Entrevista a Gladys González: Abrir espacios para todos

Fotografía de Juan Pablo Rebolledo Sería imposible revisar la literatura chilena y obviar su poesía, que a 16 años de la publicación de su primer libro “Papelitos” (Eloísa Cartonera, 2002) la tienen convertida en uno de los nombres más sustanciales y activos


Autor: Grado Cero

Fotografía de Juan Pablo Rebolledo

Sería imposible revisar la literatura chilena y obviar su poesía, que a 16 años de la publicación de su primer libro “Papelitos” (Eloísa Cartonera, 2002) la tienen convertida en uno de los nombres más sustanciales y activos.

 

“El problema/ no es el lugar/ sino uno mismo/ tragándose/ el alcohol/ y la cocaína/ tragándose/ la elección de una vida/ por el patio trasero/ del lado salvaje” 

-“Navaja”-

 

Por Juan Francisco Urzúa

 

Gladys González (Santiago, 1981) está sentada en la primera fila del Coloquio sobre arte y espacio público realizado en el Centro de extensión del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CENTEX), es la organizadora, y lleva un tiempo coordinando presentaciones, lecturas y ferias en sus instalaciones. Pero González no trabaja para el Estado, sino que aprovecha sus recursos para generar interés en la literatura independiente, cruzada que la llevó a convertirse en gestora cultural y que en este momento la tiene a cargo de las dos ferias del libro más importantes de la ciudad.

Su fragilidad aparente contrasta con la fuerte voz poética de sus libros, que en un registro intimista y altamente autobiográfico van reconstruyendo derruidos espacios urbanos – Santiago, el norte, Valparaíso- al mismo tiempo que sus sufrientes hablantes intentan componer sus vidas. Este malditismo empieza en “Gran Avenida” (La Calabaza del Diablo, 2005), desde esta publicación también empieza a forjarse el mito personal entorno a González como personaje reseñado por los diarios y que formaba parte de la generación Novísima.

Hoy, después de 8 libros, múltiples antologías publicadas en Chile y el extranjero, y cercana a cumplir 10 años de gestión cultural, González tiene una visión clara sobre cuál es su objetivo vital dentro de la literatura: recuperar espacios culturales para abrirlos a todos, así como trabajar para impedir que otro poeta muera en el abandono y la pobreza, como fue el caso de su amiga poeta Ximena Rivera. También tiene un fuerte compromiso estético con su poesía, que aunque sigue bajo un leitmotiv similar, ha evolucionado a imágenes más condensadas y menos floridas. Los textos son urbanos, con lenguaje popular y vidas simples, pero siempre al borde de la psicosis, sufrientes que alcanzan su máxima expresión en “Bitácora” (La Calabaza del Diablo, 2018), última incursión poética de la autora, que termina por mostrar la articulación de un encabalgamiento orgánico, potente y desgarrador.

Tu poesía transcurre en la urbe, Gran Avenida, Santa Rosa, el puerto de Valparaíso. ¿Qué es lo que buscas en la ciudad?

Principalmente visibilizar espacios periféricos donde yo habitaba, La Cisterna, que es una comuna pseudo marginal dentro de Santiago – y claro, del barrio alto- dado que es más lejana aún. La idea era darle voz, y también una dinámica escritural a lugares que no daban pie a escribir, porque había una generación que estaban mirando a otros referentes, cosas más barrocas o reiterativas, cuestiones que tenían que ver más con la corriente de la conciencia, pero no con factores socioculturales y menos empoderando la pobreza, dándole una voz no solo de precariedad, sino que hay gente que habita ahí, que ocurren cosas en estos espacios, y no solo para el sufriente, sino que también para la clase trabajadora. Hacer esta transpolación fue también a razón de los referentes de la generación de los 80, que hablaban mucho de la ciudad, de la calle, de las marchas, como Carmen Berenguer, Elvira Hernández, Diamela Eltit, Malú Urriola, Sergio Parra, Gonzalo Millán, los icónicos que conocí cuando fui al taller de Balmaceda Arte Joven en 1999, en donde tuve acceso a sus lecturas.

Después de “Gran Avenida” existe un desplazamiento que te lleva al norte de Chile y a Valparaíso. Cuéntanos como fue cambiar tu geografía.

Todos los libros son un desplazamiento, y no solo de paisaje sino también emocional, y en este caso “Gran Avenida” es importante porque abrió una forma de escritura para mujeres, porque en esa época todas hablaban del útero, de la menstruación; y aun no siendo tan bueno, viéndolo con la distancia adecuada, para tener 21 años lo considero correcto, más cuando fue importante para una generación.

“Calamina” (La Calabaza del Diablo, 2014) y “Bitácora” (La Calabaza del Diablo, 2018) tienen que ver con Valparaíso, con el regresar. Me parece que en esta ciudad se mezcla muy bien todo lo que me interesa, el paisaje, principalmente porque es una zona urbana, pero no mega urbanizada como Santiago, que se vuelve aséptico, higiénico. De qué vas a escribir en una ciudad que se vuelve tan neoliberal, que destroza sus barrios tradicionales, y que está permeada por el exitismo. Valparaíso tiene toda esa nostalgia y romanticismo que me interesa tomar, todavía se pueden ver las pequeñas cosas – un árbol naciendo en el techo de un edificio derruido- que me parecen bellísimas. Esta ciudad tiene una relación muy especial con la pobreza, y que es un motor de escritura muy fuerte, pero a la vez complejo, porque dentro de las políticas públicas aún es parte del turismo cultural que haya un mendigo en la calle o una casa cayéndose en una quebrada, se ha naturalizado. Una se conmueve y siente impotencia por lo que se puede hacer en forma real. Termina siendo una ciudad que pareciese estar escrita, donde todo te puede contar algo.

Tus libros están llenos de bares, fuentes de soda, piezas que a veces son refugios, pero que por lo general son espacios vacíos o desolados. ¿Transitas por esos espacios?

Todos los libros son biográficos, experiencias reales permeadas por la ficción de la edición, de la corrección, del montaje de hacer un libro. Lo interesante es que es una vivencia personal pero que también es colectiva, cosas que le pueden ocurrir a cualquier persona que toma malas decisiones, que es muy joven, y está en la búsqueda de aferrarse a algo. Tampoco son libros complejos, con un lenguaje inentendible; podrían estar en cualquier lugar, en cualquier ciudad, y es básicamente una persona buscando afecto, finalmente el leitmotiv del escritor radica en eso.

Intento recordar lo menos posible esos lugares, a veces me pregunto cómo estoy viva después de haber estado allí. Ni siquiera siento una gratitud hacia la Gladys adolescente, son cosas que no entiendo ni quiero entender. Valparaíso me ha retornado la calma lentamente.

En este último libro has acortado el largo de tus versos, apostando por una imaginería menos argumental, y más esencialista en la contemplación de la palabra por la imagen. Cuéntanos como ha ido transmutando tu composición.

Me interesa trabajar con los espacios vacíos, con el silencio, he tenido una maduración existencial que es natural, que cuando miro hacia atrás – de lo que he hecho en mi trabajo y en mi escritura- aspiro a una proyección positiva y evolución, ya que me interesa realmente lo que estoy haciendo. Hay escritores que siempre están repitiendo las mismas formulas, y para mí eso no es la escritura, porque estás ocupando un lugar de relevancia, político, das un mensaje a otro. No nos podemos hacer los tontos y seguir escribiendo de sí mismo como si tuvieran 15 años forever. Me interesa captar la esencia de los lugares, reconstruir, con lo que me imagino que puede haber ocurrido, tomar historias y rearmarlas.

¿Ocupas alguna fórmula o algún sistema al momento de escribir? 

A mí me gusta mucho el cine y me gusta tener la idea de que los textos puedan parecerse un poco muchos a estas imágenes. Son como diapositivas, me interesa que eso mismo se refleje en los textos, que a nivel inconsciente vaya pasando. Una palabra está cargada ideológicamente y al tiro te viene un mazazo, ¿no? Como un pequeño corto, bien visual y bien acotado, que se subentienda no a partir del texto, sino de la imagen. Entonces veo constantemente cine, y si tengo que escribir de algún tema determinado, investigo cuando ya tengo un cierto corpus; cinco o seis poemas quizás para ver qué podría tomar como elementos, por ejemplo, de la National Geographic o una enciclopedia.

¿Cómo ha sido tu experiencia como editora en Libros del Cardo, con la escritura latinoamericana?  

Comencé con la editorial porque he tenido la oportunidad de viajar a hartos lados, a través de proyectos del Fondo del Libro, muy pocas veces por invitación en donde te pagan todo. Hay muchas escritoras de lugares muy complejos políticamente como Nicaragua, El Salvador, que no tienen acceso a publicar sus textos ni que haya una difusión, aún menos viajar. Por ejemplo, quería que se visibilizaran muchas escritoras como Nora Méndez en El Salvador, Cintia Franco que vive en Tijuana, y así se ha ido generando un catálogo principalmente de género y en donde los textos hablan de otros lados. Bolivia o Perú, la zona de Arequipa, esas zonas más pobres. Me interesa que se distribuya y que ellas puedan movilizarse como yo, porque me parece que es lo justo. De repente hay personas que escriben mucho mejor que tú, pero que en sus países no tienen estos fondos de movilidad y no existe como un respaldo estatal, no hay fondos, no hay becas. Yo conozco, por ejemplo, al editor de Cascahuesos que se va con sus cajas de libros, enormes cajas, a Ecuador o a México en bus, o sea, imagínate hacer ese trabajo.

Fotografía de Juan Pablo Rebolledo

¿Qué viste en la gestión cultural, que te llamó la atención y te hizo empezar en la organización de actividades?

Tiene que ver con democratizar espacios. Viviendo en Santiago estaba entre la élite cultural, tenía acceso a contactos; me fui a vivir al norte y en Coquimbo no había ni una librería, no había nada, ni en cuanto al fomento lector ni en otras disciplinas, entonces me dije: si no hay nada, entonces hay que empezar a construir. Para mí era imposible pagar un taller en cualquier lado, entonces hice un encuentro de mujeres escritoras, pensando en temáticas de género que me interesan mucho. Y en Valparaíso, también era hacer lo mismo, presentar un espacio editorial con buenos escritores y buenas editoriales, quizás un poco atomizados por cosas no relacionadas con la literatura. Entonces, me interesaba ordenar eso, que se visibilizara y que se trabajara colectivamente, pues me gusta mucho y me parece que es lo normal trabajar en conjunto.

Has organizado el Festival de Literatura Infantil y Juvenil de Valparaíso, la Feria del libro independiente de Valparaíso y desde el 2017 la Feria internacional del libro de Valparaíso, entre otros eventos. ¿Cuál es la importancia de las ferias y festivales para la edición independiente?

Creo que lo interesante de las ferias es que es un punto de encuentro donde gente que vive en el interior, o en el mismo Valparaíso, que no se contacta o no tiene nexo, los pueden tener aquí, donde están obligados a mirarse, a estar dos días juntos, a ver todo lo que los otros hacen, lo cual implica que mejoren las facturas de sus libros. Porque claro, con los mismos materiales puedes hacer algo mucho mejor, por lo tanto, tienes que enfatizar en la calidad del producto. En estas 13 versiones he visto que la gente empieza a empatizar y a trabajar juntos, se hacen nexos. No creo que sea algo banal hacer estas ferias, es construir colectividad, hacer que la gente se aplique, se dinamice, se movilice y también se empodere de lo que está haciendo.

¿Cómo evalúas la experiencia de contar por primera vez con una Feria internacional del libro en Valparaíso? ¿Cuáles son las novedades en su segunda versión?

Creo que fue un éxito, porque hasta 3 meses antes no sabíamos si se iba a hacer, y nosotros estábamos comprando los pasajes, fue una locura. Trabajé casi sola para levantar la feria, con el apoyo del equipo de trabajo de montaje y desmontaje.  Porque no puedes decirle a un equipo que trabaje si no tienes cómo pagarles, o sea ni siquiera yo tengo sueldo. Fue un éxito, porque aún con estas vicisitudes, el primer día fueron 6.000 personas y los otros dos días fueron 10.000- por conteo-, entonces fue mucha gente, también en términos de venta fue importante, la mayoría de las editoriales quedaron felices.

En cuanto a las novedades para este año, el invitado de esta versión será Bolivia, que para mí es muy significativo, porque es mi país favorito del mundo, pues ahí tengo buenos amigos, y también es importante porque ellos no tienen fondos de movilización para que puedan salir a mostrar su escritura, hay algunos nexos con el Ministerio por medio de un Centro cultural en Cochabamba, pero la mayoría no pueden acceder a eso, y son escritores maravillosos. Julio Barriga, por ejemplo, es uno de los mejores escritores bolivianos de la generación del 70-80, el tipo es como un Ginsberg boliviano, es anarquista y tiene todo un rol zapatista. Viene también Roberto Oropeza, Juan Cristóbal Mac Lean, que es una leyenda boliviana, amigo de Raúl Zurita, tiene muchas cosas interesantes, es un traductor joven que hace un trabajo a pulso, y los comanda mi amigo Juan Malebrán, que va a ser el delegado a cargo. Entonces se van a dar cosas bien atractivas.

¿Qué piensas del lugar que ha tenido la mujer dentro del canon literario nacional?

Ha sido un espacio bien estrecho, porque han sido espacios machistas y misóginos. Tiene que ver con toda una tradición histórica latinoamericana que no ocurre solamente en Chile. Pero también hay otras mujeres que nos han antecedido, que han luchado férreamente para dar cabida a una cultura de mujeres, con un arte de mujeres, aquí las mujeres no pudieron votar hasta 1945, lo cual es una completa locura. Dentro de todas esas personas, están Diamela Eltit, Elena Caffarena, Amanda Labarca, y toda la tradición anarquista que hay detrás, los primeros espacios de mutuales. Entonces una lleva la idea de  darlo vuelta, y entregar a la mujer una preponderancia en espacios artísticos, hay una producción escritural de mujeres fantástica, pero también sin ese espacio, es como si siempre fueras de provincia. Aún sigue siendo sesgado para las mujeres a menos que tengas un carácter fuerte, y es agotador mantenerlo durante 20 o 30 años, finalmente no es sano.

¿Has sufrido por causa del machismo dentro del mundo literario?

Sí, aunque mi forma de escribir no me ha generado tanto desdén desde esa parte, pero si situaciones bien simpáticas, como que me dijeran “oh, yo pensaba que eras hombre por como escribes”; entonces pude entrar en ese canon, porque me asimilaba a ellos, y para ellos el asimilarse era el bar, estar ahí, saber de literatura, conversar cosas, asombrarte de que una mujer pueda hablar. Pero sí me han tocado algunas situaciones de machismo. Me acuerdo que cuando saqué “Gran Avenida” gané una mención honrosa en el Municipal de Santiago, en esa ocasión me llamó uno de los jurados y me dijo: “tú eres muy joven, entonces puedes esperar”. Primero ¿para qué te llama? Porque quedas en evidencia y es muy tonto, y después ¿a un hombre le dirían lo mismo? Yo creo que no, y es un rasgo machista grave, entonces lo que uno puede hacer es escribir mejor que ellos, y creo que esa es la reyerta, esa es la batalla, porque en términos personales también lo puedes hacer, pero a veces no es necesario gastar tiempo con quien no se lo merece. Entonces yo creo que la lucha está ahí en el texto.

¿Piensas que la literatura realizada por mujeres debe ser feminista?

Si una mujer no es feminista, es que no entienden nada de por qué pueden salir a la calle, ir a la universidad, trabajar, entonces mi posición -y no es una posición totalizadora- me parece que sí, que todas las mujeres debiesen ser feministas.

Las mujeres en tus libros son por lo general sufrientes en relaciones destructivas, o se encuentran enfermas por la soledad y el desamor. ¿Cuánto de esto es autobiográfico y cuánto representa el arquetipo de mujer que existe hoy en día?

Sí, responden a experiencias personales, pero la idea principal es que van cambiando los textos y en el fondo todo el paisaje sociocultural, de no anularse como autor, pero sí ese yo que está presente y que es tan innecesario, porque se entiende quien soy y eso me parece mucho más importante que mi propia figuración. Tu experiencia siempre va estar en el texto, pero me importa mucho más lo que está ocurriendo alrededor, o sea, tener una conciencia política, de que no está bien lo que está pasando. Me interesa evidenciar estas cosas, porque hay gente que le da miedo o vergüenza el haber estado en un psiquiátrico. Uno no tiene que ser loca para estar ahí, uno puede ingresar por una crisis nerviosa o por ser un adicto. Está esta visión del escritor enloquecido, agresivo, tomando, drogándose ya es casi vulgar, es una visión comercial del escritor, como: es drogadicto y hay que ir a comprar su libro en Alfaguara, porque se va a morir pronto. Estas cosas no ocurren solo ahora: revisando la historia de la literatura, siempre hay alguien que tiene un problema y genera una crisis emocional, entonces trabajar en literatura y en cualquier tipo de arte, tiene que ver con estar constantemente expuesto a la enfermedad mental.

 

Bitácora del fracaso

Por Breno Donoso

“El arte de perder / no resulta difícil / con esta bitácora / que lanza / tierra abajo / las huellas de un tiempo”

 

Pérdida, despojo y fracaso serán constantes en «Bitácora». Pero esas temidas palabras de la vida  -temidas por la fórmula de éxito y competencia que inocula el sistema neoliberal en los sujetos- en esta poeta no pertenecen al lamento, ni siquiera a la queja: estas palabras son y serán parte voluble de la vida. Quien no aprende a perder no podrá crear con sinceridad; así Mistral contendrá en su poética la idea del despojo y la pérdida: “Aprende a perder tu sano aliento y el latido justo de tu corazón, que se va a retardar o enloquecer y el color quemado de tus cabellos, cuando baje la ceniza innumerable de la muerte”.

Este libro ensaya una linealidad para precisamente combatir “el plan fallido de la linealidad”, pues el fracaso de la lógica y la racionalidad -cartesiana o kantiana-  es y ha sido inminente. El viejo Borges dirá lo suyo: “y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos / y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado inseguro para planes / y los futuros tienen su forma de caerse por la mitad”.

La fijación de imágenes nimias, sutiles y mínimas en estos 17 poemas de «Bitácora» hablan de la precisión, el trabajo y la trasparencia en el uso del lenguaje que realiza la poeta. A través de una austeridad de recursos retóricos, en preferencia de una búsqueda de metáforas simples, estos versos se agradecen, comentan y celebran por su concisión y belleza.

Las calendas de esta poesía hilvanan un orden circular que lleva y trae voces y descripciones sobre una base sólida de símbolos cotidianos de la realidad. Poesía que no necesita desvariar ni encubrir ningún sentido, al contrario, señala y enseña las obsesiones y observaciones que la poeta se permite anotar y contar simplemente por haber sido vividas.

Aunque necesaria, la razón y la lógica, con su usufructo por los poderes económicos y burocráticos, nos ha deshumanizado a tal extremo que los sujetos ni siquiera se lo cuestionan; o lo que es peor, por miserablemente cooptados en sus voluntades, los sujetos terminan siendo acérrimos defensores de este sistema que les consume cuerpo, tiempo y psiquis.

Entre otros aspectos estéticos interesantes a considerar en «Bitácora» se encuentran, por ejemplo, el empleo de fármacos como símbolos claros de decadencia: Naltrexona y Trankimazín: abstinencia, resistencia ante el abismo. Hablar desde y del abismo, pero nunca en el lugar de una víctima. Si el sistema nos vuelve víctima, si nosotros mismos nos volvemos víctimas, ahí sí que perdemos: inmóviles y digeridos por las feroces fauces de la parafernalia neoliberal.

En poemas como «Navaja» el uso microscópico de las imágenes es notable. Se van estableciendo, entonces, rasgos propios de la poética de Gladys González, tanto en «Bitácora» como en sus libros «Hospicio» (2011) y «Calamina» (2014): una reescritura entre brujería y bohemia; lo chabacano como marca personal de y desde lo marginal; poesía que desprende hechos traumáticos: “el golpe de una correa de cuero en la cabeza”.

“La exitosa rutina del fracaso” un verso clave de «Bitácora». De esos versos que uno anota y guarda en libretas para reescribir, dedicar, citar. Los poemas del libro son como un regazo y un refugio.


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