En el día a día urbano la publicidad ofrece regularmente recomendaciones que se proponen como opciones para “salvar el planeta”. Desconectar equipos eléctricos apagados, apagar la luz de piezas vacías, clasificar la basura, reciclar, desechar apropiadamente elementos tóxicos y preferir el uso de bolsas de tela en el supermercado son algunas de ellas.
Lo que se propone mediante estas prácticas es detener el ritmo de daño que los seres humanos como especie estamos infligiendo al planeta. De ningún modo salvarlo.
Ahora bien ¿realmente la suma de estas actividades a nivel individual pueden traer consigo una disminución considerable de nuestro legado devastador y excrementicio sobre el planeta que nos acoge?
Sea como fuere, mientras se lleven a cabo por sí mismas y por una cuestión de salud mental y paz espiritual es imposible articular una meta común de prácticas a favor de la limpieza y protección del medio ambiente. En esos casos, dichas prácticas mantienen solo una función como carta de presentación para quienes las llevan a cabo en su vida diaria, como parte de su curriculum social.
A pesar de estos esfuerzos a nivel personal, es evidente que los impactos mayores para el planeta son generados a gran escala. Son las buenas prácticas en producción industrial e industrias extractivas las que permitirían una disminución considerable en el devastador legado que venimos dejando al planeta. Esto es algo que no se debe dejar de lado cuando actuamos a nivel micro, así lo hagamos por “salvar el planeta”, porque está de moda o simplemente porque consideremos que es lo correcto.
Si no le dan ganas no se mude a la montaña a producir para el auto consumo y comerciar con trueque. Es posible consumir (medianamente) bien. Entiéndase, comprar a conciencia, con un concepto claro en la base. Comprar tan solo lo que se necesite; favorecer lo duradero sobre lo práctico; preferir la feria y evitar las bolsas plásticas sobre bolsas plásticas a las que el supermercado obliga; seguir la cadena de producción de los productos industriales preferidos evitando empresas tóxicas o que tengan políticas que le sean ofensivas; preferir el transporte público; en caso de comprar un auto, comprar uno usado permitiría la circulación de un auto menos y la producción de los insumos requeridos para la fabricación de un cool y moderno híbrido.
El consumidor debe ser informado, consecuente y político. Entenderse a sí mismo como el motor de la economía y hacer de su compra un voto aprobatorio y un premio a las políticas que considere positivas.
Las corporaciones no se percatan de que si los usuarios acatasen el concepto de moda que hoy promueven, sin utilizar las prácticas específicas que les ofrecen, estarían atentando contra su propia meta de maximización del consumo.
No le haga caso al supermercado, a Coca Cola, a su agua embotellada favorita, a la compañía que fabricó su tele ni a cualquier otro que le ofrezca opciones prácticas para salvar al planeta de la mano con el consumo desenfrenado. Hágale caso al concepto, a la intención, a la meta, a usted mismo. Tal vez no salvemos el planeta pero consumiremos conscientemente, ojalá no mucho más de lo necesario.
Por Eduardo Osterling Dankers