Por Arturo Ledezma / Pocas personas tienen la valentía de ser protagonistas de sus propias vidas y quizá por eso es que Bélgica Castro y Alejandro Sieveking dejaron la marca de lectura cuando le doblaron una página a la historia del teatro chileno para decir que, cuando las cosas se hacen por amor y de una manera distinta, la consecuencia que es construída con lo que une la vida y la obra siempre se convierte en una pieza de arte.
Acto final: Crematorio
«No importa la muerte, tú puedes seguir vivo de algún modo»
Alejandro Sieveking
Son algo así como las 3:15 de la tarde del sábado 7 de marzo de 2020 y en la puerta del crematorio del Cementerio general hay un cartel que indica el servicio funerario que viene a continuación. El caso es que el letrero parece un afiche teatral, quizá de una obra que se burle de los servicios funerarios, pues dice “Andrés A. Sieveking Campano + Bélgica Castro Sierra”. Cualquier persona que lo lee sabe que es un muy buen elenco para un servicio funerario, además la sala está llena. Hay muchos actores, hay músicos, hay público. Entonces uno comprende que no es un funeral sino una obra que de seguro va a terminar con un aplauso. Y así fue. De pie. Aplauso cerrado.
No hay cura ni hay nadie que se disfrace de cura y afuera Los Diablos Rojos bailan canciones de Víctor Jara. Adentro solo hay personas que se encargan de decir palabras emotivas pero alegres, o de contar historias de esta pareja excepcional que todavía parecen estar ahí, en medio de todos y actuando, caracterizados de ataúd.
E insisto: esta historia de amor me sigue pareciendo increíble, y este final no es el final de una vida sino el final de una obra.
Lo bonito es que nadie en realidad está completamente triste, porque sabemos que hay historias de amor que, si terminan de manera insospechada, provocan una extraña sonrisa incómoda que es parecida a la virtud que tiene el dolor que, a pesar de todo el dolor, es placentero. Y sabiendo que no es cierto eso de los finales felices es que nos ponemos alegres cuando el vino se pone dulce y cuando las coronas de flores son una celebración de la vida y no una excusa para tapar el llanto.
El payador Manuel Sánchez escribió en su cuenta de Facebook una décima que dice lo siguiente: “No son Romeo y Julieta / son Bélgica y Alejandro / navegando en un balandro / sobre un agua tibia y quieta. / Su sempiterna silueta / más valor que nunca cobra, / porque si el talento sobra / la muerte es una ilusión; / ¡¡vamos subiendo el telón / que aquí comienza la obra!!”
Y es loco, pero verdadero, porque hasta cierto punto es difícil dejar de pensar que no es un montaje esto de morirse los dos juntos, con un día de diferencia. Es algo chistoso y dramático el que después de tantos años provocando un amor que los hacía ser, a cada cual, y ante los demás, casi como una sola entidad extraña y que, para colmo, se vayan a morir sincronizadamente como reiterando que eran, en muchos aspectos, de verdad tan solo uno.
Dos horas antes del funeral, durante una ceremonia en el Teatro Nacional Chileno, Nona Fernández leyó un texto finísimo y conmovedor donde daba cuenta de lo que le provocó la muerte de ambos, y comentó una anécdota que también habla de este funeral como un extraño episodio del teatro chileno. Cuenta que en alguna oportunidad le preguntó a Sieveking acerca de un personaje que muere: “Alejandro, que fuma un cigarrillo, se ríe y responde: que Guillermo esté muerto no quiere decir que no participe en la obra. Estará siempre ahí, solo que Guillermina y el resto de los personajes no lo podrán ver”.
Quizá es un poco de eso lo que nos pasó a los que estuvimos en el funeral y que sentimos, o que supimos perfectamente, que los dos personajes principales estuvieron siempre ahí a pesar de que no pudiéramos verlos. Presentes, felices, quizá burlescos, invisibles, por sobre todo amantes.
Banda sonora: Víctor Jara
La relación de la dupla Castro-Sieveking con Víctor Jara es una desconocida historia conocida. Es una fábula hermosa que, de puro hermosa, subyace y sobrevive a la muerte y la tortura y el exilio y el amarillismo. Por eso es que durante el velorio en la sala Antonio Varas de la Universidad de Chile lo que sonó con fuerza fue siempre Víctor.
Una a una las canciones iban pasando como fotografías que traían de vuelta el recuerdo de esas primeras obras que en ese mismo escenario que hoy estaba lleno con fotos y flores, y con esos dos ataúdes enormes, alguna vez se presentó, por ejemplo, La Remolienda que, para quien no sepa, fue escrita por Sieveking, dirigida por Víctor Jara e interpretada por, entre otros grandes actores, Bélgica Castro.
No hay dudas de que el teatro chileno ha sido una de las resistencias más firmes ante las injusticias y las dictaduras. Por eso cuando en el velorio, a pasos de la puerta de la Moneda, se cantó con fuerza El derecho de vivir en paz, al lado de Carabineros armados y de guanacos y de vallas papales, agradecimos también esa pequeña subversión que nos regaló Castro-Sieveking, de haber hecho llegar hasta los jardines y las fauces del poder de turno, y que tiene a todo Chile movilizado, los mismos versos de Víctor Jara que han sido coreados con fuerza para gritar que Chile Despertó.
Primer acto: La muerte y la muerte
«Me encanta la vida, lo paso muy bien y si me muero me gustaría hacerlo junto Alejandro de manera de no separarnos»
Bélgica Castro
Fue un comentario recurrente el que a nadie le pareció del todo extraño que se fueran juntos. Y era de una belleza absurda el ver los dos cajones rodeados de flores en el escenario del teatro.
Samuel Beckett escribió que “Las lágrimas del mundo son inmutables. Cuando alguien empieza a llorar, alguien deja de hacerlo en otra parte” y quizá eso mismo ocurrió cuando no habían pasado las primeras horas de pensar en la muerte de Sieveking cuando hubo que pensar la muerte de Castro. Y dentro de ese espacio mental que sucede en cualquier fallecimiento es que se hacía sentir la paradoja de que muchos no supieron si reír o llorar al entender que, tal como lo dijo Bélgica Castro en una entrevista de la cual saqué la frase que puse al inicio de este apartado, se había cumplido su deseo de morir junto a su compañero amado.
Todos los que llegamos al velorio comprendimos que a veces “la vida imita al arte” y se vuelve una experiencia difícil de olvidar precisamente por lo imposible. Por eso es que observar a cientos de caras famosas caminando como actores secundarios te hacía sentir la potencia de esos dos gigantes que se despedían del mundo como casi nadie puede llegar a hacerlo. Fue hermoso no ver políticos o rostros del retail dando falsos discursos de dolor; y fue conmovedor saber que es posible llegar hasta el final sin depender de acomodar discursos para servirle al poder, o de hipotecar el alma con tal de ganar recursos o hacer tele chatarra a cambio de venderle productos inútiles al público.
Prólogo
No tuve la fortuna de conocerlos personalmente, sin embargo, cuando supe de la muerte de ambos sentí la obligación, o quizá la pulsión, de viajar al funeral y escribir este texto. Y es que si bien no creo en los homenajes, y mucho menos creo en que sea posible hoy en día el periodismo o la crítica en relación al arte, sí creo en las historias y, definitivamente, es imposible abstraerse de participar de un espectáculo tan irónico y perfecto como el que vivimos a razón de la muerte de ambos.
Lamentablemente la palabra montaje dejó de ser patrimonio exclusivo del teatro, y hoy día la usamos para identificar comisarías asaltadas, y camiones quemados por pésimos actores que cuelgan bototos manchados con pintura o sangre y de noche se disfrazan de mapuche para escenificar comedias que por todos lados van gritando mentira y también muerte. Por este motivo no diré que la desaparición de Castro-Sieveking es un montaje, sino que prefiero decir que es una rebuscada y vital puesta en escena que, para colmo de la prensa, fue perfecta y por gratis.
No me cabe duda de que la historia de esta pareja se contará en los carretes y en las facultades y en los pequeños espacios destinados a esa resistencia que, al final de cuentas, logra mitificar el amor hasta convertirlo en estandarte de una consigna ineludible. Y es bello, porque es muy bello, comprender que hasta en las peores épocas de la historia hay gente capaz de ser ejemplo hasta después de la muerte.
Y si bien no creo en que se hayan ido buscando el cielo, la fama o lo que fuera, nos quedará de ellos la loca concordancia que vivieron y la complicidad eterna; la huella del talento y el ejemplo de esos dos amantes que luego del telón se fueron, unidos hasta en las cenizas, volando juntos en una columna de humo que los elevó hasta la leyenda y que, como escribió Víctor jara, “Ojalá encuentre camino para seguir caminando”.
Huépil, 8 de marzo de 2020