El periodista Raúl Cazal, hace unos días, me envió una imagen que circulaba en internet. En ella se decía: «señores clientes: movimos los libros de distopías postapocalípticas a la sección de historia contemporánea». Luego de una risa más preocupada que feliz, le contesté: «la distopía ha muerto».
Esta «muerte» ha ocurrido porque el curso de los acontecimientos ya no existen como conjeturas de mentes imaginativas o aventajadas, sino que se desarrollan frente a nuestros ojos con la fidelidad con que solo pudo prever la sana sospecha.
En un artículo anterior llamado Un coronavirus para hackear el sistema mundial, recordábamos al sociólogo Edgardo Lander, quien hace quince años alertaba que era muy probable que, ante un suceso de gran conmoción mundial, la élite avanzaría en un plan de control total. En aquel momento, lucía arriesgado hablar de ello en círculos académicos.
Sin embargo, tomando en cuenta las serias dudas que posee China en cuanto a la procedencia del virus, así como su posible utilización como arma biológica contra la nación asiática, no luce ya descabellado considerar que esta pandemia abre una brecha ideal para ciertas agendas no solo políticas o económicas, sino de carácter civilizatorio.
Solo hechos
Entre el 30 de mayo y el 2 de junio del año pasado, apenas unos meses antes de que se desatara la pandemia del coronavirus, el Club Bilderberg realizó su encuentro anual.
Lo que ocurre puertas adentro es confidencial, excepto la agenda de los asuntos abordados.
En su portal web figuran los 11 aspectos evaluados por los hombres más ricos e influyentes de las potencias asociadas a la OTAN y otras organizaciones de alcance global:
1. Un orden estratégico estable, 2. ¿Qué sigue para Europa?, 3. Cambio climático y sostenibilidad, 4. China, 5. Rusia, 6. El futuro del capitalismo, 7. Brexit, 8. La ética de la inteligencia artificial, 9. La armamentización de las redes sociales, 10. La importancia del espacio, 11. Amenazas cibernéticas.
Si para algo nos sirve el listado, es para entender cuál será el mapa que occidente ha planteado como ejes para mantener una cada vez más agónica hegemonía.
Para el que tenga dudas, bastarán las declaraciones del ex primer ministro del Reino Unido Gordon Brown quien sin ningún tipo de tapujos ha instado a los líderes mundiales a crear «de forma temporal un Gobierno global» para manejar la crisis del coronavirus.
«Esto no es algo que se pueda tratar en un país», afirmó Brown, según reseña The Guardian.
Dicha «respuesta coordinada» involucraría a líderes mundiales, científicos expertos en salud, organismos multilaterales y contaría con «poderes ejecutivos» para tomar decisiones de carácter transfronterizos.
Esta Fuerza de Trabajo a juicio de Brown, estaría centrada tanto en encontrar una vacuna, como para gobernar sobre la economía de cada país, a través del control de sus bancos centrales.
La influyente revista del MIT, Technology Review, se hace eco de un informe del Imperial College de Londres que parece apoyar los esfuerzos del político británico por conjurar la opinión pública en torno a la necesidad de un gobierno mundial.
Con el sugestivo título de «aceptémoslo, el estilo de vida que conocíamos no va a volver nunca», la revista lanza algunas afirmaciones como la siguiente: «Esto [el cambio en los estilos de vida producto de la pandemia, específicamente el alejamiento social y la cuarentena] no es una alteración temporal. Se trata del inicio de una forma de vida completamente diferente».
En dicha forma de «vida diferente», a la cual nos «terminamos acostumbrando de un modo u otro», existen dos circunstancias que serán cada vez más evidentes.
La primera, es que los más pobres serán una «población de riesgo» objeto de medidas restrictivas por el nuevo modelo de contención socio-gubernamental/global de la pandemia.
«Ganar menos de 30.000 euros al año [unos 33.000 dólares] podría considerarse un factor de riesgo, así como tener una familia de más de seis miembros y vivir en ciertas partes de un país, por ejemplo. Eso abre la puerta al sesgo algorítmico y la discriminación oculta, como sucedió el año pasado con un algoritmo utilizado por las aseguradoras de salud estadounidenses que resultó favorecer accidentalmente a las personas blancas», puntualiza el MIT.
El segundo aspecto se trata de una nueva política de seguimiento en tiempo real de los ciudadanos, con la excusa de evaluar los riesgos de contagio de un virus, que según las especialistas, se mantendrá como amenaza mientras no aparezca una cura.
Este «capitalismo de vigilancia», tal y como lo define Shoshana Zuboff, impondrá un masivo control sobre la población a través de la captura masiva de datos, la implantación de circuitos microelectrónicos en los individuos, y el rastreo permanente a través de sus celulares.
MIT Technology Review brinda un dato contundente, adelantado con bastante detalle por Edward Snowden:
«Israel utilizará los datos de ubicación de los teléfonos móviles con los que sus servicios de inteligencia rastrean a los terroristas para seguir a las personas que han estado en contacto con los confirmados portadores del virus. Singapur realiza un exhaustivo seguimiento de contactos y publica datos detallados sobre cada caso confirmado, sin identificar a las personas por su nombre», refleja la publicación.
Estas señales, que son apenas un bocado de las innumerables iniciativas que tienen lugar hoy en este mundo conmocionado por el coronavirus, hace necesario un proyecto para hacer seguimiento a un plan borroso que está en marcha. Una agenda tan explícita que muchas veces se hace invisible.
Ya sea por prejuicios o porque las solas conclusiones que se derivan de ella son dramáticas y dolorosas de aceptar, no podemos darnos el lujo de que «venga la realidad y nos encuentre dormidos». Nunca más.