El lento proceso de rearme del campo popular inaugurado el 2006 tuvo como hito las movilizaciones estudiantiles el año 2011; proceso de movilización que logró generar un amplio arco de solidaridad por parte de la población que, por primera vez desde la dictadura, se articuló masivamente en torno a una demanda que esta vez apuntaba a aspectos estructurales del modelo de acumulación neoliberal, agudizando con ello la crisis de representatividad reflejada desde hace años en las encuestas de los diversos centros de estudios adscritos al bloque dominante.
Un hecho a constatar es que en el marco de dicha coyuntura, el movimiento estudiantil tuvo el mérito de sobreponerse a los intentos de la Concertación y el Partido Comunista de encauzarlo institucionalmente en función de su propia recomposición orgánica en un contexto de crisis. Hoy, cierta fracción de esa masa crítica estudiantil, muchas veces no capitalizada políticamente por aparato alguno, ha sabido responder (en parte) a los intentos de encauzamiento institucionales del reformismo. Es así que de alguna manera, el movimiento estudiantil ha ido adquiriendo consciencia histórica de sus reales aliados y de sus propias trampas del pasado, actuando con una acentuada autonomía respecto de las expresiones políticas adscritas al bloque en el poder, cuestión que se expresa con mayor visibilidad en los estudiantes secundarios que los universitarios.
Nuestra apuesta si bien ha tendido a fortalecer la independencia del movimiento como expresión de una acumulación de fuerzas que ponga en relieve el protagonismo de lucha de masas, ha reafirmado asimismo la necesidad de dotarnos como clase de procesos de desarrollo programáticos que signifiquen un salto cualitativo en la construcción de una fuerza social revolucionaria. De esta forma en el ámbito educativo hemos apoyado desde nuestra inserción estudiantil, sindical, poblacional y campesina junto a organizaciones sociales y políticas sociales, iniciativas programáticas inéditas como el Congreso Social por un Proyecto Educativo; esfuerzo que se suma al aporte de nuestros compañeros en el desarrollo programático al interior del CONFECH y de la ACES. Estos esfuerzos que tributan al caudal de fuerzas transformadoras, han contenido, hasta cierto punto, el reflujo de la movilización; asimismo han contribuido a evitar una victoria aparente en el plano táctico, que implicara una derrota estratégica para el campo popular que hipotecara las posibilidades de rearme orgánico de las clases populares en un escenario de crisis de legitimidad de la clase política y de emergencia de un cuestionamiento estructural al modelo neoliberal.
Sin embargo, la capacidad de contención resulta insuficiente. El movimiento se ha demostrado carente de herramientas para contraponer una alternativa a la alianza con los partidos políticos propuesta por el reformismo, lo que expresa en un segundo nivel de análisis que el movimiento no es capaz de ir más allá de una cierta inercia social que bloquea los procesos creativos populares, y, por el contrario, se queda con lo viejo. Hablamos de una cultura de masas que se cimenta en un saber histórico amarrado a los referentes tradicionales, situación que la izquierda de intención revolucionaria no logra revertir. Reacciona a la propuesta de alianzas con la clase política con manotazos de ahogado, interpelando a eventuales aliados, “al conjunto del pueblo”, a la “unidad con otros sectores” a “los trabajadores y pobladores”, postura que si bien manifiesta una intencionalidad política correcta y útil en determinados momentos como política de contención, refiere a una lectura de la realidad muy limitada que no contempla la situación concreta, orgánica e ideológica de la clase trabajadora y el conjunto del campo popular, que aun no se sobrepone de la profunda derrota derivada de la Dictadura Militar.
Los “otros sectores” interpelados, no sólo se encuentran des constituidos, sino que además sus expresiones embrionarias difícilmente escapan de la sectorialidad en sus demandas, lo que nos debe llevar a interrogarnos sobre la situación de la clase trabajadora y sus perspectivas. Para ello esbozaremos un rápido vistazo a su situación. Por ejemplo a nivel sindical, el desarrollo de una franja de trabajadores clasista es precario. Basta con fijarse en que el aumento sostenido de la cantidad de huelgas en el último tiempo, no es reflejo de un avance significativo en la composición de un nuevo movimiento sindical, que supere la burocracia y las limitaciones propias de la legislación actual. No obstante existe el esfuerzo de un pequeño puñado de organizaciones que ha trascendido la esfera sectorial y está haciendo apuestas programáticas. Estas organizaciones de base han sostenidos esfuerzos por converger en aspectos reivindicativos básicos, y aun cuando persista la carencia de propuesta política y de referencialidad orgánica puede dar pasos importantes a partir de iniciativas nacionales de articulación sindical y programática como el Congreso por un Nuevo Sindicalismo.
En el plano territorial, las movilizaciones de Calama, Freirina, y Aysén, si bien han permitido canalizar las demandas sociales en función de una lógica que pone en el centro el protagonismo de la comunidad organizada, se encuentran en gran medida mediatizadas por la intervención política que a nivel municipal y parlamentario desarrolla la Concertación y el PC en función de sus intereses corporativos. A nivel de las organizaciones territoriales y funcionales, la situación no es distinta, la lógica clientelar instalada desde los 90 “naturalmente” las encauza al escenario electoral y por tanto a la función de base de sustentación de los diversos referentes que disputan la institucionalidad a nivel comunal, es más, la única organización sectorial de alcance nacional del campo poblacional -FENAPO- se encuentra tensionada y absorbida por la coyuntura electoral dada la presencia de referentes que colocan este aspecto como centralidad del debate político. No obstante el análisis de la realidad concreta de esta franja de pueblo clasista, es menester ocuparse de comprender las fuentes en el mundo popular (aquel descompuesto e inorgánico) que alimentan la politización de los mismos. No se trata de acomodarse en constataciones vacías de la politización de la cotidianeidad, pero sí de comprender que algo existe y algo cambia en lo más profundo del mundo popular que permite o que alimenta en alguna proporción la constitución de sectores acotados pero de alta fortaleza política y moral. En este sentido, la tarea compleja consiste en comprender y alinear dichos procesos con el propiamente políticoorgánico de las organizaciones de la izquierda revolucionaria, cuestión que tiene que ver precisamente con aportar sustantivamente a la proyección de la clase trabajadora como fuerza motriz de las transformaciones en nuestro país.
II
La imposibilidad del movimiento estudiantil de encontrar aliados en el mundo social y el reflujo propio del carácter cíclico de la movilización permitió al gobierno sacar el debate de la calle y encajarlo en el parlamento con el despacho de siete proyectos de ley. Esta situación, que fue leída por muchos como una derrota parcial, ha implicado asimismo una recomposición interna, demostrando en términos concretos que el movimiento estudiantil constituye el único segmento y dimensión (en cuanto nodo de diversos cruces y articulaciones sociales, como pueden ser las de índole familiar, laboral, etc.) del campo popular que es capaz de reinstalar una y otra vez, y con ascendente radicalidad en las propuestas y en la acción, la necesidad de transformar a fondo las estructuras económicas, políticas y sociales en Chile.
El contexto actual refiere a un movimiento que con todo sigue manteniendo un gran respaldo de la población, por sobre todas las instituciones del ámbito político; sin embargo, dicho capital se encuentra en riesgo si no logra generar una ruptura con la ritualidad instalada logrando avanzar en aspectos básicos. Para ello requiere dotarse de una hoja de ruta que articule las demandas de corto con la de largo plazo, pero además mostrar una salida a la actual situación institucional y para ello deberá identificar el carácter que la lucha de clases asume en la actualidad, lo que reenvía necesariamente a la imposibilidad de implementación de las reformas estructurales dada la institucionalidad política y la formación económica heredada de la dictadura. La inexistencia de respuestas a estas interrogantes refleja que a pesar de que las demandas del movimiento sean profundamente políticas, éste carece de capacidad para actuar políticamente, dicho de otra forma, tiene claro los objetivos pero no logra avanzar tácticamente, y ello sencillamente porque a nuestro juicio no logra esclarecer una estrategia de ruptura (por su propia composición de clase, su incipiente rearme orgánico, entre otras razones). Así la apoliticidad del movimiento, que ayer aparecía como una gran virtud ante la debacle y desprestigio de la clase política, puede resultar altamente nociva, si la entendemos como una despreocupación por el tema del poder, lo que nos obliga precisamente a resituar lo político en el debate e identificar los puntos de fuga a esta situación general del movimiento.
III
El cuadro general del campo social a que hacíamos referencia, nos plantea la tarea de reinstalar la centralidad política en el debate de las organizaciones populares, para lo cual resulta imprescindible dotar a nuestra fuerza social y al conjunto del campo social de una organicidad y direccionalidad que permita referenciar en el conjunto del campo popular una orientación estratégica para superar la actual etapa de la lucha de clases en Chile, que constituya una alternativa a la orientación del reformismo. La orientación estratégica del reformismo básicamente pone acento en la alteración de las correlaciones de fuerza en el ámbito de la representación política dentro del marco de la institucionalidad de Pinochet, lo que la lleva a desarrollar la tesis del gobierno de nuevo tipo y con ello una política de alianza con la Concertación que permita generar las reformas necesarias para abrir un nuevo ciclo político.
El PC apela a construir un bloque político representativo de las clases progresistas o antineoliberales para generar un proceso de apertura democrática, sin embargo dicha lectura es absolutamente errónea. La burguesía nacional progresista no existe, toda vez que ha realizado de forma absoluta sus intereses de clase en el actual patrón de acumulación neoliberal, al igual que amplios sectores de la pequeña y mediana burguesía productiva y de servicios, que si bien pueden no aparecer objetivamente interesada en la mantención del proyecto neoliberal, se imbrican como clases subordinadas a la fracción más internacionalizada de la burguesía nacional y el capital monopólico transnacional, en el marco del actual bloque en el poder.
Desde ese punto de vista, la orientación estratégica del PC únicamente podría lograr un aggiornamiento o maquillaje del modelo, dado que resulta altamente improbable que las clases que resultan beneficiadas en el modelo alteren voluntariamente -sin conflicto- las garantías políticas y económicas en virtud de las que se reproducen como clase. Por otra parte, la crisis de legitimidad de la clase política arrastra a su conjunto y asimismo al PC, aunque en menor medida, pues si bien se ha visto afectado en su capacidad de articular en el campo social cuenta con margen de maniobra dada la debilidad congénita de la izquierda a que hacíamos referencia. Nuestra orientación estratégica, en cambio, reconoce que la actual etapa de lucha de clases se encuentra enmarcada en la búsqueda de alternativas transformadoras que despuntan en la concreción de propuestas que enfrentan decididamente el paradigma neoliberal, constituyendo esbozos fragmentados de programa.
Contextualmente dichas propuestas programáticas se expresan en el ámbito de reformas de carácter democráticas y económicas que colisionan con los marcos y dispositivos institucionales instaurados en dictadura, quedado establecida a la luz de los hechos la imposibilidad de avanzar en reformas estructurales. En una serie de análisis anteriores hemos concluido que el modelo económicamente funciona en sus límites estructurales, y como reflejo de ello la institucionalidad aparece como la única salvaguarda a su desborde, lo que explica precisamente la imposibilidad de reformas políticas que permitirían el desmantelamiento del modelo, como por ejemplo el establecimiento de un sistema electoral proporcional y una reforma profunda al sistema de partidos. Por lo anterior, consideramos que el modelo neoliberal es estructuralmente irreformable en el marco de las reglas institucionales instauradas en la dictadura y perfeccionadas en los autodenominados gobiernos democráticos, por tanto, las alternativas de su superación por la vía de la institucionalidad pinochetista se encuentran absolutamente cerradas.
En términos generales y más allá de posiciones esencialistas, los procesos electorales únicamente resultan útiles en el plano nacional como tribuna pública desde donde referenciar la orientación estratégica y aspectos programáticos (nivel parlamentario y presidencial), o en el plano local además coadyuvar al desarrollo de procesos de acumulación de fuerzas en términos territoriales (Gobiernos Comunales y Consejos Regionales), opciones que como hemos señalado se ven tremendamente limitadas para el avance de sectores populares, debido a las limitaciones propias del sistema político y electoral.Sostenemos, que no obstante las posibilidades de construcción referencial en el plano hegemónico que ofrecen los estrechos márgenes institucionales, la única posibilidad de generar un nuevo escenario que implique la superación de la actual etapa de la lucha de clases en Chile, radica en la capacidad del campo popular de comprometer los intereses del capital monopólico transnacional y del imperialismo lo que solo es posible generando un alto grado de ingobernabilidad política y económica. Es por ello que resulta determinante en la definición del cuadro político, la movilización y la acción directa de masas articuladas socialmente en función de un programa de reformas estructurales que contenga tanto las demandas sociales sectoriales como las de reforma al sistema político con un clara orientación socialista de forma de generar las condiciones para que las conquistas parciales sean capitalizadas como expresión de una conquista política del campo popular en avance histórico. Dicho proceso de masas podría generar un marco de apertura democrática que incorpore reformas institucionales de fondo que permitan acabar con los blindajes dictatoriales y así abrir las puertas para el desmantelamiento del modelo, lo que sin dudas generaría condiciones sociales y escenarios políticos distintos desde donde sectores del campo popular puedan profundizar la disputa del proyecto socialista en todos los ámbitos, asumiendo la posibilidad de abarcar en términos más profundos la disputa institucional.
Lo anterior no permite descartar otras hipótesis como la apertura focalizada a reformas sociales sin alterar el marco institucional y que podría derivar en la asimilación de amplios sectores de la población en el marco de una agresiva política asistencial, provocando un aislamiento de los sectores de vanguardia; o, derechamente un escenario de sistemático bloqueo de la lucha popular y la resistencia a las transformaciones por parte del bloque en el poder que podría generar una ascendente y radical lucha social y la petrificación del régimen político derivando incluso en una dictadura civil. No podemos profundizar más en el análisis, toda vez que hay muchos factores que entran en juego como la situación política, económica y correlaciones de fuerza a nivel nacional, continental y a escala mundial. IV Dicho lo anterior, resulta necesario atender a las posibilidades que presenta el actual escenario político, inaugurado con las elecciones municipales.
El debut de la reforma electoral de voto voluntario e inscripción automática, no logró convocar a las urnas ni al nuevo ni al viejo electorado; es así que el resultado de la pasada elección estalló en la cara del binomio político que, en un contexto de inestabilidad social esperaba dotar de una mayor base de adhesión al proyecto triunfante junto con propinar una derrota al campo social resituando “lo político” a los cauces institucionales. Lo anterior permite evidenciar los límites de lo electoral, ya sea en cuanto rito reafirmación simbólica de las clases dominantes o en cuanto a táctica para un planteo de ruptura desde la participación institucional, limitado a este escenario. Si bien el binomio sufrió una derrota parcial con los resultados de la pasada elección, expresiones políticas que aparecían como independientes o desgajadas del binomio no lograron eclipsar la tendencia a la concentración de la votación en los sectores más conservadores de la sociedad chilena, la Alianza y el pacto DC-PS.
El desgaste del ritual electoral como dimensión política de la reafirmación del modelo parece ser profundo, arrastrando de pasada con apuestas como la de Igualdad y otras que orientan su participación desde el margen político institucional pero que carecen de resonancia en amplios sectores del campo popular movilizado no obstante expresar discursivamente sus demandas. El panorama se complejiza si entendemos esta coyuntura como un juego de dos tiempos, en que solo los resultados de la próxima elección presidencial referirán, por su trascendencia, si efectivamente lo ocurrido en octubre es una tendencia o definitivamente tiene su explicación en la baja relevancia política de la disputa municipal. Ahora bien, la derrota parcial del binomio que significó la alta abstención no significa una victoria de los sectores movilizados ni implica necesariamente la posibilidad de capitalización política de dicho fenómeno, pero ¿puede transformarse en ello? En el mes de agosto los estudiantes secundarios amenazaron con boicotear las elecciones municipales del 28 de octubre si no se daba respuesta satisfactoria a su petitorio.
Más allá de las posibilidades de la implementación de tal amenaza, este mensaje tuvo el merito de instalar en el debate político del campo popular la necesidad de actuar en el escenario contingente y tensar posiciones en sectores políticos con incidencia social y que tenían comprometidos sus intereses en el actual escenario electoral (desde la derecha hasta Igualdad); sin embargo el presente contexto nos plantea la necesidad de desarrollar una propuesta de mayor proyección que el llamado a no prestar el voto, lo que significa dar un salto cualitativo en la generación de la propuesta política libertaria. El eje central, en este sentido, radica en la necesidad de que los procesos de desarrollo programáticos sean masificados y fortalecidos, pero como expresión de una orientación estratégica de ruptura.
Y aquí debemos ser claros. La disociación entre el programa y la orientación estratégica únicamente será funcional al mantenimiento de la inercia política propia del basismo, y en el peor de los casos, que las propuestas programáticas sean fagocitadas por las expresiones políticas adscritas al modelo o por las que apelan a su reforma haciendo abstracción de las condiciones estructurales del marco institucional. La tarea consiste entonces en determinar un piso programático que aglutine al campo social movilizado en función de una orientación estratégica de ruptura democrática, ello nos permitirá abordar desde el campo popular movilizado una propuesta para la acción política frente al escenario electoral de 2013 que permita referenciar tanto los contenidos de nuestra apuesta como asimismo un camino para acabar con el modelo y abrir una nueva etapa en la lucha de clases en Chile.
Lo anterior coloca en la agenda la necesidad de explorar las alternativas tácticas en su amplitud, determinar los límites en la implementación de cada una de ellas, así como evaluar los distintos posicionamientos políticos existentes en el seno del campo popular, lo que permitirá asimismo establecer una correcta política de alianzas. Estas tareas nos obligan como proyecto político a profundizar nuestra vocación de mayoría, en sustentarnos en una correcta orientación estratégica en el actual escenario de la lucha de clases, en los avances programáticos de nuestro pueblo y en el despliegue nacional de fuerzas en orden a orientar y gravitar decisivamente en el proceso político. Ello permitirá que la Izquierda Libertaria emerja como una alternativa real y fuerza articuladora para aportar sustancialmente en la construcción de una alternativa socialista para nuestro pueblo. En ello confiamos y por eso luchamos.
Arriba los y las que luchan
Organización Comunista Libertaria de Chile. Febrero de 2013.