«Un lugar para quedarse» – Paolo Sorrentino

Hubo un tiempo en que vivir triste era moda

«Un lugar para quedarse» – Paolo Sorrentino

Autor: Cristobal Cornejo

Hubo un tiempo en que vivir triste era moda. Pero a la vez era efecto. El miedo a la guerra y la hecatombe nuclear, el grotesco del modo de organización de la vida, el consiguiente aislamiento y la soledad. Los ’80 fueron pródigos en música que se oscureció hasta el paroxismo, acompañando la vida de los punks tardíos que prefirieron cargarse de ropas negras, uñas y labios pintados y abandonar el activismo político pasando a una especie de resignación tortuosa que sólo la muerte podría acabar.

El personaje de Sean Penn (Cheyenne) en «Un lugar para quedarse» («This must be the place») proviene de esa generación. Ex rockero famoso, hoy pasa sus días en Irlanda, viviendo del dinero recaudado en sus años como estrella dark, pero cargando el precio de aquella vida pasada. Su vida transcurre en relativa tranquilidad; su voz es débil, su comportamiento taciturno; a su avanzada edad parece que sigue siendo un adolescente o un niño, como si el tiempo se hubiese detenido y, nuevamente, sólo quedara esperar la muerte.

Dirigida por el italiano Paolo Sorrentino, «Un lugar para quedarse» parte desde esta monotonía para introducir los traumas familiares y la venganza como ejes temáticos desde el tercio de la película en adelante. Sorrentino ofrece un relato pausado, abusando a veces de situaciones o escenas prescindibles, pero a su favor juega una muy buena fotografía y la profundidad con que se construye el entrañable personaje de Penn (mezcla del Joven Manos de Tijeras y Robert Smith),  que por sí solo, sostiene casi en su totalidad la película.

Si bien estos dos tópicos señalados como ejes son comunes, Sorrentino se las arregla para darles una vuelta e integrar en su relato a la comunidad judía y el holocausto. El padre de Cheyenne ha fallecido y este emprende un viaje hacia su encuentro luego de 30 años sin hablarle. Ya es demasiado tarde, pero nunca para la venganza. Cheyenne vengará las humillaciones de su padre en Auschwitz buscando en el interior rural de Estados Unidos a un oficial nazi responsable de su dolor.

En esta tarea el personaje de Penn se encuentra cara a cara con su propia vida: sus miedos, su sepultada, pero aún vívida, faceta musical; su generosidad, en un despliegue estremecedor de humanidad cargado de humor negro.

El letargo y el hastío domina en esta parte de la película, aún cuando la música de Will Oldham y David Byrne aportan un toque de bálsamo necesario. En «Un lugar para quedarse» un hombre se ve enfrentado a la figura paterna como su propio yo, y sólo una revancha poética puede salvarlo de las tareas no acabadas. Luego de eso, ya estará preparado para fumar como adulto un cigarro al atardecer.

«Un lugar para quedarse» se exhibe en el Cine Arte Alameda. + INFO AQUI.

Por Cristóbal Cornejo

El Ciudadano

 

 

 

 

 


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