Edgar Jiménez conoció a Pablo Escobar en la escuela y después se hizo su fotógrafo de confianza. En la Hacienda Nápoles coincidió con Popeye, uno de los sicarios. A unos días de su muerte, este profesional de Medellín recuerda su figura y su pasado.
Edgar Jiménez conoció a John Jairo Velásquez, Popeye, a mediados de la década de los ochenta. Entonces, este vecino de Medellín que ahora suma 69 años, era el fotógrafo íntimo de Pablo Escobar, con quien entabló relación desde la escuela. Jiménez, al que apodan El Chino, comparte algunas anécdotas de este personaje que alcanzó la fama en sus últimos años de vida gracias a la faceta pública de youtuber e insiste en que no tenía mucho peso en el cártel de Medellín, aunque se proclamara jefe de sicarios.
¿Cuándo conociste a Popeye?
— Fue en la Hacienda Nápoles, en el año 1986 o 1987. Él no era de los históricos del cártel de Medellín. Pablo Escobar había empezado en el 71 y su primer cargamento de base de coca es en el 76, pero el cártel no se monta hasta finales de los 70. Popeye llega después, cuando ya está en decadencia. Él no tocó el esplendor, sino cuando Pablo [Escobar] estaba escondido, acorralado.
¿Qué funciones tenía?
— Popeye fue contratado como chófer para una de las amantes. No puedo decir su nombre para que no sea vilipendiada. Pablo tuvo tres amantes muy importantes.
Se conoce sobre todo a Virginia Vallejo, que era una diva televisiva en Colombia y escribió el libro Amando a Pablo, odiando a Escobar, que se llevó al cine con Penélope Cruz en su papel. Cuando acabó su relación con Pablo, fue desterrada y siguió con su carrera en Miami. Ella estuvo entre 1982 y 1986. Este año empezó con otra, la que digo de Popeye. A esta peladita, es curioso, le tomé yo la foto de la comunión y la de los 15 años. Cuando estaba con Pablo fue puro azar que yo ya la conociera. Después de un tiempo, Popeye le preguntó si podía meterse más y Pablo le puso de sicario. Hacía vueltas: secuestraba, extorsionaba, mataba gente por la calle… Lo más importante que pasó en esa época fue el secuestro de Andrés Pastrana en el 88. Era el candidato a la alcaldía de Bogotá y luego, una década más tarde, fue presidente del país. Aunque más importante que el secuestro de Andrés Pastrana en el 88 fue el asesinato del Procurador General de la Nación, Carlos Mauro Hoyos.
¿Cómo era Popeye?
— Era bien sanguinario, era cínico, despiadado. Recuerdo que una vez le dijeron que tenía que matar a un tipo y fue donde le mandaron. Mató al equivocado y yo le vi después. Le pregunté si estaba arrepentido y me dijo que no. Era un asesino, un bandido. Nada más. Él mismo ha acentuado su posición: jamás fue la mano derecha de El Patrón ni el jefe de sicarios. Tenía por lo menos 10 personas por encima de él. Se las daba de capo o narcotraficante, pero era de la banda de los crímenes y las acciones directas, poco más. En las memorias que escribió (Sobreviviendo a Pablo Escobar) también lo exageró y luego lucía un tatuaje de General de la mafia en el brazo. Y no estaba al principio, cuando yo me uno a Pablo (había estudiado con él en los años 63, 64 y 65). Él no vio el ascenso del cartel de Medellín, cuando ya era la mayor empresa de expedición de droga, sino que vivió la decadencia, el terrorismo.
¿Qué pasó cuando se hundió el cartel?
— Después de la fuga de La Catedral, hacia 1992, se empezó una persecución. A Pablo lo matan en diciembre de 1993 y a Popeye lo condenan a 23 años, que los pasa en las cárceles de Cómbita y La Picota, de máxima seguridad. Luego lo envían a Valledupar y al salir es cuando se hace esta estrella.
¿Cuándo trataste con él por última vez?
— Sería hacia 1988 en la Hacienda Nápoles. Popeye era un tipo muy locuaz. Recuerdo una vez que había una cumbre mafiosa y yo tenía que hacer un trabajo. Había mucha escolta. Me senté con él aparte en la piscina, con una cerveza, y él contaba muchos chistes, muchas anécdotas. Luego era aplicado. En la prisión se sacó 20 diplomas y validó el Bachillerato. Era listo. Se preocupó por estudiar y sacar cursos. Y se dice que volvió a sus andanzas criminales. Es probable que mucha gente lo quisiera matar. Estaba en la mira aunque murió de cáncer de esófago y metástasis.
¿Cómo se le recordará?
— Popeye es un caso extraño. Pasó de delincuente a farándula. Si salía a la calle, le paraban y le pedían fotos. Se va como si fuera un artista o un futbolista: tuvo mucho éxito como youtuber, hizo una serie para televisión —Alias JJ— y cobraba hasta 5.000 dólares por entrevista (unos 4.700 euros).
¿Y servirá su desaparición para pasar página?
— No. El legado de Pablo Escobar está más vivo que nunca. Uno de los últimos escándalos ha sido que el comandante de las fuerzas armadas, Eduardo Zapateiro, ha sido muy criticado por mostrar sus condolencias. Cada día matan a un líder social y ni el presidente ni él dicen nada, y lo hace por un bandido que confesó haber matado a 300 personas. El mito sigue más vivo que nunca. Lo único es que Popeye, en la medida del tiempo, se darán cuenta de que no era importante. Para ser importante necesitas una estructura, gente a tu cargo. Y él solo metía miedo y mataba.
Cortesía de Sputnik