Algunos se habrán percatado que durante los últimos meses en TV abierta se transmite un comercial del Mineduc que invita a los jóvenes a estudiar una carrera técnica. Con lemas como “yo tengo la técnica” y “#EligeSerTP” ofrecen la atractiva oportunidad de ser un técnico profesional.
Según cifras de esta misma entidad, entre Institutos Profesionales y Centros de Formación Técnica, se alberga a un total de aproximadamente 513.000 alumnos, de ellos, el 83% viene de “contextos de mayor vulnerabilidad”.
Ahora bien, este mensaje no es nuevo. Hace ya varios gobiernos que venimos escuchando que “Chile necesita técnicos” (‘gobiernos’ parece ser una nueva unidad de medición del tiempo).
Llevo seis o más años siendo técnico y algunos menos estudiando una carrera profesional. Durante estos años, caí en lo que considero es la trampa del TP, que no es nada más que ser contratado como técnico, recibiendo un sueldo de técnico, pero haciendo trabajo de “profesional”.
Mi elección por una carrera técnica vino de la necesidad de estudiar una carrera corta que me permitiría tener ingresos para aportar en mi casa, y posteriormente independizarme. Mi familia hizo esfuerzos y mi hermano me ayudó a pagar el técnico en Prevención de Riesgos en un IP (Instituto Profesional) de la V Región.
Estoy segura de que no soy la única que #EligióSerTP bajo la misma necesidad.
Este fenómeno de hacer una pega que no es remunerada ni reconocida como de “profesional”, se acompaña de otra trampa que me parece aún más perversa: si te desempeñas bien en algún trabajo, te dan más trabajo, te asignan más responsabilidades, te exigen mayor liderazgo, bajo la justificación de que eres muy bueno o buena para ese trabajo; es algo así como un castigo al buen desempeño.
Es lamentablemente una obviedad que, en la mayoría de los casos, esto no viene acompañado de aumentos o bonificaciones monetarias.
Muchos pueden ver esto como una oportunidad de aprendizaje y desarrollo, y seguramente lo es, pero aquellas oportunidades deben ir acompañadas de reconocimientos y validaciones que hagan sentir que no es sólo esfuerzo y sacrificio; debe tener implicancias económicas.
Esto está tan arraigado en nuestra cultura, en nuestro lenguaje, en la forma en que los que no podemos pagarnos carreras universitarias o los de “contexto de mayor vulnerabilidad” desarrollamos nuestro trabajo, que hasta el spot comercial de cierto IP dice “estudia, crece, aguántate, esfuérzate”… ¿por qué todo tiene que implicar cierto sufrimiento? Creo que la respuesta la sabemos todos. Tan cliché como puede sonar, el sistema está hecho para que así nos sintamos y nos sometamos.
Viví de cerca, y conozco testimonios respecto de comentarios como “es sólo técnico” o “sólo estudió en un instituto”. Pues bien, los sólo técnicos están en innumerables organizaciones públicas y privadas sacando adelante gestiones y operatividad en todo el país.
No tengo duda alguna del aporte que los técnicos realizamos a las organizaciones sea cual sea el giro o la naturaleza (pública o privada) y es por ello que me permito defender mi estamento, y emplazar a los empleadores a que asuman, y hagan asumir con responsabilidad y liderazgo el rol de un técnico entre sus trabajadores, reconociendo con todas las herramientas posibles, el valor que implica el conocimiento, el manejo, la resolutividad y la practicidad que nos caracteriza.
Por Magda Escobar Haro