El 22 de abril de 2019 una barcaza halló el cuerpo de una mujer dentro de una valija flotando en el río Oise en Neuville, al norte de París.
Resultó ser el cadáver de Marie-Alice, de 53 años, una consultora que los investigadores creen que fue asesinada por su pareja, quien ocultó el cuerpo con la ayuda de su hijo.
Marie-Alice es una de las 115 mujeres asesinadas en Francia en lo que va del año por su pareja o expareja. En 2018, las víctimas mortales llegaron a 121, revela una investigación realizada por la agencia AFP.
De acuerdo con las estadísticas, una mujer muere cada tres días en Francia a manos de su pareja o expareja y la violencia matrimonial afecta anualmente a unas 220.000 francesas.
«Nuestro sistema no está funcionando para proteger a estas mujeres», admitió la ministra de Justicia francesa, Nicole Belloubet.
Un problema mundial
Miles de mujeres mueren cada año en el mundo por el simple hecho de ser mujeres. En 2017, las víctimas llegaron a 90.000. Es una plaga que afecta sin distinción a países ricos y pobres, a los que están en guerra o en paz.
Varios países han adoptado desde hace algún tiempo legislaciones eficaces contra este flagelo, como es el caso de España y varios países de América Latina, cuna de las primeras leyes sobre feminicidios. Otros, como Francia, están tomando conciencia ahora.
En el mundo, Asia encabeza la triste lista con más mujeres asesinadas (20.000) por sus parejas o familiares en 2017, seguida del continente africano (19.000), América del Norte, Central y del Sur (8.000), Europa (3.000) y Oceanía (300), según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Onudc).
Pero es en África (Sudáfrica, Senegal, República Democrática del Congo) donde las mujeres «corren más riesgo de ser asesinadas por su pareja o un miembro de su familia» (69%), de acuerdo con la ONU.
En 2017, El Salvador conoció una de las peores situaciones del mundo en términos de asesinatos de mujeres, con 13,9 mujeres muertas sobre 100.000, de acuerdo con Onudc.
Detrás se ubican Jamaica (11 sobre 100.000), República Centroafricana (10,4 – estadísticas de 2016-), Sudáfrica (9,1 – cifras de 2011-) y Honduras (8,4 -2017-).
De las cerca de 90.000 víctimas de 2017, un 57% (50.000) murió a manos «de sus parejas o de miembros de su familia», según Onudc.
Un tercio (30.000 mujeres) de estas mujeres fueron asesinadas por su excónyuge o pareja actual, «alguien en quien normalmente tendrían que confiar».
La Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó a finales de 2017 este dato: Un 38% de los asesinatos de mujeres fue cometido por su pareja masculina.
Estos crímenes no son «generalmente consecuencia de actos espontáneos o aislados, sino más bien de una acumulación de violencia relacionada con el género», y con un «carácter posesivo, los celos y el miedo al abandono».
Ejemplos de lucha
España es citada a menudo como uno de los países que más esfuerzo está haciendo contra esta lacra desde principios de los años 2000.
Entre las medidas que ha tomado destacan una ley pionera, la creación de tribunales especializados y la implantación de brazaletes que impiden que el agresor se acerque a la mujer que acosa.
En 2018, 50 mujeres fueron asesinadas y desde principios de 2019, ya hay 51 mujeres asesinadas. En 2003, el número de víctimas fue de 71.
Para las asociaciones, estas cifras todavía son demasiado elevadas. Temen, además, que con el auge de la extrema derecha retroceda la lucha contra la violencia de género.
América Latina es otra de las pioneras en cuanto a legislación y el primer instrumento jurídico consagrado a la violencia contra las mujeres es de hecho la Convención Interamericana de Belém do Pará, firmada en 1994.
En Canadá, por ejemplo, se han establecido planes de acción contra la violencia a mujeres en 10 provincias.
Destacan especialmente la formación de los policías, abogados o jueces, que ayuda en la comprensión de las víctimas y en la detección de los riesgos, según la Federación de Casas de Acogida para las Mujeres.
Pese a estas medidas, cada seis días una mujer es asesinada por su cónyuge en Canadá. Las mujeres indígenas tienen seis veces más riesgo que las otras.