Por Marcos Aguirre Silva
Docente del Instituto de Humanidades de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano
Sorprende leer las últimas columnas de Carlos Peña, usualmente lúcidas y agudas, tan desprovistas ahora de toda sagacidad. Me refiero a “El malestar en la cultura” y “El nuevo arcoíris”, del 20 y 27 de octubre respectivamente. Tres factores serían, según el primer artículo, los que quizá explican las “turbas… saqueos, incendios, cacerolazos”: la anomia de los jóvenes; la deslegitimación de la modernización capitalista cuando ella no es capaz de asegurar el incremento del consumo y la conciencia creciente de la desigualdad social.
Los tres factores son complementados en el segundo artículo con una caracterización de “las sensibilidades” que destacarían en la multitudinaria concentración del viernes 25 de octubre: el “nomadismo vital” de los jóvenes, el anhelo de seguridad de los más viejos y —sorpresa— los lectores de Ernesto Laclau.
En varios pasajes se deja sentir la justificada irritación del autor frente a una explosión social que parece carecer de toda racionalidad. Pero me pregunto si el instrumental sociológico utilizado no será demasiado simple. En buenas cuentas, pareciera que el peso central de sus análisis lo tiene la consideración etaria: jóvenes y viejos destacan como los únicos actores sociológicamente identificables —porque admitamos que los lectores de Ernesto Laclau, que en paz descanse, no constituyen una categoría social y dudo que constituyan siquiera una categoría política.
Refiriéndose a los tumultos que azotaron a la república romana, cuando la plebe se rebeló contra los patricios gobernantes, dice Maquiavelo que “no se pueden calificar de nocivos estos desórdenes” porque las buenas leyes proceden “de aquellos desórdenes que muchos inconsideradamente condenan”. Dice también Maquiavelo, reflexionando acerca de quién debiera custodiar la libertad en las repúblicas, si la plebe o los nobles, que “la guardia de toda cosa debe darse a quien menos deseo tenga de usurparla, y si se considera la índole de nobles y plebeyos, se verá en aquellos gran deseo de dominación; en éstos, de no ser dominados, y, por tanto, mayor voluntad de vivir libres, porque en ellos cabe menos que en los grandes la esperanza de usurpar la libertad.”
No se trata de repostular los ideales de virtud de las repúblicas renacentistas para las sociedades actuales, por supuesto, pero los análisis del Maquiavelo republicano tienen una notable actualidad, a la luz de los últimos acontecimientos: ¿no es cierto que si nada de esto hubiera pasado quienes más se benefician del modelo jamás hubieran estado dispuestos a negociar sus privilegios? Y si se me objetara que la sola pregunta es indicio de una aprobación de la violenta destrucción del metro, respondería que desapruebo toda forma de violencia, más aún la violencia organizada en el sigilo y las sombras, con propósitos indiscernibles y dudosos, pero eso no invalida la pregunta.
Por otra parte, la simplificación de las fuerzas operantes y participantes en la concentración del viernes 25, así como los severos juicios sobre su falta “de orgánica, de programa y de orientación ideológica”, también me parecen pobres análisis, aunque reflejen una verdad incontestable —hay que decir, no obstante, que esas carencias de la movilización del 25 están siendo progresivamente superadas por el movimiento que la ha sucedido. Que lo que hubo allí fue “un encuentro de sensibilidades diversas” es una afirmación tan general que podría sostenerse en relación con cualquier reunión, incluso casual, por lo que no revela absolutamente nada que no conozcamos a priori. Pero más allá de la vacuidad de la tesis general, si se entra en el detalle de la misma, habría que decir que tampoco se avanza mucho. Que la composición de este encuentro se puede analizar en términos de jóvenes y viejos, los unos ”nómadas vitales”, es decir, lanzados a la vida y llenos de planes y expectativas en muchos casos desvinculadas del bienestar material, mientras que los viejos están más preocupados por la estabilidad y la seguridad material —probablemente es algo que también podríamos decir, sin equivocarnos, de Cártago en el siglo IV, cuando los jóvenes formaban grupos para recibir a los nuevos estudiantes provenientes de las colonias romanas del norte de África y entre los cuales se contaba un tal Agustín de Hipona. Reconozcamos que no se trata precisamente de una descripción que nos permita ver lo específico de una situación histórica singular, ¡vamos!
Donde la columna de Peña no se equivoca, pienso, es cuando reitera las críticas a la desigualdad, vigentes desde el célebre discurso de Rousseau, y a la falta de legitimidad que amenaza desde adentro al capitalismo tardío y que fuera postulada por Habermas en 1973. Ahí concordamos.