Una vez más los aborígenes en Canadá protestan contra el Gobierno, esta vez el gobierno liderado por Stephen Harper. Desde la invasión de los europeos a estos territorios, hace más de 400 años, los pueblos aborígenes vienen sufriendo los más aborrecibles abusos de parte de los «civilizados» occidentales, siempre tratando de cubrir, de esconder sus abusos a lo largo de todo el continente americano donde han hecho verdaderos genocidios y han saqueado sin distinción a todos los pueblos aborígenes -incluidas, por supuesto, los Pueblos Originarios (First Nations) canadienses-. Pero todas estas injusticias en contra de estos pueblos no han ocurrido sin que estos resistieran, una lucha sostenida a lo largo de su historia.
Muchos gobiernos de turno han llegado con diferentes planes en contra de los Pueblos Originarios en Canadá sin duda por más de un siglo. Entre los más recientes figuran los planes del gobierno “progresista” de Pierre Trudeau que en 1969 produce los llamados Papeles Blancos sobre la Política India (White Papers on Indian Policy) que terminan siendo abandonados, seguidos en la década de los 80’s por un plan similar del gobierno conservador de Brian Mulroney cuyos planes también terminaron siendo rechazados. Ambos planes tienen complicaciones jurídicas muy profundas, pero no es por estas complicaciones jurídicas que son eliminados sino por otros costos que estos planes implican. Como el más reciente plan de Harper, estos planes tienen características comunes: asimilación o eliminación del concepto de Nación frente a los gobiernos provinciales, federal y a la sociedad canadiense toda, terminar con la protección y los derechos que la constitución canadiense otorga a los Pueblos Originarios -su soberanía territorial convertida en municipios, sus reservas en tierras vendibles, la destrucción de sus tradiciones, historia y tratados firmados con la sociedad blanca.
Esta vez, el movimiento de resistencia ha comenzado con un grupo de mujeres aborígenes en la provincia de Saskatchewan -mujeres que tratan de informar a sus hermanos y hermanas sobre las consecuencias de la nueva ley federal, en especial de la ley C-45 que no es sino una nueva forma de ataque a sus tierras y a sus derechos de agua en sus territorios todos, derechos que aplican dentro de la propia Ley de los blancos. Este llamado de protesta ha empezado a despertar al país todo a través del movimiento que ellos llaman «Idle No More» (Ya No Más Pasivos) protestas no sólo por los asuntos de sus territorios sino también por otras reivindicaciones, otras injusticias, como la falta de compromiso de la justicia para averiguar lo que ha sucedido con cientos de mujeres aborígenes asesinadas o desaparecidas, o la negligencia del gobierno federal de proveer documentación sobre las iglesias canadienses involucradas en las escuelas residenciales o internados en donde miles de niños y niñas aborígenes sufrieron horrendos abusos físicos, sicológicos y sexuales de parte de sus “educadores” con la complicidad de las autoridades y de la sociedad canadiense de entonces. Y por supuesto un poner fin a la tolerancia de los Pueblos Originarios a la práctica del gobiernos de tomar decisiones sin consultarlos, de no cumplir con la entrega de fondos de vivienda y de infraestructura aprobados por gobiernos anteriores y de continuar con tantas políticas injustas y tanta iniquidad.
El movimiento ha ido tomando fuerza a partir del 11 de diciembre, fecha en que la jefa (Chief) Theresa Spence comienza una huelga de hambre en Ottawa. Esta mujer valerosa de la tribu Attawapiskat, pequeño territorio ubicado en un desolado lugar en el norte de la provincia de Ontario, con su huelga ha despertado la atención de su pueblo y para mediados de diciembre las protestas se extendieron, para el 21 de ese mes hubo masivas manifestaciones en más de 25 ciudades del Canadá, manifestaciones que contaron con el apoyo de muchos canadienses no aborígenes ni mestizos, incluyendo ecologistas, luchadores por la defensa de los derechos humanos y grupos y partidos de izquierda como el Quebec solidaire.
Aunque este movimiento ha sido y es una noticia relevante diaria en los medios canadienses, Stephen Harper con su habitual arrogancia se ha mantenido indiferente negándole importancia, estrategia habitual en él. Harper sólo se pronuncia sobre asuntos corporativos, políticas de agresividad externa y su agenda sobre desmantelamiento del sistema del bienestar social. Pero, no le quedo alternativa más que dejar de ignorar la situación y tratar de dialogar con el jefe de los Pueblos Originarios Chief Shawn Atleo. A esa reunión, sin embargo, muchos jefes se negaron a asistir, incluyendo a Theresa Spence. El impacto del movimiento puede cobrarle a Harper algún precio político, razón que explica el cambio de actitud del Primer Ministro hoy fingiendo disposición a escuchar. Mientras tanto el jefe Atleo, por razones de salud, ha dejado temporalmente sus responsabilidades.
El movimiento de protesta continúa, aunque no podamos predecir cómo ha de terminar se están dando acciones de lucha, cortes de caminos y vías ferroviarias, que crean un espacio para que el gobierno haga uso de la fuerza, siempre una posibilidad. Agentes políticos del gobierno y de la oposición intervienen para desarticular el movimiento acercándose a algunos jefes para persuadirlos de que detengan y controlen las protestas. Por otro parte hay que destacar que el descontento con muchos de sus jefes en las comunidades originarias es real, se los acusa de negligencia, personalismo y oportunismo. En las últimas décadas, y favorecido por el acercamiento de muchas tribus involucradas en gestiones empresariales de servicios, casinos, y recreación, jefes y administradores se han hecho vulnerables a la corrupción reinante en el mundo de los negocios -común al resto de la sociedad canadiense-.
Las mujeres aborígenes, sin embargo, no se han beneficiado de este proceso sino que han sufrido personalmente la falta de recursos, el abuso y las consecuencias de políticas nefastas imbricadas con el machismo en la sociedad canadiense general y en sus comunidades y hogares. Cada lucha de los movimientos de protesta de los aborígenes en Canadá enfrenta no sólo sus propias debilidades sino también la actitud hostil de la mayoría de los canadienses, incluidos los medios de comunicación que no pierden oportunidad de desacreditarlos culpándolos de su pobreza, los problemas sociales, de salud y disfuncionalidad familiar que muchos padecen. Hostilidad, y racismo, que trata de justificar un pasado y un presente de opresión y saqueo en contra de los Pueblos Originarios y que nunca ha sido totalmente cuestionada por la mayoría de la sociedad canadiense y sus instituciones políticas, sociales y jurídicas.
Por Mario R. Fernández