Cada vez más son las personas que luchan en Estados Unidos, por llevar un plato de comida a sus hogares tras quedarse sin empleo.
Estiman que uno de cada seis trabajadores se ha visto de improviso sin salario. Entre las decenas de millones de personas, destacan los inmigrantes ilegales, reseñó el diario El Nuevo Día.
Su situación migratoria, sus problemas con el inglés y sus dificultades de acceso a internet se combinan para impedirles acceder a los programas de ayudas del gobierno federal a los que pueden acudir durante el brote millones de los ciudadanos que acaban de quedarse sin trabajo.
Los expertos en política alimentaria consideran que antes de la pandemia, cerca de uno de cada ocho o nueve estadounidenses tenía problemas para comer.
Ahora se calcula que hasta uno de cada cuatro se sumará a las filas de los hambrientos, dijo Giridhar Mallya, responsable de política en la Fundación Robert Wood Johnson para la salud pública.
Los más vulnerables son inmigrantes, afroestadounidenses, indígenas norteamericanos, hogares con niños pequeños y trabajadores de economía colaborativa ahora sin empleo, indicó Joelle Johnson, del Center for Science in the Public Interest.
Cuando la economía global se paralizó, Roberto, cocinero a mediados de la treintena, y Janeth, que está en la cuarentena y rellena vasos de agua en otro restaurante, gastaron 450 dólares de sus últimos pagos para aprovisionarse.
Semanas más tarde, sus menguadas reservas incluyen dos bolsas a medio llenar de cinco libras de arroz, una colección de tallarines, medio paquete de pasta, dos cajas de mezcla para hacer pan de maíz, cuatro cajas de pasas y latas de frijoles, piña, atún, maíz y sopa, informó la agencia The Associated Press.
Su hija de cinco años, Allison, sigue pidiendo galletas y helados, peticiones que rechazan con cariño.
Janeth y Roberto se han reducido la dieta a una comida diaria para mantener a su hija alimentada.
Hace poco tuvieron un buen día, después de que Roberto consiguiera trabajar cuatro horas preparando comidas para llevar a casa en una tienda de alimentación, y tuvieron suficiente para lo que ahora es un banquete: una lata de frijoles refritos dividida en tres y dos huevos revueltos cada uno. Janeth también hizo tortillas con su último medio paquete de harina de masa.
Se le cayeron las lágrimas viendo cómo su hija devoraba la comida.
«¿Dónde podemos conseguir comida suficiente? ¿Cómo podemos pagar nuestras facturas?», preguntó.
«Nunca antes habíamos tenido que pedir ayuda», dijo.
Janeth y Roberto también tienen tres hijos adultos y ella es la mayor de tres hermanas en el país.
El matrimonio ayuda a mantener alimentados a media docena de hogares en Estados Unidos y Honduras.
Pasan el día en su camioneta de segunda mano, yendo de iglesias y bancos de alimentos a casas de familiares.
Siguen pistas sobre donaciones de comida o empleos temporales. Comparten los cupones de comida conseguidos con esfuerzo con las dos hermanas de Janeth, que en total tienen cinco hijos pequeños a los que alimentar, y llaman a sus hijos mayores avisando de dónde se reparte comida.
Y luchan contra la desesperación. «No tenemos ayuda. No sabemos cómo acabará», dijo Janeth.