Vicente Muñoz, estudiante que perdió un ojo por un perdigón: “Siento como si estuviera volviendo de una guerra”

El 'Vicho', como lo llaman cariñosamente, nos abrió las puertas de su casa para conversar y reflexionar sobre lo ocurrido. También estuvieron su madre y su hermana. "Estoy medio ciego, pero en realidad viendo todo más claro que nunca", dice Vicente.

Vicente Muñoz, estudiante que perdió un ojo por un perdigón: “Siento como si estuviera volviendo de una guerra”

Autor: Daniel Labbé Yáñez

Por Camila Sierra Madrid
* Artículo publicado en la edición nº 238 (diciembre 2019) de la revista El Ciudadano.

Una de las respuestas más brutales del gobierno de Sebastián Piñera al despertar chileno de octubre ha sido dispararle a los ojos a quienes los abrieron. Las violaciones sistemáticas en contra de los Derechos Humanos han superado niveles mundiales, dejando hasta ahora -como mínimo- a 232 personas con heridas oculares, un 75% de ellas producto de disparos, según cifras del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH).

Vicente Muñoz Campusano es uno de ellos. “Siento como si estuviera volviendo de una guerra”, dice el estudiante de la carrera de Actuación de la Universidad de Chile. Tiene 18 años. Fue herido con un perdigón en el ojo izquierdo el día 11 de noviembre en la Alameda, a un par de cuadras al poniente de la Plaza de la Dignidad. Además de ese proyectil, recibió otros 7 en el resto de su cuerpo: dos en el brazo, uno en la mano izquierda que aún está alojado dentro y otros en la espalda. El que impactó su ojo lo hizo perder la visión para siempre.

“¡El Estado me cegó!”, dice, recordando lo que expresó cuando lo tirotearon. Fue su primera y más genuina reacción. “No vi cuando me disparó. Estaba pasando un guanaco -como cuando se queda sin agua-, estaba mirando en esa perspectiva y luego sentí como algo acá”, relata, refiriéndose a la cavidad de su ojo izquierdo. “Me dio vuelta la cara, me dio vuelta el cuerpo entero, y después me sangró el ojo, cayó en mi mano un trozo de algo que, ahora supongo, es la razón de porqué no tengo visión; toda mi mano roja. Sentí mucho calor”, continúa rememorando.  

Vicente gritó y luego comenzó a correr. Sabía que estaba cerca del Parque Forestal, del Teatro el Puente, donde funciona un punto de primeros auxilios. “Me detuvieron porque no podía exponerme a tanto movimiento para la hemorragia tan enorme que tenía. No me di ni cuenta que estaban los otros perdigones hasta que estaba en la ambulancia, cuando un amigo me estaba limpiando. Algunos se cayeron cuando me metí en la cama,sonaron con el metal-´tac tac´-, como canicas,y ahí recién asimilé la magnitud del balazo. Porque yo ni siquiera lo sentí como un balazo,lo sentí como una mano de metal caliente, como si un metal fundido se hubiera metido en mi cara y me hubiese sacado el ojo,esa era la sensación. Y después asimilé que no, que había sido una explosión”, narra Vicho.

Imagen solo de referencia

En la ambulancia oía que se repetía la frase «estallido ocular, estallido ocular». “Como que no me lo creía hasta que ya estaba internado en la UTO (Unidad de Trauma Ocular), donde también dijeron ‘estallido ocular’. No sé qué naturaleza específica tendrá ese diagnóstico, pero estallido es que no tengo ojo y que explotó”, afirma.

“DEVELARON QUE SON SÁDICOS”

Vicente vive con su hermana Paula en el lado sur del centro de Santiago. Son de Valparaíso y ambos estudian acá, por eso se vinieron. Ahora se les ha sumado su madre, Mabel Campusano, quien llegó para quedarse hasta que todo esto pase. Dice que dejó todo tirado para que su hijo sepa que está ahí, “que te sienta la mano”.

Al momento del atentado -como se refiere Vicente al hecho- recuerda que había muy poca gente y Carabineros ejerciendo una fuerza desmedida. “Estos hueones son unos monstruos, en verdad no les importamos”, pensó cuando estaba recién herido. Y sigue creyendo lo mismo: “Que atenten contra tu cuerpo y de tantas formas, es complicado. Siento que ya tenerlo en mi propio cuerpo es otra dimensionalidad de lo que está pasando afuera, de lo que es nuestro país verdaderamente. Se develó por completo, se sacó la máscara, develaron que son sádicos. Y creo que todas las personas que han recibido un impacto en el ojo pueden decir lo mismo. Es bestial”.

Mabel, su madre, reconoce algo con lo que probablemente muchas se sientan identificadas. Tuvo miedo de que sus hijos salieran a manifestarse a la calle. El nivel de represión brutal al que desde un comienzo se ha visto expuesta la ciudadanía, la alertó. Pero solo eso. “No podía decirles ‘oye no participen, cabros, no piensen, por favor no piensen, sigan mutantes no más porque así es más cómodo’. No pues, porque tú sabes que es algo para todos”, reflexiona. “No se les puede pedir a los cabros que confíen en el sistema. Yo no confío, difícilmente podría pedirle al resto que lo haga”, añade.

Paula, una de las hermanas de Vicente, con quien comparte el fuego del hogar, dice que después de esto no piensa en aparecerse por una marcha, y que desde que comenzó el estallido social estuvo preocupada por su hermano. Pensaba constantemente que le había pasado algo o que se lo habían llevado detenido. No porque no confiara en él, sino porque no confía en el Estado. “Yo lo veía afectado al llegar por todo lo que había visto”, apunta.

“Yo creo que es importante que pensemos que esto no es al azar. Esas personas se están dando la orden de tirar perdigones a la cara, no puede ser de otra forma si están los números como están y siguen aumentando. Entonces, a raíz de eso, fueran órdenes o no, es sentido común: nunca va a ser proporcional, aunque las marchas sean ‘extremadamente violentas’, no es proporcional”, advierte sobre la represión contra los manifestantes. Y agrega: “Es una violencia extrema, desmedida, que ni siquiera si nos comparamos con los demás países de Latinoamérica se está viendo. Es muy muy grave y al parecer a nadie le importa. Encuentro grave que eso sea la realidad ahora en Chile, que puedes salir y te pueden disparar a la cara”, enfatiza Paula.

EL AMADO VICENTE

El Vicho no pasa desapercibido. Es que este joven capricornio pareciera tener corazón de poeta, pero con espíritu punk. Amado por quienes lo conocen, como destacan su hermana y su mamá, es especial. La primera confiesa que “a Vicente, por su carácter, todo el mundo lo ha amado, se lleva bien con todos”. Y esa característica es la que permitió que “todo se moviera y se revolviera; y nos mandaron mensajes y nos llamaron, desde las tías de pre kinder hasta gente extraña que apareció con un pastel vegano en la sala de espera”, cuenta.

Vicente Muñoz

Mabel destaca que hasta hubo una marcha en Valparaíso en su nombre. “Sus profesores, su profe de teatro, sus compañeros de colegio -como estuvo de chico en ese colegio, todo el mundo lo conocía-, la familia. Fue hasta la directora del colegio, gente que tú nunca piensas que iban a estar marchando. Entonces él igual logró algo, que la gente se moviera un poquito y dijera ‘no pues, el Gobierno dice que son delincuentes pero el Vicente no es delincuente, ustedes lo conocen, entonces no me vengan con el cuento, son niños que tienen algo que decir, que tienen un proyecto, que tienen algo que hacer, que tienen mucho que aportar’”.

Pero Vicente, como muchos, también es rabia. Más aún después del atentado. Dice no haber dimensionado jamás un sentimiento como la rabia que siente ahora. “Y cuesta manejarse. Es como un nuevo mundo para mí, un nuevo mundo interno, soy otro yo”, explica. “Otro yo que ha tenido que aprender a relacionarse de nuevo, no solo con su entorno, sino conmigo mismo”, profundiza.

Él lo grafica así: “El loco que viste en la ‘U’ y que te cayó bien, ahora es una persona profundamente afectada por el Estado y no sabes cómo continuar con esa relación social, y toda la relación con el mundo se empieza a partir; no sé si a partir, pero a modificar”. En ese sentido, Mabel, Vicente y Paula aseguran que después de este momento de nuestra historia, nadie volverá a ser la misma persona. Vicho con mayor razón, por supuesto.

Un montón de intervenciones artísticas y poéticas se han realizado a lo largo de esta franja de tierra a raíz de las mutilaciones. Paredes enteras con ojos dibujados, pintados con brocha o latas se spray, acompañados de versos, han cubierto la ciudad. Se podría decir que ahora, más que nunca, ese Chile, país de poetas se hace carne y realidad. Pero Vicente piensa algo distinto. “No creo en que se deba poetizar de un movimiento. Él perdió el ojo por lo que creía. Creo que no, que eso está mal, que no se debería porqué perder nada por defender un ideal”, sostiene.

“La represión del Estado sigue dentro de mi cuerpo aún. Es tan loco pensar eso. Lo piensas y suena como a una poesía de revolución, pero es la realidad. Y siento esta mano, este brazo, distinto a este, siento que aún no adquiere todos los colores para ser real. Siento que metieron miedo a través de un perdigón, miedo físico, concreto, pero el miedo ideológico ya no existe, ya no va”, reflexiona Vicente. Y agrega una suerte de declaración de principios, un manifiesto: “Me forzaron a estar en combate por el resto de mi vida, y lo voy a estar, porque tengo una marca que me lo recuerda”.

EL TRAUMA

Vicente y su familia nunca más serán los mismos. Él, un joven estudiante de Actuación, a quien lo primero que le dicen al entrar a la escuela es que su cuerpo es la herramienta de trabajo. “Pero qué pasa cuando el Estado es el que está atentando contra ese cuerpo, qué tanto cuidado puedes tener con eso”, reflexiona. El Vicho además baila ballet, pero después del atentado no sabe si podrá volver a hacerlo. “Son cosas así que tuve que afrontar con la velocidad de un gatillo”, dice al respecto.

Para los tres, este es un trauma con todas sus letras. Uno provocado por agentes del Estado que con autorización dispararon en su contra. “Hasta cuándo voy a ver esa imagen”, recuerda que se preguntaba al inicio el joven estudiante. Hasta ahora, solo ha salido a controles médicos y a su ciudad natal. “Cuando he tenido que transitar por lugares donde hay pacos me cubro, porque no sé cómo voy a reaccionar, porque es ver a tu agresor”, explica.

En este contexto, Paula y Mabel dicen estar dispuestas a permanecer ahí siempre que Vicente las necesite. Se están preparando para lo que viene, más operaciones y un trauma que ha alterado el cotidiano con crisis de ansiedad o de angustia. “A mí me afecta mucho en lo psicológico todo esto. Ayer me removieron el clonazepam de todos los medicamentos que debo tomar, y ese mismo día desperté como sacándome el parche, y rascándome, y tocándome, y con ganas de gritar”, cuenta.

Prescindir de ese medicamento le ha significado ir entendiendo la realidad como es. “El clonazepam te protege del shock, estoy recién asimilando esa siguiente etapa, y creo que van venir muchas otras más, todo el proceso psicológico-psiquiátrico, todos los procesos que tengo que pasar para sanar; de lo que podemos hablar de sanar, porque igual es una cosa tan incurable como imperdonable”, apunta Vicente.  

Vicente junto a su madre y a su hermana

En esa dinámica es que el primer impacto ocurrió cuando volvió a ver su rostro reflejado luego de la acción criminal, como la califica su madre. “La primera vez que me pude parar después de la operación y mirarme al espejo, fue duro. Me tuve que volver a reconocer la cara, y no solo porque tuviera un parche enorme o porque estuviera hinchado o porque tuviera marcas, sino por lo que significaba para mí”, recuerda.

“NO TENEMOS MIEDO”

Cuando se trata de hablar del estallido social que vive Chile, Vicente es radical. “Creo que esto tiene que ser con lógica de Fénix, que arda todo y que se vuelva a armar algo nuevo con otro orden, porque de verdad que el orden que hasta ahora existe está sucio. Por eso creo que hay que derrocarlo todo”, expresa. “Estoy medio ciego, pero en realidad viendo todo más claro que nunca”, espeta.

Por eso tiene la convicción de que el movimiento ciudadano no puede parar. “No se cansa, su naturaleza va en eso, no cede con el cansancio, se modifica y se va a ir modificando, y espero que cuando yo esté viejo todo haya cambiado y esté mejor, que las personas no sean abusadas por el Estado, que dejemos de ser solo número y que seamos personas para los que nos gobiernan. Yo creo profundamente en el cambio a través del fuego, pero entiendo que el mundo no está funcionando con esa lógica de pensamiento. Y esto mismo te convence, esta agresión te convence”, piensa Vicho. “Lo voy a seguir creyendo hasta que me muera”, añade. 

El pasado jueves 21 de noviembre Amnistía Internacional emitió un informe, entre cuyas conclusiones estuvo la siguiente: “La intención de las fuerzas de seguridad es clara: dañar a quienes se manifiestan para desincentivar la protesta”. Sirvió para amplificar un diagnóstico que quienes han participado de las protestas y -sobre todo aquellos que han sufrido la violencia estatal en primera persona- ya lo sabían. “Aplicaron una política del terror que estaba vieja”, dice Vicho, para luego apuntar una conclusión que es compartida ampliamente en la ciudadanía movilizada: “Pero no tenemos miedo”.

Un diagnóstico señalado igualmente por su madre, quien plantea que lo que el gobierno de Sebastián Piñera pretendía era “sacar a los cabros de la calle quitándoles un ojo, violando a sus hermanas, matando a sus hijos, pero se encontraron con una juventud que no tiene los miedos y las trancas que tenía uno”. “Ellos mismos, con todo su aparataje de mentiras, han logrado que la gente empiece a pensar. Hay un nivel de conciencia en la gente que es distinto”, añade.

“Hay que aprender a empatizar. Si eso pasa mientras estemos juntos, si volvemos a mirar al vecino y si el vecino está complicado, apañarlo, y esas cosas van a ir haciendo que todo esto vaya siendo menos difícil. Mientras mantengamos esa solidaridad que se ha generado, pienso que vamos por buen camino. Eso es lo que tiene que primar, el bien común”, concluye Mabel.


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