UNO
Es cierto. No ocupo un solo cargo de representación hace ya largos años. Es más, no me interesa. Ya tengo suficiente con representarme a mi mismo.
No obstante lo anterior, me siento, desde una perspectiva socio-económica, parte de una mayoría que ha sido avasallada durante 34 años por una dictadura neoliberal implacable, con todas las implicancias negativas en el ámbito de nuestros derechos políticos y culturales.
No es mi intención aburrirlos con datos estadísticos que ilustren las diferencias socio-económicas existentes. Basta con decir que quienes gozan de los beneficios de dicha dictadura, desde los grandes empresarios monopolistas hasta las jefaturas de esa gigantesca empresa llamada Estado, constituyen una minoría. Al contrario, la inmensa mayoría nos distribuimos entre la pobreza extrema, la pobreza del salario mínimo (incluso el ético) y la pobreza disfrazada de tarjetas de créditos. Conscientes o inconscientes, pobres todos.
Desde esta realidad y por esta realidad va mi alegato. Sin eufemismos, sin falsos pudores; con respeto, pero categórico. Demasiado tiempo disfrazando el gesto y la palabra nos ha llevado al corazón de la hipocresía, cuando no, al solaz de la ignorancia.
Soy plenamente consciente de que los procesos sociales y políticos, en tanto los hacemos los seres humanos, son imperfectos. Pero -a la vez- son perfectibles, y esa es la premisa desde donde alego que estados o realidades que beneficien a la mayoría de las personas y a su hábitat, son posibles de alcanzar.
DOS
Si existe un grado de acuerdo entro los disidentes del sistema capitalista, sobretodo en su expresión neoliberal, planetaria y sin contrapesos; es que tenemos como resultado del desarrollo del mismo una sociedad enferma.
En este contexto nadie puede pretenderse completamente sano. Las diferencias entre los individuos son, más bien, los tipos y grados de patologías que padecemos.
Ciertamente, ser conscientes de esta situación representa una ventaja en relación a quienes no lo son, pero por las características globales de la pandemia neoliberal, la ventaja es bastante relativa.
Un habitante de un pueblo afectado por una peste, al tener conocimiento del grado de infección alcanzado y las causas de la misma, podrá enfrentar de mejor manera su sobrevivencia. Sin embargo, si la mayoría permanece ignorante, y por lo tanto inerte; tarde o temprano dicho habitante será parte de un mismo final.
Es más, el ser consciente de la enfermedad no significa, necesariamente, el querer combatirla.
Así, el individuo consciente de la realidad que vive ha venido optando, de generación en generación, entre las siguientes alternativas:
1 Dada la profundidad y complejidad de la crisis y las fortalezas de los dominadores del sistema, lo más razonable es manejarse dentro del orden establecido.
Desde el ciudadano honesto, solidario y laborioso; hasta el delictivo, egoísta y dispendioso yuppie; el camino elegido tiene un solo nombre: alienación.
2 Dada la profundidad y complejidad de la crisis y las fortalezas de los dominadores del sistema, lo más razonable es manejarse fuera del orden establecido.
Desde el solitario y errático drogadicto; hasta la comunidad esotérica establecida; el camino elegido tiene un solo nombre: evasión.
3 Dada la profundidad y complejidad de la crisis y las fortalezas de los dominadores del sistema, lo más razonable es manejarse contra el orden establecido.
Desde el joven organizándose en su población; hasta los míticos guerrilleros, el camino elegido tiene un solo nombre: rebelión.
Estamos en el punto. Nuestra opción es la rebelión.
Albert Camus afirmaba que, en lo más básico, un hombre rebelde es aquel que dice no; que en este primer movimiento está implícito un valor que supera la mera negación de la condición de sometimiento en la que se vivía hasta el momento del no. Este valor es una afirmación de futuro; el querer ser algo distinto (por lo general, radicalmente) a lo que se era. Pero, ¿es suficiente este acto de la voluntad?
El marxismo y sus derivaciones indudablemente aportan el rigor científico, la racionalidad que permite encauzar prácticamente todas las experiencias de rebelión del siglo pasado. Empero, el fracaso fue estrepitoso, la derrota castradora.
Aún más, en la historia de las rebeliones constituyen mayoría las que no cristalizaron. Tanta rebelión aplastada, tanta rebelión suicida, tanta rebelión traicionada. ¿Tendrá sentido persistir?, ¿tendrá sentido disputar un poder que ha sido diseñado para salvaguardar los intereses de una minoría cada vez menor y para el sometimiento de una mayoría cada vez mayor?. ¿No será hora de imaginar nuevos derroteros para las rebeliones en ciernes?
Interpelado por estas dudas, el objetivo de este alegato es abrir debate, aportar al discernimiento colectivo e incitar a una acción emancipadora coherente con el tiempo que nos toca vivir y con la condición humana, siempre diversa, siempre en reflujo.
TRES
La consolidación del neoliberalismo como sistema planetario se asocia y se refuerza con el proceso de globalización; lo que posibilita que cualquier individuo, en cualquier rincón del mundo –quiéralo o no- disfrute o la mayor parte del tiempo y para la mayoría de las personas, sufra las consecuencias de decisiones tomadas en centros de poder anónimos.
Vivimos la Aldea Global que hace medio siglo profetizara Mac Luhan, y en los próximos cincuenta años, de no mediar cambios sustantivos en las relaciones de poder actuales, es probable que nos acerquemos más, como especie y sociedad, a la Matrix de los Wachowsky que al proyecto de humanidad al que dice aspirar la ONU.
El desarrollo tecnológico, particularmente en el campo de la informática y las comunicaciones, se constituye en el eje del proceso de globalización; siendo los agentes del neoliberalismo los operadores de facto y primeros beneficiarios de sus múltiples potenciales.
La perversidad del sistema, la inexistencia de referencias éticas de sus agentes, ilimita sus medios permitiéndoles una acumulación inagotable de poder.
Así, la apropiación de los medios de comunicación por parte de los impulsores, partidarios y administradores de dicho régimen, tiene un doble efecto en el consciente y subconsciente colectivo: funde globalización y neoliberalismo en una sola imagen, retroalimentando sus propósitos en un discurso único que transita por doquier, a la velocidad de la luz. A la vez, genera en los disidentes y victimas conscientes de este perfeccionado armado capitalista, una sensación progresiva de aislamiento, angustia y fatalismo.
Toda elaboración teórica, toda expresión concreta, pequeña o grande, individual o colectiva, a favor de la humanidad pareciera no existir o no tener sentido.
Cada minuto prensa, noticieros y publicidad nos repiten la verdad única: la del Dios Mercado. Y en esta sociedad mediática –como bien lo señalara Ramonet- repetición equivale a prueba.
Esta verdad virtual se hace carne en las irrefutables cifras de los ministros de Hacienda de la Aldea neocapitalista y en el sánscrito de los economistas adscritos.
Allí donde se han respetado los mandamientos que anunciara el profeta von Hayek, el paraíso terrenal de los de arriba, es cuestión de tiempo y de “chorreo” para los de abajo.
Pero, ¿por qué no calzan estas estupendas cifras con el hambre, el hacinamiento, la prostitución infantil, la delincuencia, la drogadicción y todas las inhumanidades que desbordan nuestras ciudades y campos? ¿Cómo ocultar –por ejemplo- los mas de 200 millones de pobres de esta América morena que señalan los informes de la CEPAL?
CUATRO
Uno de los decanos del periodismo estadounidense, el liberal Walter Lippmann, teorizó sobre el modelo predominante (y único válido para sus promotores) en las sociedades occidentales: la democracia representativa. A Lippmann debemos agradecerle el que haya tenido la franqueza de decir las cosas por su nombre. Para él, en este tipo de democracia existen dos grupos claramente diferenciados: uno, la clase especializada, que analiza, toma decisiones, ejecuta, dirige y controla los asuntos públicos; el destino de toda la sociedad. Por cierto, una minoría. Y dos, precisamente, la inmensa mayoría de la población que siendo incapaz de entender y decidir sobre su propio destino, se ve “beneficiada” por las decisiones y acciones de la élite. A esta clase de ineptos, Lippmann, los denominó el rebaño desconcertado.
Cada cierto tiempo, el rebaño desconcertado, tiene el “privilegio” de elegir, entre distintos tipos pertenecientes a la élite, uno que lo represente. Y si el cargo es menor, uno que represente a quien nos representa a nosotros. Depositado el voto en la urna, el rebaño desconcertado debe volver a su rol de espectador, hasta una próxima elección. Si este ritual no se altera, la clase especializada concluirá que tenemos una democracia ejemplar.
Pero si llega a ocurrir que el rebaño se pone inquieto, que no le gusta como se están dando las cosas, que empieza a darse cuenta que las diferencias de la minoría de arriba con la mayoría de abajo, son abismales; si al rebaño se le ocurre iniciar un proceso de organización, a renegar de su desconcierto; entonces la élite echará mano de todo su potencial propagandístico con el objeto de persuadir a la masa de lo bien que estamos, y que si usted no está contento de cómo lo han hecho las autoridades, ya vendrá un nuevo torneo donde podrá elegir un o una mejor representante.
Si la cosa se pone más complicada, los militares -salvo honrosas excepciones- estarán siempre ahí, a la mano; ya sea para reprimir, ya sea para pasar a formar parte de la clase especializada, como ha ocurrido a lo largo y ancho de nuestra historia como pueblos sometidos.
CINCO
El concepto de poder que caracteriza a la democracia representativa no difiere, en lo esencial, del concepto que rige a cada una de organizaciones e instituciones que constituyen nuestras sociedades.
Si pudiéramos esquematizar de manera sencilla dicho concepto, podríamos señalar tres elementos que lo definen: Verticalidad, dependencia y uniformidad.
1 La verticalidad se expresa, en su polo superior, con una concentración total del poder de definición, decisión y ejecución de las cuestiones que competen al conjunto de la sociedad.
Por otro lado, en el polo inferior, en la más absoluta ignorancia, cuando no en la más condenable desidia.
2 Esta verticalidad en toda su (de) gradación, requiere generar las dependencias, individuales o colectivas, que permitan el funcionamiento eficiente y eficaz del orden establecido.
3 Asimismo, requiere que la inmensa mayoría de los individuos respondan a patrones culturales, políticos, sociales y económicos que uniformen su racionalidad y sentimientos respecto de la cosa pública.
La consecución de la permanencia de estos tres elementos resultan vitales e insoslayables para quienes detentan el poder.
Ergo, la posibilidad de un cambio radical en las relaciones humanas en pos de una sociedad más justa y libertaria pasa, en primerísimo lugar, por erradicar este concepto de poder.
De ahí que, otro poder, debe plantearse como la antítesis del esquema señalado.
Frente a la verticalidad, debemos potenciar relaciones de horizontalidad.
Frente a la dependencia, debemos promover la autonomía.
Frente a la uniformidad, debemos rescatar la diversidad.
La conjunción de relaciones humanas horizontales, autónomas y diversas, nos permite el desarrollo de una sociedad comunitaria que es, a su vez, la antítesis de la disgregación que favorece el desarrollo del sistema capitalista en todas sus variantes.
Una definición tal, nos pone en una situación compleja y minoritaria en el ámbito del activo político.
Nos estamos oponiendo no sólo a quienes detentan el poder; sino que, también, a quienes aspiran a conquistar los centros de poder existentes. Aunque esta conquista levante las banderas del bienestar de las mayorías pobres y marginadas.
Si el poder de decisión respecto de una estrategia y programa, global e integral, de superación de las pobrezas no recae en dichas mayorías, tarde o temprano, asistiremos a la reproducción de la corrupción propia de una forma de poder que niega la participación de quienes debieran ser protagonistas de su propia emancipación.
Autor: Patria para Todos