Por Francisco Vergara
Personas haciendo compras de manera irracional, gente tratando de acaparar productos, idiotas que se saben infectados y que viajan en transporte público a pesar de ello, fronteras cerradas, un virus que se expande de forma (aún) descontrolada en el concierto mundial, la muerte acechando con realidad… Todo esto da como resultado, ciertamente, un momento de pánico colectivo, pero también de indudable y verdadera crisis, y es que más allá de lo inmediato, y siempre sin olvidar que la Vida es lo relevante, es innegable que la economía se resentirá durante estos tiempos y los venideros. Y esta vez no será la economía sustentada en la incertidumbre de unos pocos especuladores que, al no comprender qué sucedía con ciertos números, casi se desmorona allá en las postrimerías de la década anterior, sino que, luego de muchísimos años, es la economía real la amenazada: la que implica intercambio, personas y cosas. Vivimos y presenciamos hoy la crisis, de forma literal: increíblemente, ahora mismo las siete acepciones para el término «crisis» recogidas en el diccionario nos son útiles para describir el momento.
Me es interesante destacar el carácter del fenómeno como crisis, porque aquel es el lugar más propicio que se presta para realizar una lectura que vaya más allá de lo que se nos presenta como aparente. Marx, en el esqueleto lógico de su obra, es enfático en que la contradicción es la que otorga la posibilidad de la crisis, por ello, los momentos de crisis, si son leídos correctamente, son aquellos desde donde aflora de posibilidad de aprehender de manera más prístina las contradicciones fundacionales sobre las que la realidad se erige y construye; esa realidad contradictoria en su fundamento.
Pero antes de indagar en las contradicciones que se hacen aprehensibles a través de la crisis, conviene preguntarse ¿qué es exactamente lo que nos puede mostrar este momento en su inmediatez? En primer lugar, es un recordatorio de nuestra fragilidad y pequeñez, de que las cosas que damos por sentadas cada día no son un don natural ni un estado de normalidad que apareció por milagro, todo lo contrario, no son sino el resultado del trabajo y la lucha de miles de años de la humanidad toda; es el momento en que la Historia y el esfuerzo atávico de los hombres y mujeres que nos han llevado hasta lo que somos hoy, se puede hacer presente.
Nuestra fragilidad queda expuesta en el momento en que, por más que tengamos cierto conocimiento y compresión de un mundo microscópico que existe independiente de nuestra limitada capacidad ocular, este, cuando lo desea, puede tornarse como expresión del azar y lo impredecible para nosotros. De un golpe se cae en pedazos el narcisismo moderno y occidental, y nos vemos desnudos ante aquello que ni si quiera tiene un cuerpo; tan insignificante en sí que no sabemos si está vivo o no. Y en esta caída que nos recuerda nuestra limitación, el mundo se hace familiar y antiguo al mismo tiempo: la humanidad busca ocultar su fragilidad original, y al no tener un cuerpo ni un curso de sentido en el cual enmarcar la desgracia, hace retornar al viejo Pharmakos griego; alarmados, muchos tratan de buscar un chivo expiatorio que nos libere de la desgracia en su azar, de darle dirección al miedo y la incertidumbre, a la contingencia… una regresión al modo de defensa primigenio civilizatorio, al Miedo a la Otredad que nunca se va; de un momento a otro lo extranjero vuelve a transmutar en animalidad.
Lo anterior queda patente ante las lecturas conspiranoicas que surgen desde los más diversos y heterogéneos sectores; muchos buscan empeñadamente, de delirantes formas, un culpable, un origen, un símbolo en el cual depositar el temor y el desasosiego que los invade.
Y en segundo lugar, la inmediatez nos muestra la capacidad, en tanto horizonte de lo posible, de disciplinamiento sobre los cuerpos y las vidas que puede tener, si así se lo propone, este capitalismo hacendal mundial de mal gusto; su capacidad de, ante la emergencia de lo contingente, cerrarnos al Acontecer del Otro y ensimismar nuestros cuerpos y la manera en que desplegamos y hacemos acontecer la vida; no solo en los planos locales, sino a una escala global; quizá por primera vez, la humanidad toda siente al mismo tiempo la misma fragilidad en el mismo momento, que está ante un peligro tal, que es preferible ser devorados por los poderes que nos gobiernan antes que dejarse arrasar por la apuesta de la incertidumbre y el riesgo; el mandato es el Temor. Mas no quiero explayarme en este punto, ya que puede llevar a lecturas erróneas y desmesuradas sobre la situación; más de una mente preclara ha caído en estos yerros estos días, por lo que no me interesa ahondar más. Solo basta destacar que estas manifestaciones en este contexto nos permiten comprender el horizonte de lo posible en la biopolítica contemporánea.
Aun así, es precisamente este el lugar en que podemos hacer el salto hacia el meollo que estamos buscando: las contradicciones que queremos hacer presentes, contradicciones que pasamos a analizar.
1 – El relato de la «sociedad de individuos»
Esta es sin duda una de las construcciones ideológicas más fuertes sobre la que se estructura la modernidad occidental; asunto bastante asombroso, considerando que los padres y abuelos del liberalismo siempre consideraron a la figura del individuo no como un elemento con realidad ontológica, sino como un mero artilugio metodológico a través del cual construir cierta visión o interpretación del mundo: lo vemos en Hobbes, en Locke, e incluso tal vez en algunos de los miembros de la Escuela Austríaca! No obstante, en algún momento la realidad se torció lo suficiente como para que, muy en el fondo, de verdad el individuo comenzase a ser considerado como existiendo efectivamente; las expresiones más claras son, sin duda, Hayek y Thatcher.
Y así, desde el último tercio del siglo anterior, el mundo, vestido con traje de neoliberalismo y violencia, comenzó a moverse bajo la ilusión de que realmente las sociedades son la unión de partículas fragmentadas y primigenias llamadas individuos: solo habría una reunión de múltiples «yo»; y se dio paso al individualismo y egotismo más nauseabundo que pudo existir, donde lo público se diluía y solo importaba el beneficio, y lo que podía ser vendido y puesto en manos de privados, era efectivamente privatizado.
¡Pero resuena la catástrofe y se cae el velo! Y en Italia y España, posiblemente aquellos mismos que vociferaban por los recortes, claman hoy por la atención pública. En cualquier caso esto no es tan sorpresivo, solo que es interesante que ahora mismo ocurra a una escala lo suficientemente extensa para que el artificio pueda hacerse visible, pero todos hemos sido testigos de cómo los más acérrimos neoliberales claman por «socializar» las pérdidas en cuanto una dificultad se cierne sobre ellos.
Empero, lo anterior no es lo único a destacar, sino que en el ensimismamiento agobiante de las cuarentenas, se hace palmario hasta para el más alienado, que nunca estuvo ni pudo ser solo: que la Otredad te constituye y te cruza en todo momento. Obligados al encierro, los «individuos» se encuentran con que la mirada y la voz del otro siempre ha sido y fue el fundamento de la vida.
Por otra parte, cuando la directriz científica (y, en el mejor de los casos, al mismo tiempo la gubernamental) apunta a que la razón de la aislación es evitar que la pandemia se extienda hacia el resto de personas, comenzando a tener aquello incluso en algunos países estatuto obligatorio, nos encontramos cara a cara con aquella sociedad que tanto se esmeraron muchos en negar. ¡La sanidad nunca fue un asunto individual!
Aun así, de terrible forma se puede apreciar cómo se ha introyectado en lo más profundo de las personas el relato del individuo y la indiferencia, y así. no es difícil encontrar a gentes, de heterogéneo espectro político, pensando que todo da igual, ya que ellos son jóvenes y la enfermedad solo se cobrará la vida de los ancianos o los más débiles: ¿¡desde qué momento comenzó a ser apetecible y recomendable algo así!? Horriblemente hemos llegado a un punto donde los delirios malthusianos se hacen carne.
2 – La economía (y su autonomía) que
explota y niega a los cuerpos
La economía mundial contemporánea busca y anhela proyectar —siempre desde la óptica de los centros de poder— una imagen donde el fordismo quedó enterrado y anquilosado en lo lejano del siglo pasado; una economía donde prima lo financiero por sobre la producción, y los servicios y el cuarto sector por sobre las actividades propiamente productivas. Pero ocurre el remezón y aparece regurgitada la realidad en que se fundamenta aquella ficción.
Incluso antes de que el virus comenzase a llegar con fuerza a las potencias, aquella ficción financiera a la que denominan «mercados» retrocedía y caía. Se cierne la realidad por sobre el ensueño y se hace traslúcido el que por más tercerización que ocurra, el fundamento de todo siguen siendo los cuerpos de los y las trabajadoras del mundo puestos en movimiento y siempre disciplinados a las jornadas extenuantes; cuerpos que son explotados diariamente en el ritmo incesante y voraz del sistema capitalista (que deviene con sus formas en hacienda mundial), que los niega siempre en el relato desde el que construye la ficción de los mercados financieros donde el dinero aparece en su forma fetichizada y autónoma.
Ocurre la crisis y aparece cristalino el fondo del pozo, allí donde se ve que tras las tercerizaciones reales que pueden permitirse las potencias, hay millones de tercerizaciones espurias en los países dependientes; tercerizaciones que no son más que la huella inscrita en los cuerpos del látigo de la improductividad que busca evitar el desplome total en la miseria de las capas que ven su vida cada vez más precarizada; el ejemplo más claro de esto en Chile son los «call center» y empresas de similar rubro.
Desde múltiples países, incluyendo el nuestro, nos encontramos con que las empresas tratan de buscar opciones para que el trabajo se mantenga a distancia. Esta pantomima nos hace transparente de la manera más violenta el disciplinamiento sobre los cuerpos a la vez que la paradoja de la improductividad: los y las trabajadores han de sacrificar horas y horas de su día en cada jornada en el trayecto a sus puestos meramente porque así lo necesita y quiere el sistema, y, a la vez, incluso aunque este trabajo se siga llevando a cabo bajo este nuevo formato, todo se sigue derrumbando por alguna «misteriosa» razón…
En último término esto es sencillamente la economía apareciendo en una forma más pura y despojada de las máscaras con que la ha cubierto el neoliberalismo y sus formalizaciones del cálculo y la ganancia. Los países con sus locales y supermercados desabastecidos no es sino el destello de las relaciones productivas (con todo lo que esto implica) que nunca han dejado de tener preeminencia al momento de permitirnos reproducir algo tan fundamental como la vida. Los mercados financieros se multiplican bajo la especulación de números vacíos, pero la vida jamás se mantendrá ni multiplicará en esta lógica.
3 – El mito del Estado subsidiario en el
contexto latinoamericano
En este punto confluyen en cierta forma un poco de todos los elementos mencionados arriba. Por su posición geopolítica en el sistema-mundo, América Latina es donde más claramente se pueden aprehender las contradicciones del sistema; las medidas ante la emergencia chocan de bruces contra el peso de lo objetivo, y se muestra el sinsentido último que está en el fondo del asunto.
Salvo honrosas excepciones (y muchas de ellas tristemente hoy en peligro), es indudable que aún hoy la mayor parte de los países de la región sufre en su arista estructural los estragos que ocasionaron las intervenciones militares de los 70 y 80, cuestión que se expresa básicamente en las derivas neoliberales que han sufrido estos, donde el Estado se ha visto reducido considerablemente y los derechos limitados a gastos focalizados.
El elemento anterior, al ser puesto en el contexto de economías rentistas y extractivistas, e índices de desigualdad progresivamente mayores, genera que ante una emergencia como la de ahora, se llegue a una aporía: se necesita que la gente esté aislada y que trabaje a distancia, pero no hay forma de que esto ocurra cuando las personas no están sujetas a derechos esenciales y a la vez viven bajo trabajos cada vez más precarizados.
Y destella con inusitada violencia la desigualdad cuando en Chile, bastión de la inequidad, se piden medidas de paralización, pero al mismo tiempo el afán de lucro grosero y sin límite no desea cerrar sus grandes centros comerciales; el descaro llega a ser tal, que empresas privadas como LAN osan pedir ayuda estatal debido a las circunstancias.
Es este momento de profunda crisis excepcional donde las contradicciones fundamentales se colocan a la vista: y mientras unos pueden quedarse encerrados en casa, otros se ven sojuzgados a tener que salir a trabajar porque, de lo contrario, sencillamente no tienen cómo comer; es la crisis la que nos permite comprender en la acentuación de esta contradicción que un Estado que no sea capaz de brindar derechos esenciales, es un Estado fallido; que el camino del gasto focalizado en las políticas públicas solo lleva a la segregación y la miseria, a que todo siga siendo pensado en la lógica de los individuos ficticios y no de Sociedad.
4 – El estado actual de la geopolítica
mundial
Durante todo el siglo XXI hemos sido testigos de lo que, correctamente muchos analistas y científicos sociales, han leído y caracterizado como el declive del capitalismo en sus diversas formas, y principalmente, de la caída del Imperio representado por Estados Unidos. Por más que los números y estadísticas acompañen y fundamenten estas lecturas, es solo en lo más profundo de una crisis global en la que las ilusiones que aún perviven se disipan ante la nueva imagen que refracta la realidad.
Hoy los países afectados no buscan ni reciben ayudan ni de Estados Unidos ni de las potencias Europeas, sino que China y Cuba son los que envían ayuda internacional bajo la catástrofe. Los billones de dólares que utiliza Estados Unidos en armas, de un minuto a otro, se tornan irónicamente inútiles para salvar lo que sea; y la ciencia e innovación yanqui, cruzadas bajo la lógica mercantil, no han podido entregar una respuesta que sea más eficaz que lo que la medicina cubana ha llevado.
Se hace claro también el vaciamiento sinsentido de los nacionalismos chapuza que han surgido el último tiempo: ahí está Boris Johnson y su delirio criminal y anticientífico que pretende proteger su país a costa de la muerte de miles; todo teñido siempre de los balbuceos bajo los que se esconde el chauvinismo recalcitrante de siempre, ese que ve conspiraciones y populismo en todos los sitios.
Por otra parte, la eficiencia de las medidas sanitarias no son sino el reflejo de los mismos resultados, pero en el ámbito militar, de toda la dinámica de los últimos años. No es un gran misterio que las operaciones en el medio oriente de Estados Unidos han sido desastre tras desastre, siendo Rusia la fuerza que ha impedido, principalmente los últimos cinco años, que el caos del imperio engulla todo. Basta decir ahora que Rusia tiene meramente una decena de infectados, mientras que en Estados Unidos estos ya se cuentan por miles y en todos los estados.
Por último, en relación a cómo los cimientos del sistema reflejan no solo técnica, sino ciertas formas de ser-ahí en el mundo, me parece que no hay mejor contraste que Cuba aceptando un crucero británico con infectados que había sido rechazado por diversos países, y Trump queriendo con preferencia la vacuna solo para Estados Unidos. Y si bien China no es ejemplo de democracia alguna, por si alguno quisiese realizar el reparo, no se puede negar que ha hecho una labor humanitaria que no sería posible bajo un horizonte neoliberal.
5 – La sustentabilidad del sistema
Para finalizar, y esto es realmente el quid
de la presente disquisición. El coronavirus revela de manera inmediata e
inapelable la imposibilidad de mantener la vida en un sistema en que lo humano
se piense por fuera y por sobre la naturaleza, en donde, además, prime el delirio
de que unos pocos puedan crecer al infinito a costa de otros muchos. Bastaron
solo unos días para que el mar, la tierra y el aire de sectores tan
contaminados como los canales de Venecia o las metrópolis chinas se sacudan del
hedor de la actividad productiva incesante, inconsciente, indiferente y
depredadora.
Es este el momento donde se revela, esta vez de forma profunda, nuestra fragilidad e insignificancia ante esta hermosa y gigantesca esfera azul que flota en el infinito. Es el momento, a la vez, donde imperativamente ha de caer el narcisismo liberal de pensar de que «hay que salvar el planeta», cuando en realidad a este no le tomaría más que un segundo (en el tiempo puesto en su escala) para repararse; es el momento de comprender que el planeta nunca ha estado en problemas, sino que los que estamos al borde de un peligroso precipicio siempre hemos sido nosotros; que el problema somos nosotros en nuestra relación entre nosotros mismos, y nuestra relación con la naturaleza.
Al final, la contradicción fundamental es que, desde esta crisis de la vida, se nos hace transparente y diáfano el secreto: algo como el covid-19 es una mera contingencia, el virus que amenaza la vida es y será el capitalismo y sus lógicas depredadoras y devoradoras, o cualquier sistema social que se pretenda erigir pensando que la materialidad misma del mundo girará siempre en torno a nosotros.
Es tiempo de enmendar los rumbos y dejar que la Vida acontezca mirándonos a los ojos.
Por Francisco Vergara
El Ciudadano