Por Daniel Labbé Yáñez
«Yo estaba como seis lugares antes del último que saldría. Estuvimos mucho rato adentro del túnel, unas dos horas, ¡todos!, consumiendo el oxígeno que había ahí. Entonces, el primer sentimiento que tuve cuando salí, cuando respiré el aire fresco, es algo que yo lo definí como sentir la libertad a cagarse; a cagarse sentí la libertad. Pero también sentí que iba a poder seguir peleando. Y cuando sentí que iba a seguir peleando, pensé que era para cambiar esta huevá…».
Quien habla es Marco Riquelme, hoy miembro del Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez (MPMR), uno de los presos políticos que hace 30 años, el 29 de enero de 1990, protagonizaron la histórica fuga desde la Cárcel Pública de Santiago, donde un total de 49 personas recuperaron su libertad. Un acontecimiento que por estos días adquiere notoriedad igualmente por el estreno de Pacto de fuga, película inspirada en el escape.
Riquelme, entonces detenido por la Ley de Control de Armas y Explosivos y con cuatro procesos abiertos en su contra, era parte de la dirección nacional del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en prisión y fue el encargado de la seguridad de la operación.
UNA DECISIÓN COMPLEJA
«Una operación de una salida de un túnel no es un grito o un ejercicio histérico tratando de arrancar para poder salir a la calle. Es una acción que tiene un carácter operativo, que hay que cuidar, en la que estuvimos un año y tanto trabajando de manera tal de impedir que se filtrara; o sea, de no contarle a nuestras familias, a pesar de que yo sabía que si les contaba, jamás lo iban a hablar con nadie», explica Marco con el objetivo de describir lo delicado del proceso de fuga protagonizado por él y sus compañeros.
Un reflexión que permite también responder a una de las críticas que se les haría posteriormente respecto a por qué no se incluyó en ella a todos los integrantes de la organización privados de libertad. «Los esfuerzos, el peligro que se corre como parte de una acción operativa, no se puede mandar a la cresta así como así. Nosotros no le podíamos andar diciendo a todos, teníamos confianza en una cantidad determinada, tienes que buscar a las personas idóneas y que cumplan diferentes funciones y requisitos. Es más, gente que pertenecía al Frente, donde nosotros éramos los jefes, no se fue, y no fueron avisados», enfatiza.
Afortunadamente, los cuestionamientos hacia los organizadores del escape fueron mínimos y lo delicado de la operación fue comprendido por una mayoría de los otros presos. «Incluso, cuando llegué de vuelta -porque fui recapturado-, nunca nadie me dejó de saludar o hablar. Por el contrario, gente me invitó a la celda, me compartían sus cosas», destaca Riquelme. «Teníamos que lograr con éxito la operación, se lo debíamos a todos nuestros hermanos que habían caído», apunta.
El entonces frentista fue detenido nuevamente a inicios de septiembre de 1991. «Varios fuimos recapturados porque seguimos trabajando, no paramos, entonces no era difícil detectarnos», explica. Después de dos meses, salió en libertad bajo fianza.
DÍAS «NORMALES»
Marco nos señala que ser el encargado de seguridad de la operación significaba, además de evitar la filtración, mantener vigilancia sobre Gendarmería con el objetivo de confirmar o descartar eventuales sospechas. Para ello fue entonces necesario ir inventando y llevando a cabo cotidianamente acciones que permitieran dar la sensación de normalidad.
Y es que ocurría que, por ejemplo, trabajar en el túnel significaba meterse en ese orificio a las 8 de la mañana y salir de él a la 1 de la tarde, a la hora de almuerzo, para hacer una pausa y regresar. En la noche también se continuaba excavando. «Había un horario de trabajo», explica. Pero paralelamente a ello era necesario que los participantes en la operación realizaran educación física en la mañana, por ejemplo, y que jugaran baby fútbol en alguna hora de la tarde. «Había una necesidad primordial de que Gendarmería y los demás presos políticos nos vieran, que no nos perdiéramos», insiste Riquelme.
Esas mismas actividades de «recreación» les permitieron también resguardar la seguridad de los traslados de tierra desde el túnel hacia el exterior. Para ello, algunos de los participantes en la fuga simulaban estar jugando naipe y la señal para avisar que venía algún gendarme u otro preso que no fuera parte del proceso, era gritar «¡capoteao!», aludiendo a aquella jugada en donde se deja sin cartas al oponente.
Esa inteligencia y logística puesta al servicio de una operación político-militar se tradujo igualmente en la creación de un sistema de electricidad para iluminar el túnel, uno de ventilación en base a botellas de plástico, otro de rieles de madera para a través de un carro trasladar la tierra hacia el exterior y uno de comunicación hacia el interior con un walkman.
Sin perjuicio del éxito de aquello, había otro dilema que claramente esa logística no resolvería: la eventual claustrofobia que podría experimentar alguno de los participantes en la fuga. «Meterse por horas dentro de ese túnel era doblemente más complicado», advierte Marco. Por una cuestión comprensible, ninguno de quienes formaban parte de la operación iba a querer reconocer esa condición delante de sus compañeros. Pero eso no fue necesario, porque -como enfatiza Riquelme- había un objetivo que era mucho más poderoso que ese temor. «Ahí es donde uno se da cuenta que una serie de cuestiones de carácter psicológico que a lo mejor uno no las supera con nada, cuando hay una idea muy potente, muy grande, sí las logras superar», apunta.
LA CALLE Y EL PC
Fue un grupo formado mayoritariamente por ex presos políticos quienes en el exterior de la Cárcel Pública crearon un equipo cuya función era implementar la parte final de la fuga en la calle. Fueron ellos los que los esperaron con una micro en el Puente Bulnes, hasta donde llegaron los fugados luego de caminar por la orilla del Río Mapocho. Una vez arriba del autobús se les entregó un sobre donde estaba el nombre de la persona que los recibiría y el lugar donde debían bajarse.
También ayudó el Partido Comunista, por ejemplo, a través de la disposición de casas de seguridad. Sin embargo, Riquelme es crítico con el enfoque de la operación que el PC quiso relevar por entonces. «A lo que querían sacarle partido -como ya había ganado (Patricio) Aylwin y se venían acercando los tiempos de ‘la democracia’- era a una característica de la fuga, de que no había ocurrido nada violento, de que no hubo que matar a ningún gendarme, como que la paz reinaba entre nosotros, que se hizo sin armas, lo cual es sumamente falso. Yo logré entrar a la cárcel explosivos y logré entrar armas, las que le repartí a compañeros», explica.
Tras el escape, Marco terminó finalmente yéndose de la colectividad de izquierda. «Sentí que la organización a la cual pertenecía -que toda la vida fue reformista, cuando ser reformista era casi ser revolucionario, casi-, sentí que fuimos engañados. O sea, a nosotros jamás se nos hubiera pasado por la mente que el Partido Comunista entrara en este tipo de gobiernos, con la Concertación, creando una ficción que es la Nueva Mayoría, que es lo mismo», sostiene.
«NOSOTROS HICIMOS UN TÚNEL, ESTA GENTE SACÓ A MILLONES A LA CALLE Y RESISTE»
Y es que ocurre que para Riquelme, tanto o más importante incluso que la estrategia detrás de la mítica fuga desde la Cárcel Pública de 1990, es el sentido político que la permeó en todo momento. «Es importante que esa operación y a quienes participaron allí, se les considere parte de la herencia histórica que tiene nuestro pueblo cuando se decide a luchar contra las injusticias. No es una cuestión personal, es una acción colectiva que pertenece a nuestro pueblo», reflexiona.
El hoy miembro del Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez explica que cuando se está preso, por una cuestión natural lo primero que se busca es la libertad, tratar de fugarse. «Pero cuando uno está con cierta conciencia respecto a luchas, cuando comprende lo que está ocurriendo en la sociedad, yo creo que más ganas dan de poder arrancarse para seguir luchando y en este caso era fundamental», añade.
Por eso en Marco tiene tanto sentido lo que ha ocurrido tras el estallido social del pasado 18 de octubre. «Nosotros cuando estábamos luchando no era solo contra la dictadura, era porque pensábamos que había llegado el momento de hacer la revolución, y estábamos dispuestos a morir con ese objetivo (…) Lo único que pensábamos era que estábamos dispuestos a dar la vida para que las transformaciones que ocurrieran en nuestra patria fueran de verdad», recuerda enfáticamente.
Es desde ese sentir entonces que Riquelme valora profundamente a quienes hoy están dando una lucha también histórica. «Esto para nosotros ha sido parte de un golpe brutal de sencillez, humildad, modestia, a la necesidad de aprendizaje. Porque en algún momento, esta izquierda, toda esta gente del Frente Amplio, despreció a esta gente que hoy salió a la calle, y lo siguen haciendo; y en la izquierda revolucionaria también los despreciamos», sostiene. Y explica: «Claro, si yo voy a reclutar a alguien no va ser alguien que me hable con ‘chi huá’ ni cosas así po, sino que a alguien que me diga ‘mira, la verdad es que estuve leyendo a Marx hueón…'».
En esa misma línea, Riquelme apunta a que es necesario advertir que, por ejemplo, en el proceso de lucha del movimiento estudiantil de 2011 y 2012, dirigentes como Camila Vallejo, Giorgio Jackson o Gabriel Boric «solo duraron un tiempo no más; el otro lo duraron los estudiantes secundarios que venían de Cerro Navia, Lo Prado, Renca, Quilicura». Jóvenes que -insiste- fueron discriminados por su origen, por su clase. «Mucha gente ‘de bien’ incluso los echaba porque los cabros peleaban, sabían pelear, como lo hacían en sus poblas. ¿Y cómo les decían por cómo se cortaban el pelo?: ‘¡Que se vayan los sopaipas!’ Y ahora los sopaipas son los que están ahí y todos los hueones les rinden pleitesía», espeta.
Por eso Marco señala que «como MPMR, nosotros pensamos que esto que está ocurriendo ahora es importantísimo para darse cuenta de algo que nunca pensamos: el poder que tienen los pueblos». «La toma de la Plaza de la Dignidad es como el túnel que hicimos nosotros. Nosotros hicimos un túnel, esta gente hizo algo más grande todavía: sacó a millones a la calle, resiste todos los días en la Plaza. Lo que se ha hecho está pero lejos por sobre lo que pudiéramos haber hecho nosotros; pero sí fuimos un grano de arena en este proceso de lucha de nuestro pueblo para su emancipación, para su liberación», concluye el ex frentista.