Impuesto al libro, impuesto al conocimiento

Nadie es profeta en su tierra


Autor: Sebastian Saá

Nadie es profeta en su tierra. En un país de escritores, gran porcentaje de la población consume la nada misma de libros. Una contradicción que ve su origen en el excesivo impuesto (19%) con el que las editoriales tienen que luchar a diario en Chile, y que se refleja en los altísimos precios de los ejemplares. Sobre un cambio a este panorama, bien gracias…

Cuesta entenderlo, pero es así. Más de algún miembro del mundo de la cultura llegó a hacerse la misma pregunta. Más de algún consumidor cultural también. Chile es (o fue) uno de los países generadores de grandes escritores, de maestros literarios que hasta el día de hoy son objeto de estudio obligado en distintas universidades y centros educacionales del mundo.
Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Enrique Lihn, Roberto Bolaños y una lista que sobrepasaría las páginas de este periódico, dan muestra de que el talento por las letras en Chile, siempre ha estado presente. El problema es que dentro de este mismo territorio son pocos quienes los leen. La razón dice relación con que la industria cultural, específicamente con los libros, resulta muchas veces inalcanzable para la ciudadanía común y corriente. El precio de un libro cualquiera en las liberarías de nuestro Chile bordea entre los 5 y los 20 mil pesos, monto que se ubica en el origen medular de la piratería, pues para una persona que gana bajo los 300 mil pesos al mes sencillamente, si quiere leer, tiene que recurrir a las opciones más baratas.
La situación resulta preocupante, pues los porcentajes de lectura en los chilenos han bajado considerablemente. Como lo muestra la “Encuesta sobre el Consumo Cultural y uso del Tiempo Libre”, realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas junto al Consejo Nacional de Cultura, que indicó que en un período de tres meses, en el sector de estrato económico bajo, un 14,1% de los consultados había comprado un libro (dentro de un universo de 1 millón, 142 mil 313 encuestados).
“Los chilenos son pésimos lectores, porque se les enseña desde la escuela que la literatura es una actividad solemne de unos pocos elegidos. Terrible. Nada en los modelos de éxito actuales apunta a valorar la lectura, no entrega un capital social que antes sí entregaba”, sostiene Enrique Winter, poeta y director de la editorial independiente Temple.

EL IMPUESTO IMPUESTO
Se dice que hasta el año 1970 Chile era el país más lector de Latinoamérica junto a Argentina. Tras la llegada de la dictadura, fue perdiendo terreno en la región. Así lo grafica un estudio realizado por la UNESCO en el 2000, donde exponía que entre un 50 y un 57% de la población nacional, entre los 15 y 65 años, no era capaz de entender lo que lee.
Un tema dramático. Más aún cuando se sabe que para acceder a un libro hay que tener plata, buena plata. El impuesto, que impacta el elevado precio de la lectura en Chile, se expresa en un incomprensible 19%, por lejos el más alto de América y uno de los más elevados del mundo.
Para muestra, un botón. En Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba, Venezuela, Costa Rica, Ecuador, Argentina, Perú, México y Paraguay, entre otros países, el porcentaje de impuesto a los libros es de un 0%, nada menos. Mientras que en Europa, en países como Bélgica, Francia, Alemania, Grecia, Portugal, Suecia, Reino Unido, entre otros, dicho gravamen no supera un 8%.
En Chile, la gracia de leer un texto sigue costando cerca de un 20% más que en otra parte del mundo. “Es injusto, el consumo de libros en nuestro país suele asociarse a un lujo, lo que aumenta las brechas culturales y educativas de los diversos sectores socioeconómicos de la sociedad. Sin embargo, considero ingenua la visión de causa efecto que asocia la poca lectura con un factor secundario que es el impuesto al libro; es un factor relevante, pero no el principal de este fenómeno”, cuenta la poeta becaria de la Fundación Pablo Neruda y gestora de la agrupación Cultura a la Vena, Carla Valdés.
Y es cierto. La baja lectoría tiene su origen en el precio, pero las políticas culturales en el país que motiven el interés por la lectura también son deficientes.

“El 19% de IVA es casi el doble de lo que gana el autor por concepto de derecho: eso ya es un atentado contra la creación. No estamos a favor de la supresión del IVA, pero sí de bajarlo al 6 o 7%. En los países lectores ni siquiera hay impuesto», dice Berta Concha, directora de Liberalia Ediciones.
Además, desde que Pinochet impuso este irrisorio impuesto, los años se encargaron de desmotivar la lectura para terminar en el preocupante escenario en el que se encuentra Chile actualmente.
LAS OTRAS EDITORIALES, LAS OTRAS IMPRENTAS
En este marco, distintas imprentas y editoriales se han reunido para hacer una arremetida y presionar para reducir el impuesto al libro. En 2004 levantaron una propuesta que tenía por intención reducirlo hasta un 4%. Esto, porque como la lectura es mala, las ventas también bajan, por tanto la cadena de perjudicados se extiende. Lo anterior se explica luego de saber que el mercado de la piratería mueve cerca de 25 millones de dólares al año y que ha sido devastador para este negocio. Pero de aquella iniciativa nada pasó.
El año pasado, el senador Pedro Muñoz propuso poner un precio fijo para los libros. A dicha idea se sumaron los senadores Andrés Chadwick, Juan Pablo Letelier, Ricardo Nuñez y Mariano Ruiz-Esquide, quienes agregaron que había que tomar medidas administrativas y legales para fomentar el hábito de lectura en el país. Hasta el día de hoy aún no se adoptan medidas concretas sobre el tema. El impuesto sigue elevado.
Por ello, Silvia Aguilera, directora de LOM, postula que falta “poner en marcha una política sistémica, que tenga que ver también con la reducción del IVA, con el precio único para el libro, con la orientación a profesores y monitores que puedan enseñar a leer por placer, para despertar la curiosidad por la lectura».
Un ejemplo interesante es lo que están haciendo las llamadas imprentas populares. Formadas por los mismos pobladores, buscan hacerse cargo de un trabajo que por tradición tiene un costo considerable. Imprimen libros, revistas, etc. a precio real y no de mercado. Esto es un salvavidas para muchos escritores independientes que ven como el sistema se va comiendo sus propias creaciones.
“Las editoriales independientes están llamadas a ser la alternativa y en ese caso quienes opten por el lucro debieran apostar por la ganancia que da el volumen para así masificar la lectura a costos menores y a precios bajos sin dejar de ganar. Quienes no perseguimos el lucro, tomamos sobre los hombros la misión de resaltar y proyectar autores y sus obras, asumiendo en ello el costo que esto significa. Como sea, las editoriales chicas debiéramos reforzar lazos y conformar un frente amplio para tener mayor fuerza y, sobretodo, mayor visibilidad”, sostiene Álvaro Ricoe, escritor y director de la editorial popular Arttegrama, de la población La Legua.
Así y todo, el mercado de la lectura resulta un mal negocio tanto para las editoriales, como para la comunidad, que ve como la cultura se esfuma dentro de una insensatez por mantener los libros como producto de élite. El 19% de impuesto para la lectura recae en el mundo de Ray Bradbury, cuando el sabueso quemaba libros para mantener a la sociedad dominada. Una comunidad sin cultura, es una comunidad dominable. Algo parecido puede suceder de mantenerse este sin sentido impuesto.

por Julio Sánchez

El Ciudadano


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