Cuatro décadas después de su muerte, finalmente se sabrá, gracias a un peritaje forense que empezó el 8 de abril, si el poeta chileno Pablo Neruda murió de cáncer o si alguien le intoxicó. O quizá no. La conclusión del análisis podría ser un «no se puede saber». Los estudios forenses sobre restos de personajes históricos son los que mejor ponen de manifiesto el llamado efecto CSI . Es decir, la presunción de que la ciencia puede aclarar todos los aspectos de una muerte, como ocurre en la serie. Esta suposición, que a veces engaña a los mismos jueces, no tiene base, según los expertos.
En el caso de Neruda, el Servicio Médico Legal (SML) chileno espera hallar algún indicio, con el apoyo de expertos internacionales (entre ellos, cuatro españoles) y de la Universidad de Carolina del Norte (EEUU), adonde viajarán muestras óseas para los análisis toxicológicos. Neruda sufría de cáncer de próstata, pero su chófer declaró que horas antes de morir alguien le inyectó una sustancia que empeoró su estado. El poeta murió 12 días después del golpe de Estado de Augusto Pinochet. «La presencia de metástasis óseas confirmaría un cáncer en estado avanzado, mientras que rastros de tóxicos en la parte esponjosa del hueso avalarían el envenenamiento», explica Patricio Bustos, director del SML. Pero también puede ser que esas causas no dejaran huella.
PRESION MEDIATICA
«Cuando el personaje es histórico, al forense se le suelen pedir respuestas a preguntas muy detalladas«, explica Núria Armentano, antropóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona que participó en el estudio de los reyes de Aragón Pedro II, Blanca de Anjou y Jaime II. «Las técnicas son las mismas que para cualquier muerto, pero hay mucha más presión social: a veces es necesario acordonar el lugar de la exhumación y no publicitar su fecha», afirma Amaya Gorostiza, genetista de la empresa que trabajó en el caso de los niños de Córdoba y ahora maneja un caso histórico confidencial.
«Incluso muchas autopsias normales no determinan la causa de la muerte«, explica Armentano. Su equipo ha averiguado que Blanca de Anjou murió de parto, pero en el caso de Pere II no se encontraron rastros del ADN de la tuberculosis, la causa candidata. En el 2010, otro equipo encontró en la momia del faraón Tutankamón rastros del parásito de la malaria. Otros expertos aclararon que esa no era necesariamente la causa de la muerte: el rey podía estar parcialmente inmunizado.
En algunos casos, es la misma identidad de los restos lo que está en cuestión. Por ejemplo, los peritos que analizaron las presuntas reliquias de Juana de Arco en el 2007 se dieron cuenta de que en realidad eran restos de una momia egipcia.
Un análisis antropológico de los huesos a veces puede ser revelador. En el 2012, unos arqueólogos desenterraron un esqueleto de la supuesta tumba de Ricardo III: los huesos manifestaban escoliosis, compatible con la joroba descrita por Shakespeare. Pero en el caso de la última descendiente de la dinastía de los Médicis, sus huesos no tenían vestigios de la deformación causada por la sífilis de la que supuestamente murió.
RASTRO DOCUMENTAL
Buscar todas las respuestas en el ADN tampoco es buena idea. «El ADN se degrada rápidamente«, señala Gorostiza. Además, al cabo de unos años no queda rastro del ADN contenido en el núcleo de la célula y solo queda el mitocondrial, más abundante, pero se hereda solo de madres a hijos. El equipo de Armentano no pudo comprobar, por ejemplo, si Jaume II era efectivamente hijo de Pere II. Otro problema es la contaminación: es decir, si alguien maneja los restos, puede dejar rastros de su ADN.
Tampoco los análisis toxicológicos lo revelan todo. El peritaje sobre los restos Arafat ha revelado grandes cantidades de polonio, pero los expertos no dan conclusiones. En el caso de Neruda, «algunos venenos pueden no dejar rastro, otros son restos de la descomposición y otros podrían ser restos de fármacos», explica Barry Logan, presidente de la Academia de Ciencias Forenses de Estados Unidos. De hecho, un problema con el peritaje de Neruda, añade, es que no hay expedientes médicos.