Opinión de Manuel Cabieses Donoso
Juro por lo más sagrado que me conmueve el gesto del Grupo Luksic al donar un millón de mascarillas para proteger del coronavirus a los trabajadores de la salud. Un ejemplo de solidaridad y sensibilidad social que ojalá sea imitado por los demás millonarios chilenos.
¿Cuánto significó a Luksic esta donación que enaltece sus sentimientos humanitarios?
¿Digamos dos, tres o cuatro millones de dólares? No sólo fue el costo de las mascarillas chinas. Es también el alquiler del avión de Latam que voló 57 horas a Shangai con 15 tripulantes. Probablemente un costo más caro que las mascarillas. La modestia y discreción que caracteriza la filantropía de Luksic impide conocer cifras. Además -bendita sea su generosidad- donará también un millón de guantes. Los proveedores chinos -ya los veo- se frotan las manos.
La generosidad de Luksic es también una banderilla clavada en el lomo de los ricos de Chile. Si Luksic puede, ¿por qué no los demás?
Los mal pensados, que en Chile abundan, estarán sacando cuentas para cuestionar los brotes de filantropía en la clase ricachona después del “estallido social” y de la pandemia de coronavirus que han puesto al modelo económico al borde del barranco.
Es verdad que Luksic es la fortuna más grande: nada menos que 15.400 millones de dólares, según la revista Forbes. Un dinero ganado con el sudor de la frente -como manda el Evangelio-, rascando socavones de minas, cultivando bosques en tierras mapuche y ejerciendo las artes de Schylock en la banca. Eso le ha permitido apoyar a jóvenes promesas del negocio inmobiliario, avalados por La Moneda, o comprometerse a pagar a sus trabajadores un salario mínimo de 500 mil pesos cuando el 70% de los trabajadores ganan menos.
¿Por qué entonces reprochar a Luksic que su Banco de Chile haya fagocitado a los bancos Edwards y Citibank? ¿Y que la banca privada –comandada por él – ganara 2.700 millones de dólares en 2019? ¿Acaso no sabemos que la clave del éxito en la economía de mercado consiste en la habilidad del tiburón para comerse las sardinas?
La ciencia de la economía de mercado consiste en el triunfo del fuerte sobre el débil. La ley de la selva. El éxito empresarial depende de la derrota de otros. Así se despeja el camino a la explotación de consumidores y usuarios. Luksic ostenta la corona de laurel en la guerra de la economía de libre mercado que se libra en Chile.
Sin embargo, lo importante ahora consiste en promover que el ejemplo de Luksic inicie una Chiletón de los millonarios para enfrentar la pandemia.
Detrás de Luksic, según Forbes, están Julio Ponce Lerou, mecenas de partidos políticos, con una fortuna de 3.800 millones de dólares. Horst Paulmann, super amo de los malls y supermercados, con 3.000 millones. Alvaro Saieh Bendeck, capo de la prensa, la banca y otros negocios, con 3.000 millones. Sebastián Piñera, especulador de bolsa, con 2.800 millones. Roberto y Patricia Angelini con 2.100 y 1.700 millones, dueños de Copec y de una vasta gama de inversiones. Jean Salata, mandarín de los negocios con Asia, 1.900 millones. Luis Enrique Yarur, monarca del Banco de Crédito e Inversiones, con 1.500 millones. Bernardo y Eliodoro Matte, reyes de las forestales, la celulosa, los papeles, cartones y bosques en tierra ajena, con 1.000 millones de dólares cada uno…Y sigue la lista: 119 familias poseen una fortuna superior a los cien millones de dólares.
Por favor dejemos de lado -por ahora- toda sospecha sobre el origen de tales fortunas. No es hora -todavía- de escarbar heridas que supuran.
¿Qué dirían ustedes si mañana el presidente Piñera se desprendiera de mil millones de dólares un tercio de su fortuna- y los donara a la salud pública? Todavía le quedarían 1.800 millones de dólares que le aseguran una vejez tranquila. ¡Qué gesto más hermoso y patriótico sería ese! El país lo aplaudiría. Piñera pasaría a la historia como el presidente más buena persona que conocieron las angustias del pueblo chileno.
Los ciudadanos esperan que ejemplos como el de Luksic sean imitados por nuestros ricachones. Es la hora de blanquear sus fortunas. Después puede ser muy tarde.
Si se escucha este sincero y fraterno llamado, millones de mascarillas y guantes –y quizás unos cuantos respiradores mecánicos- lloverán sobre esta larga y angosta pandemia que no cesa de clamar al cielo por justicia e igualdad.
Fuente: Blog Punto Final