A medida que el coronavirus 2019-nCoV contagia cada día a más habitantes de China y se extiende por decenas de países, crecen sospechas y teorías de que la llamada «neumonía de Wuhan» fue creada como arma bacteriológica en laboratorios estadounidenses, con el objetivo de «debilitar» al gigante asiático, contra el que Donald Trump mantiene una guerra comercial.
El número de muertos supera los 400 y los infectados son más de 20.000, por lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una emergencia internacional por el brote.
Aunque es pronto para calcular las pérdidas que la epidemia puede ocasionar en la economía de China, hasta el momento se ha registrado la caída de las bolsas de valores del gigante asiático, y el yuan se ha depreciado a niveles históricos frente a otras monedas.
Varias aerolíneas y empresas internacionales han limitado sus operaciones en la nación asiática, mientras que el comercio interno y los sectores transporte y turismo también se han visto afectados.
Aunque el Banco Central de China anunció una inyección de liquidez de 1,2 billones de yuanes (casi 180.000 millones de dólares para paliar el impacto de la epidemia, el vicepresidente de la Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo —organismo encargado de la planificación—, Lin Weiliang, reconoció el efecto negativo del virus en la economía, especialmente en el sector del consumo.
El coronavirus beneficia a Estados Unidos
Declaraciones recientes de funcionarios de la Casa Blanca, junto a la intensa campaña mediática internacional antichina, alimentan la hipótesis de que la administración de Donald Trump estaría detrás del brote de la epidemia.
El pasado 31 de enero, el secretario de Comercio, Wilbur Ross, afirmó que “el brote de coronavirus que ha contagiado a miles de personas podría impulsar la economía estadounidense”, pues hasta ayudaría a “acelerar el regreso de empleos a Norteamérica”.
A los comentarios malintencionados de Ross siguieron los del secretario de Estado, Mike Pompeo, quien en medio de la emergencia que vive el mundo por el coronavirus tildó a China como una “amenaza a los principios democráticos internacionales”.
A eso se suma que Donald Trump firmó una orden ejecutiva que prohíbe el ingreso al país de aquellos extranjeros que hayan visitado China durante los últimos 14 días.
Mientras que los ciudadanos estadounidenses que vuelvan al territorio desde el país asiático deberán pasar por un chequeo obligatorio de salud. De mostrar síntomas de padecer la enfermedad, podrían ser mantenidos en cuarentena por hasta 14 días.
Empresas estadounidenses como Apple y Starbucks decidieron cerrar sus establecimientos en territorio chino, debido al “riesgo” de la epidemia.
Los grandes medios de comunicación norteamericanos llenan sus páginas, espacios informativos y programas de televisión, con “noticias” sobre las cifras de muertes y contagiados por el coronavirus, sin destacar los esfuerzos de Pekín para atender la emergencia.
China: Estados Unidos busca difundir el miedo
Ante la campaña “chinofóbica” desatada por Washington, Pekín levantó la voz. La portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Hua Chunying, denunció que el Gobierno de EE. UU. ha sembrado el pánico y precisó que «todo lo que han hecho es crear y difundir el miedo, lo cual es un mal ejemplo».
Hua indicó que las restricciones impuestas por Trump contra ciudadanos, chinos y el comercio del país, son medidas inapropiadas que no contribuyen de una manera sustancial a solucionar la emergencia del nuevo coronavirus.
«El Gobierno de Estados Unidos no ha proporcionado ninguna ayuda sustancial, pero fue el primero en evacuar al personal de su consulado en Wuhan, el primero en sugerir la retirada parcial del personal de su embajada y el primero en imponer una prohibición de viaje a los viajeros chinos”, recordó.
La funcionaria china también se refirió a las vergonzosas declaraciones del Secretario de Comercio y señaló que «ciertamente no es un gesto de buena voluntad» que algunos funcionarios estadounidenses hicieran comentarios poco amigables, mientras China hace todo lo posible por combatir la epidemia.
Guerra bacteriológica de EE.UU.
La emergencia que vive China y amenaza al mundo ha generado muchas interrogantes: ¿Por qué el brote del coronavirus coincidió con el juicio político que enfrenta Trump? ¿Servirá para desviar la atención sobre el tema? ¿Por qué puede ser de utilidad para Washington en momentos que libra una guerra comercial contra Beijing? ¿Cómo puede beneficiar la imagen de Trump como líder protector de su país de cara a sus aspiraciones de ser reelecto?.
Varios analistas no descartan que las manos que dirigen la Casa Blanca hayan decidido acudir nuevamente a la guerra biológica que han empleado para derrocar gobiernos adversos, desestabilizar naciones y exterminar poblaciones.
Uno de los casos más sonados es el de Cuba, que durante más de 50 años ha sido agredida con una guerra biológica que afecta directamente a personas, animales y cultivos, ocasionando daños humanos irreparables y pérdidas millonarias a su economía, por encima de los 2.500 millones de dólares.
En 1962 salió a la luz un documento secreto de Estados Unidos titulado Proyecto Cuba, que expuso algunas de las tareas que formaban parte llamada Operación Mangosta.
Uno de los párrafos del texto reveló que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) tenía que someter a aprobación “un plan para inducir errores en las cosechas alimentarias en Cuba”.
Poco después, el jefe de Operaciones del Plan Mangosta, el general Edward Lansdale, redactó un plan cuyo objetivo era “fracturar al régimen de Fidel Castro desde adentro, sabotear la economía, subvertir a la policía secreta, destruir las cosechas con armas biológicas o químicas y cambiar al régimen antes de las próximas elecciones congresionales, en noviembre de 1962”.
Adicionalmente, Riley Housewright, entonces director de los Laboratorios Biológicos del Ejercito Norteamericano en Fort Detrick, aseguró a The New York Times que en 1960 propuso que utilizar agentes biológicos “para matar o incapacitar a muchos cubanos sería una buena cosa porque salvaría vidas norteamericanas”.
Ante estas evidencias, el 2 de junio de 1964 el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, alertó que Washington utilizaría de manera sostenida la guerra biológica contra su país, y no se equivocó, ya que esa práctica fue evidente durante las últimas cuatro décadas del siglo XX.
En 1971, la epizoofia de la Fiebre Porcina Africana provocó el sacrificio de más de 740 mil cerdos, el principal alimento cárnico de los cubanos. Poco después apareció el Moho Azul del tabaco, que llegó al país en la tela de tapado de cultivos importados estadounidenses, y que destruyó más del 85 % de los cultivos.
En 1978 se implantó la epifitia Roya de la Caña, que condujo al extermino de la variedad conocida como Barbados 4326, y debido a la cual la isla dejó de producir 1.350.000 toneladas métricas de azúcar.
En 1981, la CIA introdujo la fiebre del Dengue Hemorrágico, que afectó a cerca de 350.000 personas y causó la muerte de 158 cubanos, de los cuales 101 eran niños. Pero no sólo se introdujo el virus, sino que se negó la posibilidad de adquirir en EE. UU. el abate, producto químico para eliminar el agente transmisor, el mosquito Aedes aegypti.
También en 1981, apareció la Conjuntivitis Hemorrágica y poco después la Seudodermatosis Nodular Bovina, solo endémica del continente africano, cuyo agente etiológico fue aislado en el laboratorio de Camp Ferry de la ciudad de New York.
En 1985 se detectó un virus de bronquitis infecciosa, que provocó cuantiosas pérdidas en la producción de huevo, alta mortalidad e inhibición en el desarrollo de las aves.
En octubre de 1990, cuando se desarrollaban planes de producción agrícola para hacer frente a la dura situación económica que enfrentaba la isla, producto del bloqueo de Washington, apareció la Sigatoka Negra en lotes de plátanos de varias provincias. Unos meses después fue detectada la Acarosis, enfermedad que acorta el ciclo de vida de las abejas.
Entre 1990 y 1994 la neuropatía se convirtió en epidemia con la declaración de un promedio de 2.000 casos anuales. Esa enfermedad estuvo relacionada con el déficit en el estado nutricional de la población como resultado del bloqueo.
Mientras que el 10 de febrero de 1995, en el Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, se encontraron varios tubos de ensayo escondidos en una cámara fotográfica, que contenían el virus de la tristeza del cítrico, en el equipaje de un científico norteamericano, reseñó un informe de la Universidad de Ciencias Médicas de la Habana.
En 1996, se observó una nave aérea de EE.UU. que regaba una sustancia pulverizada mientras cruzaba el territorio de la provincia de Matanzas. Dos meses después apareció en esa zona el insecto Thrips palmi karny, que hasta entonces desconocido en Cuba, y que devastó las cosechas de papa.
Laboratorios de armas biológicas
Durante años, laboratorios militares estadounidenses han sido acusados de crear virus tales como ébola, H1N1, zica, chicunguya, la fiebre de las vacas locas e, incluso, el Sida.
Lo cierto del asunto es que recientes investigaciones han sacado a la luz que el Ejército de EE. UU. fabrica virus, bacterias y toxinas letales con fines bélicos en una flagrante violación de la Convención sobre Armas Biológicas (BWC, por su sigla en inglés) de las Naciones Unidas.
La periodista de investigación búlgara Dilyana Gaytandzhieva publicó un informe en el que denunció que los científicos de la guerra biológica prueban virus creados por el hombre en los biolaboratorios del Pentágono en al menos 25 países bajo cobertura diplomática.
Gaytandzhieva denunció que la Agencia de Defensa para la Reducción de Amenazas (DTRA, por su sigla en inglés) financia esos laboratorios a través del programa militar de 2.100 millones dólares llamado Programa de Participación Biológica Cooperativa (CBEP).
Según la periodista, estos biolaboratorios se encuentran en África, en el sureste de Asia, en Medio Oriente y en países de la ex Unión Soviética, rodeando así a Rusia, China y la República Islámica de Irán, vistos por Washington como sus principales adversarios.
Uno de los objetivos de Trump y sus colaboradores puede ser utilizar el coronavirus para asegurarse que China no desplace a Estados Unidos como primera potencia económica mundial, a costa de causar enfermedad, muerte y una alarma en todo el planeta.
Sin embargo, el gigante asiático ha demostrado que tiene los medios científicos y económicos para atender la emergencia.
Las autoridades, el pueblo y el Ejército de China construyen hospitales en menos de 10 días para brindar asistencia a los infectados, y no descansarán hasta encontrar, a la brevedad posible, el medicamento curativo.