Para que la lucha contra el narcotráfico sea efectiva hay que buscar entender a quienes cometen las acciones más sangrientas: los jóvenes pobres, violentados en su infancia y que al sumarse a los carteles pasan a concebir la violencia como un trabajo, dijo la académica mexicana Karina García.
«Hay que repensar las estrategias, y para poder repensarlas y que sean efectivas, hay que escuchar a los perpetradores, y en base a esas experiencias empezar a diseñar nuevas políticas públicas», explicó la investigadora.
Para su tesis doctoral, en la que analiza la violencia del narcotráfico, García entrevistó a 33 hombres de entre 18 y 45 años que integraron algunos de los más importantes carteles de droga mexicanos, en algunos casos como sicarios, torturadores o secuestradores.
La autora identifica en su investigación cuatro «dimensiones» de la violencia vinculada al tráfico de drogas en el país norteamericano.
En primer lugar, García observó que estas personas entienden a la violencia como un trabajo que deben cumplir, porque así se lo ordenan sus superiores, individuos que están por encima de ellos en la jerarquía del cartel, que se maneja como cualquier empresa.
«Ahí menciono una cita de uno de mis entrevistados, que era sicario pero también su trabajo era torturar y desaparecer cuerpos y que a mí me quedó muy grabada. Cuando me estaba contando los detalles más sádicos con los que torturaba a sus víctimas, yo en ese momento trataba de justificarlo de alguna manera (…) y me contestó: «¿Tu cuestionarías a un carnicero por matar cerdos o gallinas?» Para él su lógica es: «Este es mi trabajo, punto, no lo cuestiono, así es», contó García.
Para la académica, docente de la Universidad de Bristol, en Reino Unido, hay un deber en el estudio de cómo estos jóvenes viven y entienden la violencia que experimentan a diario.
«¿Cómo es posible que niños y jóvenes estén dispuestos a ganarse la vida a través de torturar, asesinar, secuestrar, matar personas? Para mí ese es un foco que se ha explorado poco», afirmó García.
La investigadora sostuvo que es un asunto «difícil, complejo», pero aseguró que se debe buscar comprenderlo para poder afrontarlo con éxito.
«Insisto, para poder diseñar políticas públicas y políticas de seguridad efectivas, hay que entender este proceso de cómo llega ese individuo a considerar, no una actividad ilegal, el tráfico de drogas, sino estos actos violentos», expresó.
Adictos a la muerte
Una segunda dimensión de la violencia es aquella que es entendida por los narcos como parte de las reglas del juego del «negocio».
Así, los secuestros, las torturas, las mutilaciones y los asesinatos, forman parte de una lógica que no se cuestiona, y que solo se puede comprender al conocer lo que ha sido la vida de estos hombres y la violencia que han sufrido desde la infancia.
«Para mí y al menos para mucha gente en la sociedad, es incomprensible, pero cuando se entiende esa lógica a través de sus historias de vida, a través de las experiencias que estos hombres han tenido, es mucho más entendible; no justificable, pero sí mucho más entendible», observó García.
La autora narra también la violencia a la que fueron sometidos estos hombres desde que eran niños, en sus propios hogares y de parte de sus padres, hasta que se suman a pandillas de las que luego son reclutados para integrar los carteles de droga.
«Estas personas no nacen o no llegan a descuartizar personas, o decapitar personas de la nada; ellos nacieron y crecieron rodeados de muchísima violencia, de diferentes tipos de violencia: doméstica, de género, de pandillas; rodeados de mucha inseguridad, y donde aprendieron desde muy pequeños a ser violentos y aprendieron que la violencia es la única manera, no solamente de literalmente sobrevivir, sino de ser respetados», explica la académica.
Otra de las «dimensiones» de la violencia que García halló durante las entrevistas con estos hombres, es la de la violencia como un pasatiempo, como un hobby, llegando en algunos casos a volverse una adicción.
«Más lo ves, más te acostumbrás y más lo querés», le dice uno de los hombres a García, según relata la especialista en su trabajo.
Otro reconoce que una vez que se está «en el negocio», la violencia «se vuelve como una adicción».
La Santa Muerte
La cuarta perspectiva del trabajo de García es uno de los más escalofriantes, ya que responde al culto a la Santa Muerte, y a los rituales que practican algunos carteles, en especial Los Zetas.
«Ellos, para protegerse, no tanto para tener una vida digna, sino para tener una muerte digna, hacen estas ofrendas, estas vidas las ofrecen a la Santa Muerte, en rituales básicamente satánicos, y las víctimas muchas veces eran personas inocentes, niños, jóvenes, niños que vivían en la calle», cuenta la académica.
«Eso a mí es lo que más miedo me da», reconoce García.
Según la investigadora, estos rituales pueden estar vinculados a las desapariciones que afectan a México como una epidemia.
«Creo que se tienen que hacer más investigaciones sobre este tema, sobre todo en el contexto de desapariciones que tenemos en México, que es un problema gravísimo actualmente. Sería interesante vincular estas desapariciones con esto», sostuvo García.
Según datos del Gobierno mexicano presentados la semana pasada, entre 2006 (cuando empezó la guerra contra el narcotráfico) y 2019, desaparecieron en ese país un total de 60.053 personas.
Karina G. García es Doctora en Ciencia Política por la Universidad de Bristol. Su tesis doctoral «Pobreza, género y violencia en las narrativas de 33 exnarcos: entendiendo la violencia del tráfico de drogas en México» ganó el premio a la mejor tesis de la facultad de Ciencias Sociales y Leyes de la Universidad de Bristol, 2018-2019.
García es docente de la Escuela de Sociología, Política y Relaciones Internacionales y del Departamento de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Bristol.
Cortesía de Sputnik