Por Francisco Herranz
Además del tortuoso Brexit y de las tropelías de Donald Trump, Europa se enfrenta a un nuevo desafío. Se llama libra y es la criptomoneda auspiciada por el gigante tecnológico Facebook. Aunque todavía no existe en el mercado, libra ya causa no pocos temores. Y con bastante razón.
La falta de acuerdo entre los socios de la Unión Europea (UE) a propósito de la regulación de las monedas virtuales, ha generado un limbo legal en el que los ciudadanos, las organizaciones y las empresas pueden interactuar con las criptodivisas sin un marco jurídico claro.
No obstante, la idea desvelada este verano por Facebook de lanzar su propia moneda virtual a millones de usuarios europeos, ha disparado las alarmas en la UE sobre este asunto, propio de la revolución digital.
Francia ya ha urgido a sus colegas a que se regule el uso de estas novedosas formas de pago, fijando límites muy exigentes. La más famosa y operativa criptomoneda es el bitcóin, pero también existen otras con nombres como dogecoin, litecoin o ethereum.
En junio de este año, un grupo de grandes compañías privadas capitaneadas por el imperio controlado por Mark Zuckerberg, presentó en sociedad el Libro Blanco de Libra, un ambicioso plan para diseñar una cadena de bloques descentralizada y una nueva criptomoneda que funcione sobre esa estructura de metadatos a partir del primer semestre de 2020. La misión de libra, según este Libro Blanco, es «crear una moneda sencilla y global, y una infraestructura financiera que empodere a miles de millones de personas». Suena bien, pero en realidad aquí hay gato encerrado.
Las criptomonedas poseen una serie de propiedades únicas que las hacen capaces de resolver algunos de los problemas de accesibilidad y confiabilidad ya inherentes a la actual era digital. Estos atributos incluyen una «gobernanza distribuida» (que asegure que ninguna entidad individual controle la red), «acceso abierto» (para que cualquiera que tenga una conexión a internet pueda participar) y «seguridad mediante criptografía» (para proteger la integridad de los fondos financieros). Los partidarios de este modelo prometen que el objetivo de libra es conseguir que el acceso a los servicios financieros sea «mejor, más barato y más abierto», pero ¿es eso lo que realmente estamos recibiendo? El bitcóin no es sinónimo de transparencia sino de opacidad.
Detrás del proyecto, hay una Asociación Libra con 28 miembros fundadores, que incluye, además de Facebook, firmas tan potentes como Visa, PayPal, Uber y Spotify, cada una de las cuales tuvo que invertir 10 millones de dólares estadounidenses para sumarse al programa. Algunos de estos socios ya han criticado anónimamente la estrategia publicitaria de Facebook, al admitir que algunas de las conversaciones deberían haber tenido lugar antes del lanzamiento, para entender lo que pensarían los reguladores, es decir, los bancos centrales, y que así no hubiera tantos problemas como ahora. La tensión es recíproca, pues otro de los patrocinadores admitió que Facebook se está «cansando de ser el único que se arriesga».
Los planes confidenciales de Facebook de integrar una criptomoneda para los usuarios de la aplicación WhatsApp aparecieron por primera vez en diciembre de 2018. En concreto, Facebook está trabajando en reajustar su infraestructura de mensajería e integrar sus tres aplicaciones propias más populares —WhatsApp, Messenger e Instagram— bajo un mismo techo, atrayendo así al mundo de las criptomonedas a un mercado potencial de 2.700 millones de usuarios.
La falta de confianza es indudablemente el principal obstáculo al que se enfrenta libra. Durante una audiencia en la Comisión de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, celebrada a principios de agosto, los legisladores norteamericanos les preguntaron a los directivos de Facebook cómo se podía esperar que confiaran en una empresa cuya recopilación, almacenamiento y uso indebido de datos de clientes había supuesto una multa de 5.000 millones de dólares.
Ese mismo sentimiento de recelo también flota sobre Europa. Por esa razón, los fundadores de libra se reunieron esta semana en la localidad suiza de Basilea con los representantes de dos docenas de bancos centrales de todo el mundo agrupados en el Comité de Pagos e Infraestructuras del Mercado, que forma parte del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés). Esa organización transnacional incluye el Banco Central Europeo (BCE), la Reserva Federal de EEUU, el Banco Central de la Federación de Rusia o el Banco Popular de China. La reunión giró sobre el diseño y el alcance que tendrá libra.
Desde la Comisión Europea ya han lanzado mensajes de alerta que indican cómo se sienten en Bruselas. «Existen ciertas preocupaciones sobre las implicaciones para la estabilidad financiera. Hay que entender completamente los riesgos y la UE debe actuar de manera unificada», declaró el letón Valdis Dombrovskis, vicepresidente del gobierno comunitario y responsable de la cartera de Servicios Financieros.
París aboga por un enfoque duro. Defiende bloquear el uso de libra en el mercado europeo porque representa, en su opinión, una amenaza para la «soberanía monetaria» de los gobiernos ante la ausencia de un marco regulatorio. Así se ha manifestado el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire. Al Ejecutivo de Emmanuel Macron le inquieta «la posible privatización» de una moneda «en manos de un único actor con más de 2.000 millones de usuarios en el planeta». Cualquier fallo en el funcionamiento de esta criptodivisa, en la gestión de sus reservas, podría crear desórdenes financieros considerables, estima Le Maire, por no hablar del peligro de que libra sustituyera a una moneda nacional débil o muy devaluada o que fuera empleada para blanqueo de dinero o financiación terrorista. Berlín se ha sumado a este punto de vista. En otras palabras, la viabilidad del propósito de Facebook, al menos en el Viejo Continente, pende de un hilo muy fino.
Europa también está debatiendo la opción de crear su propia moneda pública virtual –el eurocoin— para contrarrestar los efectos de libra, aunque esa alternativa se antoja bastante lejana en el tiempo, dada la proverbial lentitud de las instituciones europeas. Francia y Alemania, de nuevo, encabezan estas consideraciones aún incipientes, que también esconden trampas importantes, pues el eurocoin aceleraría las pérdidas de los bancos comerciales europeos y no podría ser una moneda de ahorro si se la vinculara a las cuentas públicas europeas, es decir, al balance del BCE y de los Estados de la zona euro.
Publicado en Sputnik
El autor es periodista y profesor universitario. Escribe para Sputnik; Mundo, ex corresponsal en Rusia.