Jack A. Cole, ex agente de policías de Estados Unidos : “La guerra contra las drogas es una guerra contra la gente”

Jack A


Autor: Mauricio Becerra

Jack A. Cole trabajó 26 años como agente secreto de narcóticos, lo que le permitió conocer en la calle las dinámicas del tráfico de drogas, hoy integra Law Enforcement Against Prohibition (LEAP), una ONG que agrupa a ex policías norteamericanos contrarios a la prohibición. En un vivo relato nos cuenta de cómo el racismo se esconde en el accionar policial, el efecto de las políticas de guerra a las drogas impulsada por Nixon, las cargas hechas por la policía a los traficantes y cómo la represión a la marihuana convirtió en adictos a las metanfetaminas a miles de jóvenes en Estados Unidos.

Jack Cole sabe mucho sobre la guerra contra las drogas desde varias perspectivas. Se jubiló como Teniente Detective después de 26 años de carrera con la  Policía Estatal de New Jersey. Durante 12 de los 26 años trabajó como agente secreto de narcóticos. Sus investigaciones cubrieron el espectro de todos los casos posibles, desde drogadictos de la calle y narcotraficantes de nivel medio en New Jersey hasta multimillonarios cárteles internacionales. Jack terminó su carrera como agente secreto viviendo casi dos años en Boston y en Nueva York, haciéndose pasar por narcotraficante fugitivo buscado por homicidio, mientras le seguía la pista a los miembros de una organización terrorista que robaba bancos, que colocaba bombas en oficinas empresariales, en cortes judiciales, en oficinas de policía, y en aviones, y que en última instancia mató a un  oficial de la policía estatal de New Jersey.

Después de jubilarse, Jack tuvo que manejar el residuo emocional que le dejó su participación en la guerra injusta contra las drogas por trabajar para reformar la política actual sobre drogas. Jack tiene un bachillerato en Justicia Criminal y una maestría en Políticas Públicas. Actualmente, está escribiendo su disertación para el programa de doctorado en Políticas Públicas de la Universidad de Massachusetts. Su trabajo se enfoca en los temas de prejuicio de raza y género, brutalidad y corrupción en el orden público. Jack cree que acabar con la prohibición de las drogas llevará a la solución de esos problemas.

LEAP (Law Enforcement Against Prohibition) es una organización internacional  educativa sin fines lucrativos que fue creada para dar voz a todos los miembros, actuales y pasados, del orden público que creen que la guerra contra las drogas es una política fallida y que ha intensificado las tasas de muerte, enfermedad, delincuencia, y adición. Partieron con 5 miembros fundadores y hoy participan más de 10.000 personas. Entre ellos hay 85 oradores y un grupo consultor, compuesto por un gobernador estadounidense, cuatro jueces de la Corte del Distrito Federal, un sheriff, cinco ex-Jefes de Policía, un senador canadiense que se jubiló de la Policía Montada Canadiense, el ex-Fiscal General de Colombia, y del Reino Unido, un ex-Jefe de Policía.

EL RELATO DE JACK A. COLE EN EXCLUSIVA PARA EL CIUDADANO:

Lo primero  que les necesito contar a Uds. es que la política estadounidense de “la guerra contra las drogas”, ha sido, es, y, por siempre será un fracaso total y miserable. Esa guerra no es una guerra contra las drogas, sino una guerra contra el pueblo – contra nuestro propio pueblo – nuestros hijos, nuestros padres, y nosotros mismos.

Empecé a trabajar con La Policía Estatal de New Jersey en 1964 y, seis años después, entré en su división narcótica. Empecé a trabajar en narcóticos durante los comienzos de la guerra contra las drogas. La guerra ha sido unas de las determinaciones políticas menos partidarias en la historia de la política estadounidense.

Cada presidente desde Nixon ha aumentado la guerra y sus consecuencias involuntarias. El término “guerra contra las drogas” fue acuñado y creado por Richard Milhous Nixon en 1968 cuando estaba compitiendo por la presidencia.

Nixon creyó que una fuerte y dura plataforma política contra las drogas le haría ganar muchos votos entre la población estadounidense si él mismo pudiera posicionarse como el jefe de esa guerra – ¡vaya!. Bueno, como todos sabemos, su plan funcionó. Nixon fue elegido Presidente y, en el año 1970, había convencido al Congreso que pasara su legislación, dando fondos federales en cantidades masivas a cualquier Departamento Policial que estuviera dispuesto a contratar oficiales para luchar en su guerra contra las drogas. Para darles una buena idea de cuán grandes eran esos subsidios, dentro de la Policía Estatal de New Jersey, teníamos  unos 1.700 oficiales y una unidad narcótica de 7 hombres. Ese número de oficiales siempre nos parecía suficiente para cumplir con nuestros trabajos. Seis años después, mientras yo estaba tratando de entrar en la unidad narcótica, teníamos el mismo número de policía y oficiales.

Repentinamente, en octubre de 1970, nuestra unidad narcótica de siete hombres aumentó a una agencia narcótica de 76 personas. Todo pagado por dólares de impuestos federales. Y, luego, ese programa se duplicó en muchos departamentos policiales a lo largo de todos los Estados Unidos. Cuando una organización se multiplica por once, se establecen ciertas expectativas. Ya que la calidad de la policía se juzga a base de la cantidad de arrestos, significaba, en ese entonces, que nuestros jefes anticipaban que arrestáramos por motivos de drogas a un número de personas por lo menos once veces mayor que en 1969.

Un tercio de los 76 detectives nuevos eran designados como “agentes secretos”. Sucedió que me nombraron a mí “agente secreto” y así pasé la mayoría de los siguientes catorce años de mi vida. Después de dos semanas de entrenamiento, salimos a la calle, dónde supuestamente, íbamos a empezar a arrestar a los narcotraficantes. No era un trabajo fácil en 1970, por varias razones.

Primero, no teníamos un gran problema con las drogas en 1970 y el problema que sí teníamos tenía que ver más con lo que se llama ’las drogas suaves”, como la marihuana, el hachís, el LSD, los hongos psicodélicos, etcétera. “Las drogas duras” como las metanfetaminas, la cocaína, y la heroína casi no existían en esa época y absolutamente no en las cantidades que existen en las calles hoy en día. Las drogas eran más un incordio que una amenaza para nuestra sociedad. Por ejemplo, en 1970, era mucho menos probable que una persona se muriera como resultado de la cultura de la droga que de caerse de las escaleras o como resultado de atragantarse con una espina de pescado en su propio comedor. En segundo lugar, en esa época, ni nosotros los oficiales ni nuestros jefes teníamos la más mínima idea de cómo luchar en la guerra contra las drogas. Nuestros jefes sí sabían por lo menos una cosa: sabían muy bien cómo chupar dinero de los fondos federales y meterlo en sus propios bolsillos. Para lograr ese engaño, tenían que mostrarle al público que la guerra contra las drogas era una necesidad absoluta. Por tanto, nos mandaron falsificar nuestras estadísticas y sí, mentimos. Mucho. Porque los narcotraficantes NO habitaban nuestras calles y nuestras escuelas, como las habitan hoy en día, centramos a los agentes secretos en pequeños grupos de amigos en las universidades y en las escuelas secundarias o entre aquellos que estaban experimentando con drogas.

Así arrestábamos a muchas personas que eran simplemente consumidores de drogas y les acusábamos de ser narcotraficantes. Exagerábamos la cantidad de drogas que confiscábamos agregando el peso de cada ingrediente cortante que encontrábamos al peso de la droga ilegal, por ejemplo la lactosa, el manitol, el almidón, o la sacarosa. Por tanto, tal vez confiscábamos una onza de cocaína y cuatro libras de lactosa – pero en algún lugar entre el lugar donde era confiscada la droga y el laboratorio policial, todo se volvía cocaína, como si fuera un truco de magia. También, inflábamos el valor de las drogas que confiscamos haciendo público a los periodistas de la televisión, la radio, y la prensa, el “valor estimado en la calle”; un acto que siempre elevó su importancia. Por ejemplo: en 1971, yo compraba onzas individuales de cocaína por 1.500 dólares cada una, pero hacía público el valor de las drogas por 20.000 dólares por cada onza. No más tienes que aumentar el valor de las drogas y  parece que la guerra contra las drogas es una necesidad absoluta. Los dólares federales iban a seguir fluyendo a nuestros departamentos y nuestros jefes iban a quedarse muy contentos. ¿Quién iba a cuestionar nuestras estimaciones, y, si lo hacían, a quién llegarían con sus preguntas? Nosotros mismos. Siempre podíamos justificarlas de alguna manera u otra.

Sin embargo, mientras la guerra contra las drogas seguía, no teníamos que mentir sobre su empeoramiento. Cada año que pasaba de esa guerra sin fin, el “problema de las drogas” se volvió exponencialmente más terrible – un efecto no previsto de la guerra misma. La guerra publicitó y exaltó el uso y la venta de las drogas,  llamando la atención de una gran porción de jóvenes de nuestro país. En muchos casos, la cultura de las drogas representada en las películas y en la televisión les pareció romántica y excitante a los jóvenes americanos. Muchos jóvenes pobres en los centros de nuestras ciudades  vieron al narcotraficante como un modelo a seguir – y el único camino para escapar de la pobreza y de la miseria del güeto. El narcotraficante era la única persona en sus comunidades con los mejores coches  las mujeres más atractivas, dinero “para quemar”,  y el tiempo de ocio para gastarlo.

Durante los primeros cinco años, la gran mayoría de arrestos se dedicaban al consumo o al tráfico de marihuana, la droga que era la más fácil de interceptar debido a la masa pura del producto y el hecho de que los policiales podían detectar el olor de la droga si había grandes cantidades en el baúl de un coche que habían parado en el autopista, por ejemplo. En esos años, los medios de comunicación identificaron  a la marihuana con la heroína y la cocaína; y la mayoría del público apenas sabía la diferencia entre una droga y  otra. Las confiscaciones de marihuana eran las primeras con las que la policía podía contar para llegar a niveles de miles de libras. Al público, le pareció que miles de libras era una cantidad enorme de drogas – un factor que contribuyó a la exageración de la importancia de la guerra contra las drogas en ese entonces.

Han habido muchas consecuencias no previstas en la guerra contra las drogas. Una de las consecuencias no previstas de la exitosa confiscación de grandes cantidades de marihuana era que les obligó a muchos narcotraficantes a cambiar su producto. Empezaron vendiendo marihuana. Acabaron vendiendo heroína. Cambiaron a drogas muy duras que eran mucho menos detectables y mucho más lucrativas. Entre esas drogas estaban la mencionada heroína, la cocaína, las metanfetaminas. Una consecuencia aún peor era que dentro de unos años, el precio de la marihuana subió un 2,500 por ciento, desde 160 dólares la libra a 4,000, causando que muchos consumidores se cambiaran a las drogas duras, que eran menos detectables, más abundantes, y más baratas. La guerra contra las drogas, en efecto, ayudó a aumentar el consumo de las drogas y a aumentar la probabilidad de que los consumidores de las drogas blandas eligieran las drogas duras como la cocaína y la heroína.

La motivación política siempre ha sido evidente en muchos de los arrestos ejecutados por la policía. Personas de la época hippie, la mayoría de las cuales protestó por la participación estadounidense en la guerra de Vietnam, eran  unos de los primeros grupos en los que nos concentrábamos, pero rápidamente llegamos a incluir a grupos de activistas de las comunidades de las minorías étnicas y raciales, como los Black Panthers. Después de todo, H.R. Haldemann, El Jefe del Estado Mayor de Richard M. Nixon, grabó en su diario en 1969 que Nixon enfatizó: “Tienes que enfrentarte con el hecho de que el problema entero realmente son los negros. La solución es inventar un sistema que reconoce eso, sin aparecerlo.” El sistema que inventaron era la guerra contra las drogas, y, para los propósitos de Nixon, apenas pudiera haber esperado más. La guerra contra las drogas ha producido unas de las leyes más racistas en la historia de los Estados Unidos desde la esclavitud. En efecto, hay más hombres negros y morenos en la cárcel en los Estados Unidos hoy en día (1,300,200) que el número total de esclavos negros poblando este país en 1840 (1,24,384).

A los tres años de guerra, estábamos arrestando a algunos narcotraficantes de nivel medio como miembros de “The Breed” – una pandilla de motociclistas que vendían los metanfetaminas en Filadelfia, Pennsylvania.

En 1977, a los siete años de guerra, la eché abajo a patadas a una puerta en la sección de Corona del barrio de Queens en Nueva York e incauté unos 350 mil  dólares – lo que los periódicos nombraron “el cargamento de heroína mexicana más grande confiscado en la historia de los Estados Unidos.” Salimos en los periódicos por más de una semana – la confiscación de la heroína, la cuál me da vergüenza mencionar hoy día, llegó a ser una cantidad de únicamente 19 libras. Con todos los arrestos y confiscaciones, sin embargo, “el problema de las drogas” seguía creciendo hasta el punto de que, por el año 1978, estaba trabajando en círculos de narcotraficantes internacionales de cocaína y heroína cuyos activos fijos sumaban miles de millones de dólares.

Luego, en 1982, me asignaron a una operación secreta. Había estado viviendo dos años en Boston y en Nueva York haciéndome pasar por un narcotraficante buscado por haber cometido una serie de homicidios, mientras localizaba a los miembros de una organización de terroristas que robó bancos, colocó bombas en  oficinas de corporaciones, en cortes judiciales, en estaciones de policía, y aviones, y que, asesinó a un oficial de la Policía Estatal de New Jersey. Demoré dos años en terminar ese trabajo y cuando regresé a New Jersey en 1984, nunca más volví a trabajar en ningún caso de narcóticos. Me quedé muy feliz. Ahora les explico mis razones.

Este gráfico sobre la pureza y el precio de la heroína fue creado por El Departamento Antinarcóticos de Estados Unidos (DEA) y salió en su sitio de Internet en una sección a la cual se refieren como “El Libro de Sesiones Informativas del Departamento Antinarcóticos de 2001”.

El gráfico muestra el coste y la pureza de la  heroína – por año – desde 1980 hasta 1999. El coste del que están hablando era el coste promedio que un usuario singular de heroína tenía que pagar para “ponerse colocado” una vez y la pureza a la cual se refieren era la pureza promedia de una dosis de heroína de nivel de la calle. El DEA comenzó su gráfico en 1980, pero, como mencioné anteriormente, yo empecé a comprar heroína en el año 1970, así que puedo empezar a dar los datos acerca del tema desde diez años antes que la publicación de este gráfico.

En 1970, comprábamos “bolsitas de tres”, es decir,  bolsas de heroína que costaron tres dólares. Las comprábamos en múltiplos de dos, porque un consumidor de heroína necesitaba tomar la cantidad de dos bolsas para sentir los efectos de la droga. A tres dólares cada bolsa, entonces, nos costaba seis dólares colocarnos en 1970. En ese tiempo, la pureza del producto era solamente de 1.5 por ciento. “La pureza” de una droga se refiere a cuánto del polvo blanco o marrón que contenían los sobres pequeños realmente era heroína pura. Después de 10 años de luchar en la guerra contra las drogas, la pureza de la heroína se duplicó. El precio para “colocarse” bajó a solamente tres dólares y noventa centavos. Después de treinta años de la guerra contra las drogas, el precio para “colocarse” con la heroína había caído en picado a ochenta centavos de dólares de 1980 porque la pureza se había multiplicado por 25 comparado a su nivel original – registrando más de 38 por ciento puro en compras de la calle. Por el año 2000, la pureza de heroína había llegado a ser un 70 por ciento superior en la ciudad de Newark, en New Jersey y en Filadelfia, Pennsylvania.

Es cuatro veces más probable que los consumidores de heroína se mueran por sobredosis en 2008 que en el año 1979. ¿Por qué hay tantas personas que están muriendo por sobredosis de drogas hoy  día? Los adictos no consumen más y más drogas cada día hasta que sus cuerpos no puedan absorber el veneno y mueren. Esa idea es un mito. Mueren de sobredosis porque toman lo que se llama en la industria como un “Hot Shot”. Si, por alguna razón u otra, el narcotraficante se distrae mientras está mezclando la heroína pura que recibe de otro país con el agente cortante que está utilizando para diluir la droga antes de re-venderla, el narcotraficante se queda con un producto lleno de grumos. En ese día, algunos de sus clientes se van a enojar con él porque reciben la parte del producto que contiene principalmente el agente cortante y piensan que el narcotraficante les está intentando robar. Sin embargo, un grupo desafortunado de los clientes del narcotraficante recibirán la parte de la receta letal que contiene principalmente la heroína pura. Cuando se inyectan con el polvo, están pensando que su jeringuilla contiene sólo un 10 por ciento de heroína cuando, en realidad, contiene 80 o 90 por ciento de heroína pura. En ese momento, no se enojan. Se mueren. Y no hay una segunda oportunidad para ellos. Por eso estamos oyendo más y más casos en los cuales cinco, diez, hasta veinte personas mueren por sobredosis en el mismo suburbio en el mismo día. Sus muertes se deben a una mezcla letal. Y, damas y caballeros, esos jóvenes que están muriéndose son los hijos de alguien. Pueden ser los míos o los tuyos.

Según los investigadores Matthew Robinson y Renee Scherlen, “El aumento de la naturaleza mortífera de las drogas bajo prohibición dio paso a 15.000 muertes más en el año 2000 de las que hubieran ocurrido si la prohibición no hubiera hecho a las drogas aun más peligrosas [comparado a 1979], asumiendo que todos los demás factores del sistema permanecieron constantes.

Tradicionalmente, cuanto peor se pone el problema, más policía y dinero le añadimos. La policía local y estatal no eran las únicas organizaciones beneficiadas por el flujo constante de dinero ofrecido a luchar la guerra contra las drogas. El Departamento Antidroga (DEA) del gobierno federal tenía unos 2.775 empleados cuando se formó en 1972, para ocupar el lugar del antiguo Departamento de Narcóticos y Drogas Peligrosas (Bureau of Narcotics and Dangerous Drugs). En el año 2005, el DEA  había cuadruplicado su personal hasta las 10.984 personas, pero su presupuesto, el dinero que le damos para luchar en una guerra fracasada, se había multiplicado por 34 – de 65 millones de dólares a más de 2.1 miles de millones de dólares en 2006.

En 1980, recibimos un nuevo presidente en la Casa Blanca. El Presidente Ronald Reagan nos dijo que estábamos haciendo un buen trabajo arrestando a los narcotraficantes, pero que a nuestra técnica le faltaba algo. “Consideren el asunto como una ecuación de economía,” dijo. “Están trabajando la dimensión de la oferta, arrestando a los narcotraficantes cuando deberían de estar trabajando el lado de demanda, arrestando a los consumidores. Si arrestan a bastantes consumidores, les espantarán, y sin consumidores, no habrá narcotraficantes.”

En aproximadamente el mismo tiempo, los políticos dijeron a la policía: “Simplemente hagan sus trabajos mejor. Arresten a más personas y les respaldaremos 100 por cien. Pasaremos las leyes más severas nunca concebidas (los mínimos mandatos y la regla de “three strikes, you’re out’). ‘Enciérrenles y boten la llave’ y se resuelve nuestra problema.” Bueno, les encerramos, pero el problema no se resolvió.

Era en ese momento cuando “la guerra contra las drogas” se volvió una política auto-perpetuante y creció sin límite. En el año 2004, se habían cuadruplicado el número de arrestados de 1970, hasta el punto que, actualmente, estamos arrestando a 1.9 millones de delincuentes no violentos cada año – con casi la mitad de los detenidos arrestados por violaciones relacionadas con la marihuana y porque el Sr. Reagan dijo que el 88 por ciento de los arrestos por marihuana era por posesión.

Estoy citándoles muchos números y números fuera de contexto son inútiles. ¿Cuánto es, exactamente, 1.9 millones de personas? Ese número es superior a la población del estado de Nuevo México. Así que imaginen que este año arrestamos a cada hombre, mujer, bebe en Nuevo México. Y,  el próximo año, vamos a tener que buscar otro estado porque seguimos arrestando a 1.9 millones de personas cada año.

Más de mil de personas fueron arrestadas como un resultado de mi trabajo como agente secreto. No les puedo decir cuántos de ellos eran jóvenes que hubieran seguido su camino para tener una vida perfectamente productiva si yo no hubiera intervenido, pero estoy seguro de que el número es inmenso. Tenemos  dicho popular en LEAP: “Le puedes ganar a una adición. Pero nunca sobrevivirás a una condena.” Una condena te persigue cada día de tu vida porque está grabada en una computadora. Cada vez que vayas a buscar un trabajo, allí está, como una nube grande y fea.

Saben, yo podría vivir con ello si eso  bajara los índices de muerte, de enfermedad,  crimen, y  adicción, pero no lo hace. Y las políticas son tan destructivas. Piensen en todas las personas que conocen personalmente que han tomado una droga ilegal cuando eran jóvenes – y después las dejaron y siguieron teniendo una vida perfectamente feliz y productiva. Si no pueden pensar en ninguna persona, que lo dudo mucho, yo les puedo nombrar a unas cuantas. ¿Se acuerdan del hombre que salía mucho en los noticieros hace algunos años – el que fumaba pero no se tragó el humo? Correctos! El Presidente William J. Clinton. Pero no quiero solamente regañar a Los Demócratas. Tenemos un hombre en la Casa Blanca hoy  día que consumió drogas ilegales, George W. Bush. Y los Vice-Presidentes, Al Gore y Dan Quayle, también el ex-Portavoz de la Casa de Representantes, Newt Gingrich, todos tomaron drogas ilegales. La lista es demasiada larga para nombrar a todos, pero todas esas personas tienen un factor en común: consumieron drogas
ilegales cuando eran jóvenes, las dejaron, y llegaron a ser políticos poderosos y a la vez que llegaron a sus posiciones de poder, todos experimentaron amnesia selectiva. Ellos se olvidaron de sus orígenes. De repente ellos empezaron  a creer que la policía tiene que detener a los jóvenes por hacer exactamente lo que ellos hicieron — y para protegerlos — y garantizar que esos detenidos nunca lograrán los niveles de éxito de nuestros políticos actuales.

¿Y qué hemos logrado con todo nuestro duro trabajo  y con toda la inversión monetaria? El 5 de febrero de 1994, tomé una fotografía del periódico The New York Times. Llamó mi atención por varias razones. No había artículo que la acompañara, solamente la imagen y esa imagen estaba escondida en la página 23 del periódico. El acontecimiento ocurrió en la sección de Corona de Queens, Nueva York, en la mismita calle, donde 17 años atrás, yo había realizado el mayor decomiso de heroína marrón — diecinueve libras. Como ustedes pueden ver, ellos tuvieron un poco más éxito que yo. El título relata, «policía y autoridades federales recuperaron 4.800 libras de cocaína, con un valor en la calle estimado de 350 millones de dólares….»

Casi dos toneladas y media de cocaína y según el registro de periódico, The New York Times, este decomiso ni siquiera mereció un solo artículo — dejémoslo solo en el periódico cada día por una semana. «¿Cómo podría ser»? ustedes quizás pregunten. Cómo podemos haber degenerado a este punto donde el decomiso de toneladas de cocaína apenas nos importa. Yo les diré cómo. Es porque por 1994 la policía hacía un trabajo tan grande para nosotros, agarrando regularmente toneladas de no sólo cocaína, sino de heroína. Agarrábamos tanto y tan a menudo que The New York Times aparentemente sentía que no podía mantenerse a nuestro ritmo escribiendo artículos tanto que ellos simplemente empezaron a resumir esos cargamentos de multi-tonelada. Cómo ellos hicieron en el artículo escrito por Joseph B. Julio de Treaster de 15 de Julio de 1994: “Tres Detenidos en por contrabando de Cocaína en un Carguero en Newark,» en la página B3 de The New York Times. El Sr. Treaster escribió sobre la incautación de toneladas “[t]res toneladas de cocaína ocultadas en un carguero en el Puerto de Newark,» pero él también mencionó, «Cinco toneladas de Cocaína en Houston…tres [más] toneladas en San Francisco…cinco [adicionales] toneladas en el El Paso» — todo en un período de tres meses. Así que ustedes están recibiendo la imagen aquí – estamos a una gran distancia de diecinueve libras. Estamos siendo inundados con las drogas duras del alto grado.

¿Y cómo  ha ayudado la guerra contra las drogas a nuestros hijos? ¿Ha reducido la disponibilidad de droga o su consumo en nuestras escuelas? (Cuando hago mis presentaciones públicas, yo siempre pregunto cuántas personas saben quién es John Walter. Casi nadie sabe. Les digo que John Walter es el Zar de la Droga de los Estados Unidos — el  «Primer Policía» — él que está a cargo de coordinar la guerra de EE.UU. contra las drogas. Pero también les digo que no hay razón por la que deberían saber su nombre ya que cada año más o menos despedimos al Zar viejo y designamos a uno nuevo porque el viejo nunca ha sido capaz de disminuir el «problema de la droga» en este país. Sin embargo, yo les sugiero a ellos que no seamos demasiado duros con los zares de la droga porque nosotros les hemos otorgado una tarea imposible — no podemos escaparnos de nuestro problema con las drogas. Así que lo único que cambia realmente del zar viejo de la droga al nuevo zar de la droga es que el nuevo zar de la droga tiende a mentir muchísimo mejor que el viejo. Y en eso John Walter es realmente bueno. Él les haría pensar que estamos ganando esta guerra. El señaló a «Vigilando el Futuro 2002,» el mayor estudio financiado por el gobierno realizado sobre las conductas, las actitudes, y los valores de los estudiantes norteamericanos de enseñanza secundaria, universitarios, y de jóvenes adultos, y dijo: «Esta inspección confirma que nuestros esfuerzos en la prevención de drogas están funcionando.” ¿Qué decía realmente el informe? El estudio afirmaba que durante un período de diez años, entre 1991 y 2002, el consumo de marihuana entre los estudiantes en todos grados de la escuela a lo largo de los Estados Unidos aumentó. ¿Cuánto  aumentó? ¡— El 30 por ciento para los alumnos del duodécimo grado; el 65 por ciento para los alumnos del décimo grado; y para los alumnos del octavo grado, un aumento del 88 por ciento! ¿Cómo puede decir John Walter que este estudio muestra que nuestros esfuerzos en la prevención de las drogas funcionan? ¿Nos estarán mintiendo los guerreros que luchan contra las drogas?

Una 2002 encuesta sobre drogas llevada a cabo por el Centro Nacional sobre la Adicción y el Abuso de Sustancias de la Universidad de Columbia reveló que los alumnos a lo largo del país dicen que es más fácil comprar marihuana que comprar cerveza y cigarrillos. ¿Cómo puede ser?

La respuesta realmente no es muy complicada. Cuando yo trabajé como agente clandestino, pasé tiempo con aproximadamente 20 niños delante de una bolera en un centro comercial de los suburbios. Ellos no eran los criminales. No maltrataron a nadie,  ni robaron. Y  no eran narcotraficantes, por lo menos no como yo identifico el término. En  palabras de uno de los Jueces más valientes de Tribunal de menores que despidieron después de muchos de casos, «Ellos no vendían las drogas. Ellos simplemente acomodaban a sus amigos». Lo que sucedía era que una noche la «Persona A» tuvo la ocasión de utilizar el coche de sus padres para poder hacer el viaje a la Ciudad de Nueva York y comprar las drogas para el grupo entero (al principio de la guerra que uno tenía que ir a una ciudad grande para comprar droga). La próxima noche quizás era la «Persona B» o la «Persona C» la que hacía el viaje a la ciudad. Quienquiera que hiciese el viaje, fue primero a todos los amigos, tomó las órdenes de lo que cada uno deseaba y consiguió suficiente dinero para poder pagar todas las drogas. Al volver de la ciudad, las dosis individuales de drogas eran repartidas a los que las habían pedido. Ninguna ganancia se hacía en esas transacciones. La mayoría  probablemente no ganó bastante dinero ni para pagar la gasolina del viaje.

Porque yo les había ofrecido mi amistad, yo también podría comprar sus drogas de esa manera. Eso es, después de todo, el trabajo de un agente secreto. No es el trabajo romántico que ustedes ven en las películas o en la televisión. Cada guerra debe tener un espía y en la guerra contra drogas el espía es el agente secreto. Ustedes pueden ver que la cultura de la droga puede no implicar crímenes sin víctimas, pero sí implica crímenes consensuados. El vendedor y el comprador consiguen algo que ellos desean por la transacción y ninguno de los dos informará a la policía sobre la otra parte. Por eso es necesario infiltrarse en ese mundo con un agente clandestino que está dispuesto a detener a cualquiera de los jugadores, sean los comerciantes o los consumidores. El trabajo de todos los agentes clandestinos es llegar a ser el mejor amigo y el confidente más cercano de las personas en las que está infiltrándose  — para que el agente les pueda traicionar y mandar a la prisión. Y cuando ellos han terminado con cada persona del grupo, empiezan de nuevo con otro grupo y el patrón se repite — amistad; traición; cárcel — una y otra vez, centenares de veces.

Pero me estoy apartando del tema. Volvamos a esos niños en el parking del centro comercial. Ninguno de ellos tenía 21 años,  pero ellos podían y me vendían cualquier clase de  droga ilegal que usted pueda imaginar. Sin embargo, ellos a menudo llegaban a mí y me decían, «Oiga Jack, tenemos sed — podría entrar usted en la tienda de vinos y licores y nos compra unas cervezas? Nosotros no podemos comprar cerveza». Ellos podían conseguir todas las drogas ilegales que quisieran pero no podían comprar cerveza. ¿Cómo puede ser?

La respuesta es tan sencilla que aparentemente nunca se les ha ocurrido a nuestros zares de la droga. La cerveza y los cigarrillos son bienes legales y las personas que los venden tienen la licencia. La venta de esas drogas son la manera por la  que ellos ganan su pan y  harán cualquiera cosa que puedan para proteger esas licencias. Yo no digo que si las drogas fueran legales ningún niño podría conseguirlas. Nada funciona perfectamente. ¡Pero ningún narcotraficante ilícito se preocupará por verificar el certificado de nacimiento de su niño para ver si él o ella tiene la edad suficiente para comprar drogas — el comerciante de la calle sólo quiere ver una cosa — ¡la plata! Y una vez que ellos hayan visto el dinero, no importa si el niño tiene cuatro años, él o ella conseguirá la droga. Sabemos eso porque hemos registrado esos mismos casos.

¿Entonces, de cuánto dinero estoy hablando? ¿Suficiente dinero para sobornar a un policía? ¿Bastante para comprar a un juez o a un político? ¿Bastante para convencer a los banqueros legítimos de lavar ese dinero manchado en sus bancos? Solamente en los bancos de la mitad sur de La Florida, en un año más de siete mil millones de dólares fueron lavados allí. Yo no digo que el dinero gastado alrededor del mundo en drogas ilícitas cada año es suficiente para sobornar a un policía. Digo que es suficiente dinero para comprar un país entero. Más de 500 mil millones de dólares se gastan cada año en drogas ilegales. Eso es mucho dinero. Hasta hace uno año era 100 mil millones de dólares más que el Presupuesto de Defensa de EEUU, y el Presupuesto de Defensa de EEUU es más grande que las siguientes 13 naciones con presupuestos más altos — combinados. También asciende al ocho por ciento del comercio internacional total del mundo, aproximadamente lo mismo gastado en toda la industria del comercio textil internacional. Una de las principales diferencias entre los dos comercios es que la gente en la industria textil sólo hace un pequeño porcentaje de ganancia de su inversión — en la industria ilegal de la droga casi todo es ganancia. Después de todo, de lo que estamos hablando aquí — es una hierba, simplemente. No importa si hablamos de marihuana de la planta de Cannabis, la cocaína del arbusto de coca, o de la heroína de la amapola de opio — todas son simplemente hierbas. Los  que tuvimos a cargo destruirlas, las cortamos o las arrancamos de la raíces o volamos sobre las plantas y las inundamos con veneno. Nosotros también envenenamos a la gente pobre que la cultiva, pero no nos preocupamos por eso. Sin embargo, el punto es, que tenemos que volver y destruir las plantas de nuevo, cada año. Las plantas son tan fuertes y crecerán casi dondequiera que tengan literalmente el valor de cero — ningún valor. Es decir, hasta que nosotros las ilegalizamos. Una vez que las prohibamos, su valor llega a ser exageradamente alto; casi increíble. Hasta tal punto que la marihuana vale más onza por onza que el valor del oro, y la heroína llega a valer más que uranio, con el valor de cocaína en medio. ¡Desde los sitios donde crece, en su mayor parte en países del Tercer Mundo como Afganistán y Colombia, hasta donde se vende en Nueva York o en Los Ángeles, el aumento en el valor puede ser hasta del diecisiete mil por ciento! ¿Cómo no querrían ustedes, gente de los negocios que están leyendo esto, conseguir un mero 17.000 por ciento de aumento en el valor de su producto?

Yo me di cuenta hace mucho tiempo cuándo oficiales uniformados detenían a un ladrón o a un violador, el número de violaciones y robos disminuía. Ellos sacaban a un elemento malo de las calles y hacían que nuestras comunidades fueran más seguras para todos. Pero cuando yo detenía a un narcotraficante, el número de ventas de droga no cambiaba para nada. Simplemente creaba un trabajo para una línea larga de personas dispuestas a arriesgarse por esas ganancias obscenas. La situación era realmente peor que eso.

Yo no creaba solamente un trabajo; creaba un trabajo seguro porque si ellos trataran de conseguir el trabajo mientras el comerciante estaba todavía en la esquina, él probablemente les dispararía. Les sugeriría a ustedes que ejércitos enteros de policía no pueden parar el tráfico de drogas cuando las ganancias son así de inmensas.

Hace cien años no había una sola droga federalmente ilícita en los Estados Unidos. En 1914, el gobierno de EEUU decidió que quería justificar ilegalizar ciertas drogas, así que estimaron que el 1,3 por ciento de la población era adicto a las drogas. «Nosotros no podemos aceptar eso,» dijeron, y pasaron, en 1914, la Ley Anti Narcóticos Harrison. Cincuenta y seis años después el gobierno de EEUU quiso justificar una política que comenzara una guerra contra las drogas, así que realizaron una encuesta que mostró que el 1,3 por ciento de la población era adicto a las drogas. Después de casi cuatro décadas de alimentar  esta guerra con más de un trillón de dólares de nuestros impuestos y arrestando a más de 39 millones de personas por ofensas no violentas sobre droga, ¿cuál es el resultado? Nuestro sistema judicial está estrangulado por el número creciente de acusaciones de droga y nuestra población de encarcelados se cuadruplicó. Debido al crecimiento de la población encarcelada,  la construcción de prisiones es la industria más que más rápidamente está creciendo en la nación entera; con 2,3 millones de encarcelados hoy y otros 1,9 millones detenidos todos los años por ofensas no violentas de droga. Los Estados Unidos actualmente encarcelan a 1.009 por cada 100.000 habitantes, cifra superior que la de cualquier país en el mundo; 1,6 veces más que Rusia (nuestro competidor más cercano) y 6 veces más que China. ¿Dónde terminará? ¡Los Estados Unidos tienen el 4,6 por ciento de la población del mundo y el 22,5 por ciento de sus presos — aquí mismo en esta «tierra de libertad»! Y hoy, el 1,3 por ciento de la población es adicto a las drogas.

Lo único que ha cambiado en cien años, si las drogas fueran legales, o si fueran ilícitas, o si fueran ilícitas y participamos en una guerra contra ellas, es que esas drogas son ahora más baratas, más poderosas, y mucho más fáciles de conseguir por nuestros hijos. Los capos de la droga continúan siendo cada año más ricos y los terroristas ahora ganan fortunas en el comercio, mientras nuestros ciudadanos siguen muriendo en nuestras calles. Esto representa la definición precisa de una política pública fallida. Will Rogers dijo, «Si usted se encuentra en un hoyo, la primera cosa que hay que hacer es dejar de cavar». Así que lo que sugerimos desde LEAP es que paremos de cavar en el hoyo de una guerra fallida contra las drogas y que  comencemos con la búsqueda de estrategias alternativas.

Ahora yo haré un par de sugerencias que espero contestarán la que pienso que sea su pregunta obvia — ¿»Hay algo que se puede hacer para parar este azote que enfrenta nuestra nación y el mundo»? Creo que sí.

Les voy a ofrecer un modelo de política en el que he estado trabajando durante los últimos treinta años. Sin embargo, yo no lo presento para convencerles de su valor. Más bien se la presento para abrir tanto su mente como a sus corazones al hecho de que hay alternativas funcionales a estas políticas fallidas sobre la droga que existen ahora. Si usted alguna vez escucha a otro orador de LEAP, usted tal vez encuentre una política alternativa que varía ligeramente en cuanto a cómo nosotros quizás distribuiríamos las drogas una vez que sean legales. Todo lo que LEAP requiere a sus oradores es que crean que la guerra contra las drogas es un fracaso y que los oradores apoyen las políticas alternativas que reducirán la incidencia de la muerte, la enfermedad, el crimen y la adicción cuando finalmente se termine con la prohibición de las drogas. Hablamos con miles de personas muy inteligentes como ustedes mismos durante nuestras presentaciones y lo que esperamos es que una vez la mente del público esté abierta a soluciones alternativas, pensarán que las políticas factibles que son mucho mejores que cualquiera de las que hemos considerado.

El Ciudadano

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