En la tarde de hoy Nicolás Maduro, en nombre del gobierno de Venezuela, comunicaba al país y al mundo una noticia no por esperada menos impactante: Hugo Rafael Chávez Frías acababa de morir.
No volveremos a ver a uno de los hombres más importantes para América Latina en la última década. Imposible no sobrecogerse ante semejante hecho. No dudamos de que en Chacao se habrá brindado con el champán más caro. No es desde luego nuestro sentir, como no lo es para las masas populares venezolanas. No podemos más que sentirnos solidarios con ellas en su sentimiento de congoja ante la desaparición física de quien durante los últimos años fuera su líder indiscutido y referente para el movimiento popular de todo el continente.
Un poco de historia
El 27 de febrero pasado se cumplía un nuevo aniversario del «Caracazo», la insurrección popular, la rebelión de los más pobres entre los pobres de la periferia urbana, de los excluidos de siempre, cuya represión a manos del gobierno del (supuestamente) socialdemócrata Carlos Andrés Pérez fue el principio del fin de una Cuarta República que moría ahogada en su propio vómito, tras una borrachera de petrodólares, corrupción, privatizaciones entre amigos, repartija de cargos, servilismo al gran capital transnacional y exclusión política, económica, social y cultural de las grandes mayorías del país.
La represión, que le provocó miles de muertos, hizo que el pueblo saliera temporalmente de las calles. Pero no volvería a salir, no ha vuelto a salir desde entonces, del escenario de la historia venezolana. Por supuesto que la insurrección no nació de la nada. La distancia entre el país oficial y el país real, el país de los de arriba y el país del común, aumentaba más y más. Bullía la organización popular en campos y ciudades, la izquierda avanzaba, los rescoldos de la insurgencia no se olvidaban, crecía el odio hacia todo lo que significaba la Cuarta República. Un odio que, acumulado subterráneamente por mil y una humillaciones, ese día salió a la superficie como un volcán en erupción.
En los cuarteles, cada vez más hijos del pueblo tenían conciencia de serlo. De su origen, de su clase, del rol que estaban llamados a cumplir en la vida nacional. Cuando el 27 de febrero de 1989 las Fuerzas Armadas fueron convocadas a defender a sangre y fuego un gobierno hambreador, corrupto, hipócrita y que durante esos días se demostraría como asesino sin escrúpulos, sus sectores más avanzados, que habían comenzado a agruparse en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, vieron que la podredumbre había llegado a un extremo tal que se hacía necesario actuar. Un joven oficial, Hugo Rafael Chávez Frías, zambo, de provincias, de extracción popular, formado en una de las escuelas más igualitarias y menos influidas por la Escuela de las Américas de todo el continente, se convertiría en su líder.
Tres años después, el 4 de febrero de 1992, tratarían de derribar a un régimen odiado y con las manos manchadas de sangre pero que, con todos los resortes a su disposición, se negaba a morir. Fracasaron. Pero es sabido que hay victorias pírricas que acaban siendo derrotas y fracasos que tan solo son el preludio de futuras victorias. Y este fue el caso. Hugo Chávez, tras ser capturado, aparecía en cadena nacional, vencido pero no derrotado, pronunciando el famoso «… por ahora» que lo convertiría en un referente para miles, transformando una derrota táctica en una victoria estratégica. Sus enemigos querían que las cámaras lo mostraran vencido y humillado, presentando públicamente su rendición, pero él dio la vuelta a la situación, aprovechándola para lanzar un alegato a favor del cambio político y social y dando esperanza a millones de venezolanos.
Durante sus años en la cárcel su prestigio entre las masas no hizo más que acrecentarse y tras su liberación se convirtió en un factor sobresaliente de reagrupamiento de la izquierda, en torno a su candidatura electoral. Chávez ya no era tan solo un oficial rebelde, era el depositario de las esperanzas de todo un pueblo, un pueblo que, organizado, estimulado y capacitado por los partidos de izquierda, no dejaba de reflexionar y de movilizarse por sus reivindicaciones más sentidas, reivindicaciones que conseguiría plasmar parcialmente en 1999 en la Constitución Bolivariana y en la obra de gobierno desde la fecha hasta la actualidad. No nos extenderemos mucho en este punto, porque hay abundante información al respecto, sobre la mejora sustancial en los índices de desarrollo humano, el incremento de los niveles de acceso de los sectores populares a la educación, el transporte, las pensiones y la salud, la recuperación de la fiscalización pública sobre la economía, el ataque a la burocracia petrolera, los controles sobre los bancos, la preocupación por la soberanía alimentaria, los esfuerzos por salir del modelo rentista y marchar hacia una economía productiva y diversificada. Y, de manera muy sobresaliente, por abrir paso a una nueva arquitectura geopolítica.
Chávez y Latinoamérica
Venezuela, durante los años en los que Chávez ha estado al frente de su gobierno, no ha escatimado en lo que se refiere a la solidaridad internacionalista. Con Cuba, contribuyendo a romper su aislamiento, esfuerzos que culminarían con su entrada con pleno derecho, como le corresponde, en el concierto de las naciones americanas, con la OEA digitada desde Washington cada vez más irrelevante. Con Haití, siendo ejemplo de colaboración desinteresada y práctica, de carácter técnico, verdaderamente humanitaria, que contrasta con la intervención militar y el interés mezquino y rastrero de otros Estados de la región, incluidos algunos con gobiernos supuestamente progresistas. Con las batallas por la paz con justicia social en Colombia. Con el entendimiento, la integración y la soberanía política, energética, militar, financiera y alimentaria, en suma, de Latinoamérica y su relación de igual a igual con el resto del mundo.
En este campo, como en otros, todas las insuficiencias, omisiones y errores que podamos ver en su labor (por supuesto que las ha habido) quedan empequeñecidos si los comparamos con sus logros, aperturas y aciertos. Visto en perspectiva, el balance global es más que positivo.
El gobierno de Chávez ensanchó los límites de lo posible, a nivel nacional e internacional. ¿Quién imaginaba la CELAC (¡y Cuba presidiéndola!) en 1998, cuando Chávez ganó sus primeras elecciones? ¿la OEA ignorada y puenteada? ¿un eje continental como el ALBA? ¿UNASUR? ¿Medidas económicas a contravía de la ortodoxia neoliberal? ¿soberanía sobre los recursos naturales? ¿regulaciones sobre el sacrosanto mercado no deseadas por sus beneficiarios oligárquicos? ¿el socialismo de nuevo en el vocabulario político? ¿la doctrina militar de Washington más y más arrinconada en los cuarteles?
No somos fetichistas ni creemos en las figuras providenciales en la historia. Somos materialistas y conscientes de que la historia la escriben los pueblos. Pero no podemos pasar por alto ni minusvalorar la importancia que ciertas personas tienen en la marcha de los procesos, sea por su carisma, por su capacidad de trabajo o por ambas. Y la importancia de la labor que Chávez ha desarrollado desde el gobierno de Venezuela en pro de la integración latinoamericana y el empoderamiento de sus pueblos es inocultable.
En lo sucesivo
El pueblo venezolano no es el mismo que el de la Cuarta República. Está más politizado y organizado. Es consciente de lo mucho que ha ganado en los últimos años y, por tanto, de lo que puede perder. El neoliberalismo y sus paladines ya no son el centro político, éste se ha desplazado notoriamente a la izquierda. Los ejes sobre los que pivota la agenda pública ya no son los mismos, muestra de ello es que hasta el candidato de la oposición, un hijo de papá con un pasado derechista patente, tuvo que lucir de socialdemócrata para la ocasión y compararse con Lula para aspirar siquiera a no hacer el ridículo en las urnas.
Los mejores cuadros del proceso bolivariano se encuentran entre toda esa fuerza de los de abajo que ha contribuido a desencadenar, su mayor activo es ese pueblo mestizo, rebelde, creador, que se expresa multitudinariamente, por dentro y por fuerza de las estructuras «chavistas», en la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora, en las barriadas populares, en la comunicación alternativa, en los sindicatos clasistas, en el pueblo en armas, en la lucha por el espacio público, por el excedente petrolero, por la soberanía nacional, por la cultura, por el agua, por la tierra, por la salud, por la vida digna y el Poder Popular. Con o sin Chávez seguirán adelante, porque la lucha del pueblo venezolano no comenzó ni terminará con su desaparición física.
Preocupa sin embargo la excesiva personalización del proceso de cambio. El proceso bolivariano debe consolidar una dirección colectiva si no quiere perecer en la lucha por el legado del difunto. El reto es ser realmente proceso y boliviariano y no únicamente estructura y «chavismo». También preocupa el excesivo amoldamiento a los parámetros del viejo Estado, que no olvidemos que no se destruyó sino que se reformó, y dentro del cual convive lo nuevo y lo viejo: la vieja judicatura, el viejo entramado empresarial, la vieja política, los viejos medios, los viejos académicos e intelectuales, los viejos hábitos, prejuicios y estructuras que si bien algunos van cambiando a mejor, otros se mantienen o incluso avanzan. Dentro y fuera del «chavismo». Y es que hay que ser conscientes de que no es oro todo lo que reluce. De que todo gobierno atrae hacia sí no sólo a personas con vocación de servicio público, sino también a «trepas», chupópteros y aprovechados, en número y grado proporcional a los privilegios y «manos» que puedan conseguir. Y no hay duda de que casi 15 años de gobierno, y más en una sociedad de capitalismo rentista, clientelar, burocrático, tienen sus consecuencias, en forma de desarrollo de negociados, nepotismos y toda clase de favoritismos.
Ojo, que la nuestra no es la crítica que ataca pero que no propone, la que niega y que como toda alternativa propone el aislamiento. La que por exceso de celo acaba desmoralizando y desarmando frente al enemigo. La que falta de intuición y sentido histórico dice que «todos los gobiernos son iguales». No. Sabemos que no se puede pretender ser inmune a lo que te rodea y pasar limpio e inmaculado cuando de disputa de hegemonía se trata y cuando el escenario en el que hay que pelearla no se elige sino que viene dado y es uno que el enemigo ha moldeado con ventaja durante generaciones.
Pero eso no debe llevar a justificar lo injustificable o al cinismo y a «dejarse llevar por la corriente» en nombre de un supuesto pragmatismo político, sino a trabajar con más ahínco en desarrollar herramientas eficaces para seguir abriendo espacios al mundo plebeyo y conquistarle esa hegemonía a las clases dominantes: organizaciones populares fuertes, vivas e independientes frente a cooptación, cuoteo y clientelismo, debates amplios frente a tendencia a decidir entre cuatro paredes, participación social frente a unilateralidad y ordeno y mando, elección popular de candidatos y cargos frente a nombramientos «a dedo», valores socialistas frente a vicios capitalistas, responsabilidades frente a privilegios, lo nuevo frente a lo viejo…
Esas mentalidades y prácticas, esas tendencias, son las que tienen que abrirse paso a todos los niveles para que la muerte de Chávez no sea la fiesta de la burguesía sino sólo un episodio más, sin duda doloroso, en la marcha ascendente del pueblo venezolano hacia mayores cotas de soberanía y bienestar.
Por Manu García
Santiago de Chile, 5 de marzo de 2013
Publicado en Anarkismo.net