El mundo del fútbol y los dirigentes políticos portugueses mostraron este lunes su consternación y su solidaridad con el jugador franco-maliense del Oporto Moussa Marega, que abandonó la víspera el césped del Vitoria Guimaraes tras sufrir insultos racistas.
«Moussa Marega fue objeto de insultos racistas que deben ser castigados con severidad», reaccionó la Federación de Fútbol Portuguesa, mientras que la liga se comprometió a «hacer todo lo posible para que este episodio de racismo no quede sin sanción».
«Tenemos que expresar todos nuestra solidaridad con él y nuestro rechazo total a este tipo de comportamiento», declaró el primer ministro, Antonio Costa, mientras el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, advirtió contra las consecuencias «dramáticas» del racismo y la xenofobia.
La Federación Maliense de Fútbol (Femafoot) también mostró su «apoyo total y su solidaridad» con el internacional de 28 años, afirmando en un comunicado haber seguido «con consternación e indignación los actos racistas de los que fue víctima el atacante de las Águilas de Malí».
La asociación portuguesa SOS Racismo pidió, por su parte, que los autores de los gritos racistas sean «severamente castigados», al tiempo que mostró su preocupación por un fenómeno que cree «transversal a la sociedad portuguesa».
Investigación policial
Por su parte, la antigua estrella holandesa Ruud Gullit consideró que los dos equipos deberían haber dejado el terreno de juego: «Sus compañeros deberían haberlo protegido, al igual que el rival diciendo ‘nos vamos todos del campo’. Es lo que más me decepciona», comentó Gullit en Berlín.
La policía portuguesa afirmó que está estudiando las imágenes de las cámaras del estadio para identificar los aficionados que insultaron al jugador del Oporto.
El domingo, el delantero maliense decidió dejar el terreno de juego en el minuto 71 del partido de liga contra el Vitoria, tras marcar el gol de la victoria 2-1 de su equipo (60), que celebró con uno de los asientos negros del estadio que le habían lanzado desde la grada, por lo que vio una tarjeta amarilla.
Después, harto de los cantos racistas y los gritos imitando a un mono, decidió dejar el césped 11 minutos más tarde. Algunos de sus compañeros y de los rivales trataron de disuadirlo, pero el jugador se fue al vestuario acompañado por algunos miembros del equipo técnico del Oporto.
Cortesía de La Jornada
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