Se viene instalando con fuerza desde hace algún tiempo el ánimo de rescatar la figura de Violeta Parra, su obra, su genio. La película Violeta se fue a los cielos de Andrés Wood da buena cuenta de esto, pero también están la exposición de arpilleras del centro cultural La Moneda y la edición de 14 cds por el sello Oveja Negra.
Perfecto, más allá de los clichés que la rodean, y del tratamiento sórdido y caricaturesco de los medios masivos; pocos dudan que Violeta Parra es la number one de Chile, la creadora que habla directo al alma del pueblo y que toma la voz del pueblo para cantar su alma. Entonces ¡que viva el boom!, que se la investigue, se la escuche, se la busque. Se la quiera.
Pero es juego peligroso, sobre todo para los músicos. Han aparecido toda suerte de versiones de sus canciones, pero versionar una canción de Violeta Parra es de lo más delicado que hay, su obra musical y literaria se pasea con seguridad y extrema soltura por estados anímicos, estilos, formas, etc; y resulta un difícil escollo para el intérprete, que tiende a perder la brújula en el intento: la versión original siempre se impone como la definitiva. Y esto tan sólo cuando se intenta interpretar su música. Mas hoy asistimos al florecimiento de todo un ramillete de cantoras y cantores que viene -a veces implícita, otras explícitamente- a hacerse cargo de este legado, y no duda, muy sinceramente la mayoría de los casos, en ponerse a hacer canciones «a lo Violeta Parra». Esto es, tomando los ingredientes que les parecen esenciales de su creación y vamos componiendo, mierda. No soy un súper entendido en Violeta Parra (¿será necesario serlo?), parece que para opinar hiciera falta al menos haber escuchado su obra integral; mas ¿qué mandato de autoridad entregaría esto? Porque se escucha a Violeta Parra, pero el asunto es qué se escucha al escuchar una canción cualquiera de Violeta Parra. Me parece que el violetismo parrismo, y a esto en específico se refiere este artículo, toma como ingredientes esenciales de la composición una letra naif y una armonía simplona puestas sobre un ritmo folclórico cualquiera. Tal cual. Y se le agregan ciertos rasgos secundarios como una forma de ser pretendidamente humilde, un poco hosca (oh! Violeta, animalito salvaje), mucho sentimiento al cantar y una postura crítica de la realidad social, ojalá antisistémica. Aquí abunda el discurso político facilista donde la creación artística sería capaz de transformar al mundo. Me parece una lectura -más bien una escucha- por lo menos pobre de la obra de Violeta Parra, y que avanza en franca oposición al espíritu de esta. Los músicos, los trabajadores de la música, quienes debiéramos ser punta de flecha de la producción y reflexión en torno a su legado, somos los que simplificamos lo que debiera ser rico, achatamos lo que tiene mil matices y lecturas.
No quisiera ser mal interpretado; apunto justamente a desacralizar, a perder el respeto, a la urgencia de acercarse de todas las maneras posibles a la obra de Violeta Parra, así como a la de cualquiera. Generar tantas miradas como sea posible, y no sólo una interpretación que, empobrecida, entrega más sombras que luces. La interrogación constante (por la vida, la música y la sociedad) y la capacidad de asombro ante los descubrimientos-experimentos son, a mi parecer, el material de trabajo que nos dejó sobre la mesa, así como al pasar, nuestra hermana mayor.
Por Rodrigo Rojas Bórquez
Publicado en La Makinita