A sus 74 años es un fenómeno electoral. Las encuestas lo sitúan como el político más querido por los uruguayos y en el último Congreso del Frente Amplio consiguió el apoyo del 72% de los delegados para ser el candidato de la coalición a la presidencia de la República. Tiene la astucia de un hombre de campo y la abnegación de un guerrillero. Sepa cómo es que un tupamaro puede convertirse en el nuevo presidente de Uruguay.
Su nombre es José Mujica pero todos lo llaman Pepe. Nació en un modesto hogar de pequeños agricultores en la periferia de Montevideo. Nunca terminó el colegio. Desde su adolescencia se dedicó a la política y a su chacra. Primero militó en el Partido Nacional, donde fundó una corriente de izquierda, convencido de que “el nacionalismo popular es una puerta de entrada hacia los caminos de la liberación nacional, lo considero como una etapa previa a cualquier propuesta de carácter socializante”.
A mediados de los ’60 entró a las filas del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y se entregó por completo al enfrentamiento contra el régimen constitucional uruguayo, que por esos años hacía retroceder los triunfos que los trabajadores habían conseguido durante la etapa socialdemócrata. Mujica y los Tupamaros fueron visionarios, sabían que el capitalismo se traía entre manos la destrucción del Estado de Bienestar con golpes militares y dictaduras. “Nosotros teníamos distintas disciplinas políticas, pero algo nos unía: había que prepararse para el golpe de estado. Nos preparábamos para servirle al movimiento popular en el momento en que se diese el golpe”, explica Mujica.
Tras la derrota militar del MLN-Tupamaros, Mujica pasó 15 años en la cárcel, entre 1970 y 1985, de los cuales 11 fueron bajo amenaza de muerte si la organización se reactivaba. Y así fue, pero ahora disputando el poder por la vía democrática. Al salir de la cárcel, los periodistas le preguntaron a Mujica qué línea política seguirían en el nuevo panorama político, a lo que el guerrillero respondió: “No tenemos línea, no podemos tenerla porque nuestros cerebros están ignorantes. El puñado de viejos Tupamaros que ha quedado es apenas un palito para que la colmena se aglomere a su alrededor, pero lo esencial no es el palito, sino la colmena. La lucha armada es cosa del pasado. O hacemos política en serio o la otra alternativa es sentarnos en el cordón de la vereda a tirarles piedras a los que pasan.”
PRAGMATISMO Y ABNEGACIÓN
De la mano de Mujica y Raúl Sendic, los Tupamaros, a diferencia de otros movimientos revolucionarios de Latinoamérica, sobrevivieron a la derrota política y hoy son mucho más que una reliquia del pasado. Tienen en común con otros grupos guerrilleros el anticapitalismo y el convencimiento de que la salida es el socialismo, pero su principal esfuerzo está puesto en la conquista de la simpatía de las mayorías.
Rechazan el dogmatismo y el lenguaje “tremendista”, incluso en sus años como guerrilla, cuando en lugar de redactar extensos y aburridos comunicados elegían notas cortas echando mano a chistes y refranes populares. Mujica es la mejor expresión del dirigente tupamaro. Su sabiduría y astucia nacen del sentido común del hombre de campo, de sus penas, alegrías y necesidades cotidianas.
Hay una anécdota que lo pinta bien. Era 1994 y un hombre humilde detenía su destartalada motocicleta Vespa en el estacionamiento del Congreso uruguayo, al lado de los imponentes autos oficiales. Un policía se le acerca y le pregunta con respeto, dándole a entender que había estacionado en el lugar equivocado: “¿se va a quedar mucho tiempo?”. Mujica lo miró y le dijo con el tono de un uruguayo cualquiera: “y sí, si los milicos no me echan pienso quedarme unos cinco años”. Sólo ahí el policía se percató de que aquel sencillo viejo que tenía en frente era el diputado José Mujica.
En los ’80 la nueva estrategia de los tupamaros, con Raúl Sendic todavía a la cabeza y Mujica como uno de sus dirigentes más respetados, pasó a ser la construcción de una alianza amplia con la izquierda tradicional y sectores progresistas de la “burguesía nacional” para frenar el desarme de las conquistas sociales de la primera mitad del siglo XX por parte de blancos y colorados.
Así los Tupamaros fundaron el Movimiento de Participación Popular (MPP) para ingresar al Frente Amplio y disputar su conducción. Se ganaron acaloradas polémicas con los más puristas, a quienes Mujica criticó por “pescar en la pecera de la izquierda, pues así no se crece, no se avanza. De convencer a los que no están convencidos se trata y no de mirarse el ombligo”.
Pero la historia le dio la razón. Construyeron una amplia red de militancia con paciencia y abnegación, virtudes que aprendieron en los años de presidio, y revivieron la legitimidad social. Hoy el MPP es la fuerza más grande dentro del Frente Amplio (FA) y Mujica el político más querido en Uruguay.
BAILANDO CON LA HERMANA
En 2005, cuando el FA llegó al gobierno, Mujica fue nombrado ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca por el presidente Tabaré Vázquez. “El asado del Pepe”, como llamaba a su proyecto para la cartera, estuvo marcado por el apoyo a la agricultura familiar, la descentralización agropecuaria y una nueva política de tierras.
Gracias a su forma de comunicarse, muy cercana a la gente, y a su habilidad política, los asuntos agropecuarios –claves para la economía uruguaya- tomaron una relevancia pública sin precedentes. Su gestión fue bien evaluada por la ciudadanía y los pequeños empresarios del sector.
En febrero de 2008, Mujica renunció al cargo y volvió a su sillón en el senado. En marzo fue proclamado candidato presidencial sin muchas expectativas por el MPP, que se resignaba a que entrara segundo a la fórmula electoral del FA.
Hasta diciembre pasado el presidenciable con más futuro era Danilo Astori, ministro de Economía de Tabaré y preferido por los socialdemócratas del Frente. Pero los hechos tomaron un rumbo distinto. En el Congreso del FA, Mujica arrasó. Sacó el 72% de los votos enfrentándose a otros cuatro candidatos. Astori, el protegido de Tabaré Vázquez, quedó tercero con el 23. Así, “Pepe” se transformó en el candidato oficial del FA para las presidenciales de octubre.
Su slogan de campaña ha sido “El presidente de todos”, en sintonía con un discurso de unidad para conseguir el apoyo de los frenteamplistas que están con Astori y Marcos Carámbula, el otro precandidato de la coalición.
Consultado por la estrategia que adoptará para evitar roces internos, el líder del MPP dijo que “habrá que debatir con ideas, poniendo arriba de la mesa cada cual lo que piensa, para que la gente defina”. Sin embargo, reconoció que “no tiene ningún sentido” debatir entre ellos porque, aunque haya matices, el programa es uno solo. “Es como bailar con la hermana”, sentenció.
Francisco Figueroa Cerda
El Ciudadano