árboles… Y el riesgo de incendios.
El empleo de cabras y de otros animales domésticos para limpiar montes no es exclusivo de Portugal. Otra región devastada anualmente por los incendios, California, lleva cierto tiempo experimentando con medidas similares.
Tiene sentido: las cabras son comensales voraces, capaces de despejar varias hectáreas al día; son orgánicas al medio y no causan ninguna externalidad negativa; se alimentan en el camino; son ágiles y móviles; y también baratas. Pero sólo funcionan si los pastores, el valor humano ahora en peligro de extinción, controlan su desempeño. En Portugal, de momento, siguen escaseando.
Leonel Martins Pereira, de 49 años, es el último pastor en su aldea, Vermelhos. Emigró del país cuando era joven para conseguir trabajo en Francia; con el tiempo regresó a la vida de campo familiar que extrañaba. Recalca que lo que hace es más que un trabajo.
En verano, cuando el país es más vulnerable a incendios forestales y el calor puede ser de más de 43 grados Celsius, este portugués sale a pastorear desde la madrugada y regresa cuando cae la noche.
“Vivir y trabajar con animales es una labor de veinticuatro horas al día”, dijo.
Nuno Sequeira, parte de la junta del Instituto de Conservación de la Naturaleza y Bosques (ICNF), que gestiona el proyecto, dijo que “se ha vuelto muy difícil encontrar a gente dispuesta a hacer este trabajo duro y a vivir en esas áreas”.
“Cuando la gente abandona el campo también deja atrás tierras extremadamente vulnerables a un incendio”, dijo João Cassinello, funcionario regional del Ministerio de Agricultura, Bosques y Desarrollo Rural.
“Hemos perdido un estilo de vida en el que los bosques eran considerados valiosos”, aseveró.