Durante años la maquinaria mediática del poder mundial ha venido logrando convencer con cierta facilidad a los pueblos sobre las bondades del capitalismo. Han desplegado todo tipo de iniciativas seductoras sobre el Dios Mercado y cantado loas al consumo. Ahora, de la misma manera, los que todos los días lubrican el engranaje de esa maquinaria letal-capitalista (Trump, Merkel, Sánchez, Macrón, entre otros) intentan decirnos que en virtud de «protegernos” de una particular maniobra de guerra bacteriológica lo mejor consiste en acudir a las fuerzas represivas, lo que resulta toda una paradoja: se quiere combatir un mal con el concurso de quienes generalmente maltratan a los pueblos.
En la mayoría de los casos el poder mundial da luz verde para que los ejércitos salgan a la calle, monten campamentos y desde allí se desplacen para controlar que la población cumpla con lo ordenado y no se mueva de sus viviendas. Apuestan a militarizar y policializar los países en lugar de producir urgentes inversiones del dinero -que generalmente dilapidan- en fortalecer la sanidad pública, que se halla en niveles altísimos de insuficiencia. No solo para una pandemia como la actual sino que es bien sabido el nivel de deficiencias de los últimos años en naciones que se dicen súper desarrolladas.
Desde el poder mundial Intentan resolver todo por arriba y a la vez despreciar las múltiples instancias de solidaridad social a la que están acostumbrados los pueblos, sobre todo las franjas más pauperizadas de cada país. Lo hacen por decreto, por «imperativo legal”. Sostienen para imponer medidas odiosas que «nos quieren cuidar», y que la mejor manera de demostrarlo es tomarnos de rehén en cada vivienda, pero eso sí, con internet, los que puedan pagarlo. Todo ello para combatir una circunstancia límite creada por ellos.
Nos quieren mansos y tranquilos, asustados, con un nivel de incertidumbre sobre el devenir. Al encerrarnos, no nos dejan participar en la autodefensa solidaria, como pudiera hacerse cuadra por cuadra, manzana por manzana, ayudando a quienes más lo necesiten, procurando niveles de organización popular para suministrar alimentos a quienes no los tienen, vigilar que no haya especulación en el alza de los precios aprovechando la situación de crisis. Allí está el ejemplo de Cuba y Venezuela, donde los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) o las comunas bolivarianas colaboran activamente para paliar los problemas que provoca la pandemia.
En cambio, es muy distinta la actitud de quienes gobiernan y a los que el coronavirus los expone dentro de todo lo que deberían haber hecho y no hicieron a nivel de atender las urgencias de sus respectivas poblaciones. Ellos, los que inventaron las guerras que causaron millones de muertos en todo el mundo. Ellos, los invasores del Medio Oriente, los masacradores en África, los que bloquean a Cuba y Venezuela, a Irán, Palestina y Corea del Norte. Ellos y sus amanuenses de todos los países que desatienden la sanidad pública y ahora ponen el grito en el cielo porque el engendro que crearon en un oscuro laboratorio para atacar a China se les ha ido de las manos y vuelve contra sus propios intereses. ¿No es así Mister Trump? Es sabido que usted y sus secuaces, en el mismo momento en que decretan toque de queda y emergencia máxima en todos los países, ordena desembarcar 20 mil marines y 10 mil soldados de la OTAN en Europa. Ninguno de ellos lleva barbijo. ¿A quien intenta convencer que lo hace para “salvar a la humanidad”?
Pero no todos comen vidrio y tampoco postergan los reclamos históricos: allí está el ejemplo de los chalecos amarillos que este sábado salieron a las calles y como suele suceder sufrieron la represión pero no dejaron de gritar sus verdades de coraje y dignidad. Ellos, como los miles que se manifestaron en Chile este pasado viernes y convocan un cacerolazo contra Piñera este lunes a la noche, saben que el peor virus que acosa a la Humanidad es el del capitalismo y sus derivados. Y para que las cosas queden más en claro aún, proponen en la práctica callejera una palabra que lo dice todo: Desobediencia civil.
No se sabe cuánto durarán las medidas de excepción de cada país, pero queda claro que el mejor antídoto contra el invasor global no pasa por refugiarse en el individualismo, en el “yo me salvo solo”, sino en apelar a la responsabilidad de la construcción colectiva y la fraternidad entre la compañerada, para practicar, ante la ausencia real de los Estados (aunque simulen eficacia en los comunicados), la solidaridad social con quienes más lo necesiten en estos momentos límites.