Por Daniel Labbé Yáñez
“La mitad de mi familia no me habla”, dice Lisette Orozco, minutos antes de que su documental “El pacto de Adriana” (2017) sea exhibido ante una sala repleta en el ex centro de detención y tortura de la dictadura Londres 38. ¿La razón?: su película muestra el infructuoso -y a ratos patético- intento de su tía, Adriana Rivas, por negar completamente las graves acusaciones de violaciones a los Derechos Humanos durante el régimen encabezado por Augusto Pinochet que pesan en su contra.
Rivas fue funcionaria de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), uno de los dos principales aparatos represores de la dictadura, y secretaria personal del director de dicha organización criminal, el general Manuel Contreras. Está acusada de ser protagonista de despiadadas torturas durante interrogatorios a detenidos y de desapariciones de opositores a la dictadura.
“¡¿Por qué no me crees? Soy tu tía, sangre de tu sangre!”, le espeta Adriana a su sobrina cuando el documental ya se está cerrando y la figuración pública de Lissette como una familiar de una criminal aparece como algo irreversible. Se ha transformado en una “Desobediente”; pero no está sola.
“LOS OJOS DE TU TÍA FUERON LOS ÚLTIMOS QUE VIO MI FAMILIA”
La presentación de “El pacto de Adriana” el lunes 8 de septiembre fue la segunda aparición pública de la organización Historias Desobedientes Chile. La primera había sido un día antes, durante la tradicional romería al Cementerio General en Santiago con motivo de una nueva conmemoración del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Nunca antes los familiares de víctimas de violaciones a los Derechos Humanos habían sido acompañados en esa eterna marcha, por hijos, sobrinos, de los genocidas chilenos.
“Repartíamos los papeles con la información de lo que significa el colectivo y la gente los tomaba muy relajados, pero cuando los leían quedaban en un shock, porque no pueden creer que esto esté pasando”, cuenta Lissette Orozco, también integrante de Historias Desobedientes Chile. “Me abrazó una señora y me dijo: ‘Yo soy la hija de Ana González. Mírame a los ojos, porque yo creo que los ojos de tu tía fueron los últimos que vio mi familia. ¿Tú sabes algo?’… Me partió en mil pedazos”, narra la realizadora.
Por ahora son ocho mujeres y dos hombres que viven en distintos países. Queremos hoy alzar nuestra voz. Una voz inesperada, inconcebible para muchos: somos hijas, hijos y familiares de criminales de lesa humanidad en defensa de la Memoria, la Verdad y la Justicia, repudiando las atrocidades cometidas por miembros de nuestras propias familias, se lee en la presentación de la agrupación. La semana del pasado 11 de septiembre se pudieron conocer bien. “Estamos recién empezando, pero con una fuerza impresionante”, apunta Orozco.
POR LA MEMORIA, LA VERDAD Y LA JUSTICIA
Nacieron a fines de marzo pasado al alero de sus pares de Historias Desobedientes Argentina, colectivo que en 2017 decidió salir a la luz pública luego de que la Corte Suprema de ese país decidiera volver a aplicar la llamada “Ley del 2×1”, que permite otorgar beneficios carcelarios a criminales de lesa humanidad.
Junto a Pepe Rovano, hijo de un ex coronel de Carabineros condenado por el homicidio de seis militantes comunistas, Verónica Estay es uno de los familiares de genocidas chilenos que previamente habían entregado sus testimonios en el libro “Escritos Desobedientes” -publicación clave en la visibilización de la organización dentro y fuera de Argentina- y de los impulsores de Historias Desobedientes Chile.
“Tenemos que aportar todo lo que nosotros podamos para mostrar que lo que ocurrió fue cierto y no se puede negar. Estamos contra el negacionismo”, sostiene Verónica respecto a uno de los objetivos del colectivo, la memoria. “Tiene que ver con el proceso de no olvidar, no ocultar, no negar el pasado, no justificar lo que ocurrió bajo ninguna circunstancia”, profundiza al referirse a otro de ellos, la verdad. “Es muy importante porque es lo que determina también nuestro slogan de No nos reconciliamos. Mientras no haya justicia y no haya reparación, no nos reconciliamos”, afirma al referirse al tercer motor que mueve a la agrupación, la búsqueda de justicia.
“Me abrazó una señora y me dijo: ‘Yo soy la hija de Ana González. Mírame a los ojos, porque yo creo que los ojos de tu tía fueron los últimos que vio mi familia’”
Estay explica que junto con sumarse a la lucha que han venido desarrollando por años las organizaciones de Derechos Humanos, como Historias Desobedientes Chile se han propuesto aportar en demandas levantadas por el movimiento feminista, en cuanto a que haya un reconocimiento de los crímenes sexuales cometidos durante la dictadura chilena contra las mujeres detenidas, y que se les tipifique y castigue de acuerdo a su gravedad.
HIJA DE SOBREVIVIENTES, SOBRINA DE UN CRIMINAL
Verónica Estay es sobrina de Miguel Estay Reyno, “El Fanta”, militante del Partido Comunista que tras ser detenido y torturado por el Comando Conjunto, organización criminal nacida al alero de las Fuerzas Armadas, delató a sus entonces amigos y compañeros del PC. Pero hizo algo peor: participó en el crimen del Caso Degollados, donde fueron asesinados sus compañeros comunistas Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, en 1984. Hoy cumple cadena perpetua.
A juicio de Verónica, la principal dificultad que enfrentan todos los ‘Desobedientes’ es realizar el paso desde ese “desgarro íntimo” que significa ser familiar de un criminal, hacia su trascendencia en lo público, específicamente al plano político, para tomar una posición grupalmente. “Lo que me llevó a participar en este colectivo fue el tener conciencia de que podía aportar algo en este proceso políticamente, siendo que antes era una posición personal”, ha señalado en ese sentido Estay.
Un sentir compartido por Lissette Orozco, para quien el hecho de que los familiares de víctimas de la dictadura “sepan que nosotros no estamos con nuestras familias, siento que es un tremendo aporte”. “Nosotros no nos hacemos los tontos como nuestros familiares, tenemos una responsabilidad social y sí nos importa curar esta herida que en Chile, cada vez que sale Patricia Maldonado en la televisión, se vuelve a abrir. Estamos aportando para que eso cicatrice de una vez por todas”, enfatiza.
Una transición tan valiente y empática como compleja y dolorosa, que en el caso de Verónica tiene un componente particular: sus padres son sobrevivientes de esa misma dictadura en la que su tío colaboró brutalmente. “Tengo una doble filiación”, dice.
Aun así, Verónica plantea que no es precisamente su caso el que le resulta más icónico dentro de Historias Desobedientes, debido a que ella no tiene un vínculo afectivo ni contacto alguno con Miguel Estay Reyno. “Son las historias de otros las que me parecen más emblemáticas en este movimiento. Se trata de una de las tragedias más grandes que uno puede imaginar. El hecho de tener que enfrentarse a un padre que fue torturador y que cometió crímenes de lesa humanidad, me parece que es comparable al mito de Edipo y Antígona; es decir, tiene esa potencia mítica fundamental”, reflexiona.
LA “TRAICIÓN”
“Mi tía era mi ídola”, comienza diciendo Lissette en su documental, para luego agregar que “Chany” -como llamaban afectuosamente sus familiares a Adriana Rivas- de un momento a otro dejó de ser esa persona a la que todos corrían a abrazar cuando llegaba al aeropuerto cargando regalos desde Australia. “Se transformó en una desconocida”, añade la sobrina de la ex DINA.
“Lo más difícil ha sido tomar la decisión de sacar a la luz la película. Tuve que decidir si traicionar a mi tía o traicionarme a mí misma. Me di cuenta que los secretos de mi familia eran los secretos de mi país, y cuando empecé a tomar esa dimensión dije ‘No puedo ser tan cobarde, no me puedo quedar con esto en silencio, no puedo romper el disco duro y no hacer esta película’”, apunta Orozco.
Una decisión que -como era previsible- ha significado para Lissette consecuencias que han ido más allá de la ruptura del vínculo con “Chany” o de enfrentar la pregunta de ¿qué se siente ser familiar de un asesino?, saliendo de la boca de un pariente de una víctima de la dictadura. “En la semana que a mi tía la tomaron detenida en Australia, apareció nuestro perro muerto, un pastor alemán; lo golpearon. Lo llevamos al veterinario y estaba partido entero”, relata la realizadora. “Hace poco mostré la película en un colegio y una hora antes de la función se robaron el proyector. Podría haber sido una casualidad, pero en ese colegio jamás se han robado nada”, añade.
“Tuve que decidir si traicionar a mi tía o traicionarme a mí misma. Me di cuenta que los secretos de mi familia eran los secretos de mi país”
Una apuesta por levantar la alfombra y sacar afuera lo que se ha ocultado por décadas que, además, no ha estado liberada de las legítimas sospechas surgidas desde los propios opositores al régimen de Pinochet. “Me costó mucho tratar de que me entendieran. Era una mujer muy sospechosa, para todos lados, para la izquierda y para la derecha. ‘¿Le vas a limpiar la imagen o no?’… Estaba todo el tiempo ese prejuicio”, explica la documentalista.
Si bien a Lissette la mitad de sus parientes dejaron de hablarle, su núcleo familiar más cercano está con ella, principalmente los más jóvenes. “Y eso es lo más bonito, porque las nuevas generaciones me dicen ‘yo estoy orgullosa de ti prima, tremenda pega, tremendo trabajo’. Se notan las diferencias entre la generación del miedo y la generación post democracia”, concluye la realizadora.
Reportaje publicado en la ediciòn nº 236 de la revista El Ciudadano.