El Museo Antropológico Municipal de Quillagua, posee una colección que impresiona por sus antiguas momias, algunas con una antigüedad de 700 años antes de Cristo, impacta también por el completo abandono en el que ha permanecido su colección durante los últimos años. Hoy un grupo interdisciplinario de voluntarios profesionales intenta ayudar a la protección, preservación y puesta en valor de esta colección y de relevar el exquisito patrimonio arqueológico, histórico y cultural que rodea a un pueblo que se niega a morir.
Al final de la calle principal de la localidad, se encuentra un reseco letrero de madera que indica “Museo Municipal Antropológico de Quillagua”, lugar que suele permanecer cerrado, y que abre, sólo si se tiene la suerte de encontrar a una anciana y amable lugareña, quien ha quedado a cargo de abrir las puertas del lugar. Lo que primero impresiona es el fuerte olor que expelen sus dependencias, luego las capas de polvo que todo lo cubren incluso el interior de algunas vitrinas. Pupitres escolares son las bases sobre las cuales este pueblo exhibe -de manera humilde y con aplastada dignidad- a sus grandes y antiguos tesoros, que van desde puntas de proyectiles arcaicas, ajuares funerarios, textiles andinos y hasta cuerpos humanos naturalmente momificados.
Este fue el escenario que recibió al Grupo de Voluntarios Profesionales, compuesto por un total de cuarenta personas entre profesionales y estudiantes de las áreas de arqueología, antropología social y física, arquitectura y conservación, quienes desde el 20 de este mes se encuentran desarrollando un inédito y ambicioso trabajo; catastrar cantidad y estado de conservación del patrimonio material existente en Quillagua y sus alrededores, información que permitirá generar un Plan de Rescate Patrimonial en conjunto con las personas del pueblo.
El equipo de Conservadores, ha debido concentrarse en enfrentar la falta de presupuesto y de personal para conservar la colección del Museo. El trabajo comenzó con una exhaustiva descripción, inventario y diagnóstico de conservación del inmueble y de cada una de las piezas, el que permitió determinar un plan de acción a corto plazo, para detener los agentes de deterioro. Se comenzó por retirar la acumulación de suciedad superficial de la colección, para luego implementar medidas básicas de montaje para la protección de las piezas, perdida por robos y acumulación de polvo. Javiera Gutiérrez, una de las conservadoras a cargo de la actividad, señala: “Acá no ha existido plan de manejo y preservación alguna de la colección. Cuando hablamos de restos materiales tan antiguos, es necesario que mínimamente se realicen trabajos de conservación preventiva y que los montajes de exhibición reúnan las condiciones adecuadas para que las piezas se afecten lo menos posible. Claramente la precariedad de las instalaciones en Quillagua, no permite eso. Hoy sabemos qué es lo que hay en este Museo y en qué condiciones está. Las piezas han sido protegidas con una tela permeable, como una medida de protección mínima, la que constituye también una señal de alerta respecto de la necesidad de implementar medidas acordes al valor de las piezas”, señaló la experta.
EL MUSEO, EL REFLEJO DE UNA REALIDAD MAYOR
Quillagua es un oasis que se ubica a 280 kilómetros de la ciudad Antofagasta, en la II Región. Enclavada en pleno desierto de Atacama, y está considerado como uno de los lugares más secos del mundo. Esta particularidad climática, hace que posea envidiables condiciones para la preservación de restos bioantrópicos (restos humanos), y restos materiales. Las evidencias arqueológicas ha logrado remontar su historia hasta 700 años antes de Cristo. Quillagua se ha configurado como un lugar de convergencia e intercambio cultural. Los antiguos viajeros del altiplano, bajaban a la costa y los pescadores subían hasta las altas tierras a intercambiar sus productos costeros por granos y carne, teniendo a Quillagua como punto de encuentro e intercambio. Esta estratégica ubicación, ha hecho de este Oasis un territorio que desde tiempos inmemoriales ha sido disputado, primero por los pueblos taraqueños y atacameños, y -en tiempos históricos- por los estados de Perú, Bolivia y Chile.
Antecedentes históricos, hablan de Quillagua como un oasis próspero con una rebosante agricultura y ganadería. Los españoles, concentraban en este lugar su producción de alfafa y corrales ganaderos. En los tiempos del salitre la producción de maíz, extracción de camarones, y pejerreyes junto con los productos silvoagropecuarios, abastecían a las oficinas circundantes. La estación de trenes de Quillagua, que data del 1890 aproximadamente, conectaba a la localidad con el resto del Norte Grande de Chile y tenía una importancia económica para la localidad ya que las mujeres del pueblo vendían a los pasajeros pan amasado, té con leche, humitas, sopaipillas, mote con huesillos y alfajores.
La estación de trenes se cerró hace unos treinta años. En los años 1997 y 2000, las aguas del río Loa, que irrigan las tierras de Quillagua, sufren dos brutales sucesos de contaminación producto de la gran minería, que hasta el día para hoy, tienen sometida a esta comunidad, a la más absoluta imposibilidad de cultivar como antaño. Empobrecida, sin agua potable, con un mezquino acceso a la luz eléctrica, su población más joven ha emigrado. Hoy en Quillagua estudian de manera regular sólo siete niños.
La población de Quillagua, se niega a morir y a envejecerse. Es por ello que surge el Voluntariado Profesional de Quillagua, como una respuesta a las inquietudes planteadas por la Comunidad Aymara de Quillagua, quienes se han planteado una ambiciosa idea, generar un Plan de Rescate Patrimonial para Quillagua, el que pretende transformarse en una posibilidad cierta de desarrollo económico para esta localidad en el mediano plazo.
Quillagua, no sólo tiene momias, sino que posee más de 90 sitios arqueológicos en sus inmediaciones, en su territorio se encuentra unas de las mayores conglomeraciones de geoglifos del planeta, además de su patrimonio histórico reciente. Hoy Quillagua reclama una oportunidad, la que no puede seguir siendo enmudecida por el Estado.
Por Ximena Cifuentes
El Ciudadano