Por Marcelo Valenzuela Cáceres, Doctor en Historia de la Ciencia, Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)
La teoría de los microbios y el surgimiento de los antibióticos son procesos de reciente data, de fines del siglo XIX, que han podido identificar con precisión la etiología de las enfermedades, disminuyendo las tasas de mortalidad y aumentando nuestra esperanza de vida. Sin embargo, en varios momentos de la historia de Occidente, las sociedades han culpado y responsabilizado a ciertas personas e incluso animales de ser los propagadores de plagas.
Los individuos, en un contexto de epidemia, buscan el origen o las causas de dicho suceso, impulsados por el miedo a una enfermedad que no se puede pesquisar físicamente y la cual circula por las calles en “miasmas fantasmales”. La búsqueda de sujetos responsables de pestes y enfermedades ha sido una condición sine qua non de cualquier época pandémica. Con dicha acción, las sociedades exorcizan sus culpas y angustias. Sin embargo, la historia nos devela que son los grupos y sectores más débiles de la estructura social quienes han sufrido el escarnio público de ser identificados y expulsados o asesinados.
En la actualidad, los gatos han sido domesticados y son vistos como integrantes de la familia. En la Edad Media, en cambio, estas mascotas tenían una fama completamente diferente. En 1223, el Papa Gregorio IX escribió un texto llamado Vox in rama, una bula papal que describía orgías de brujas confraternizando con Lucifer, quien estaba disfrazado de gato negro. Aunque el escrito también señalaba la presencia de ranas y patos, se interpretó que los gatos eran amigos del mal. Por lo tanto, los gatos fueron perseguidos y asesinados por ser un canal de comunicación con el demonio antes, durante y después de una epidemia. Huelga señalar que, si bien el Sumo Pontífice jamás señaló una cruzada de persecución a los animales que citó en su bula, fueron los habitantes de las diferentes ciudades quienes hicieron su propia interpretación.
En el siglo XIV, la peste negra colapsó el orden político, social, económico y cultural del mundo europeo. La sociedad cristiana de aquel tiempo consideraba las enfermedades como un castigo a los pecados cometidos por las personas y comenzó la búsqueda y caza de los supuestos responsables. Los judíos fueron acusados de envenenar el agua de los pozos, denuncia que desencadenó una ola de violencia contra ellos. En diferentes ciudades de Europa (Mainz, Barcelona, Stuttgart y Cracovia) los habitantes judíos se convirtieron en chivos expiatorios por ser una población extranjera que difería de los ritos y creencias del mundo cristiano y fueron quemados, asesinados y expulsados de dichos espacios.
Las mujeres también fueron acusadas de ser propagadoras de pestes y enfermedades, específicamente las que eran señaladas como brujas. El filósofo e historiador de la ciencia, Paolo Rossi, cuenta sobre una anciana llamada Katherine que vivía en Leonberg (Alemania) y fue culpada por la mujer de un vidriero de haber provocado la enfermedad de una vecina con una poción mágica y de haber echado el mal de ojo a los hijos de un sastre. Además, una niña de 12 años que llevaba unos ladrillos a cocer al horno, se encontró por la calle con dicha mujer y experimentó en el brazo un terrible dolor que le provocó una especie de parálisis allí y en los dedos durante algunos días. No es casual que al lumbago y a la tortícolis se le llame aún hoy en Alemania Hexenchuss y en Italia colpo della strega, que traducido sería el golpe de la bruja.
Katherine, que tenía en aquella época 63 años, fue imputada por brujería y permaneció encadenada durante meses, fue sometida a la territio, que era un interrogatorio con amenaza de tortura frente al verdugo, tras una detallada descripción de los muchos instrumentos que estaban a disposición de él mismo. Después de más de un año de prisión fue finalmente liberada y absuelta el 4 de octubre de 1621. La mujer tenía un hijo famoso que la ayudó a escribir decenas de páginas para su defensa en el tribunal: Johannes Kepler.
En la Edad Media y la Edad Moderna se consideraba que las pestes eran provocadas por un mandato divino. Por consiguiente, animales, objetos y personas que se observaban alejadas de la doctrina cristiana y a quienes se les imputara cierta amistad o comunicación con el Príncipe de las Tinieblas, serían castigados por la comunidad; por estas consideraciones fueron perseguidos los judíos (por pertenecer a otra religión), los gatos y las brujas (ambos por compartir amistad con el demonio).
El historiador francés Hipolite Taine cuenta en un libro sobre anécdotas de Italia que el escritor Paul D’ Ethieu y el pintor Jean Suffert se encontraban viajando por la península itálica y llegaron a Milán en 1628, la cual se encontraba viviendo una dura peste. Paul y Jean fueron reconocidos por una mujer como forasteros y de inmediato una aglomeración de gente se reunió alrededor de ellos y se abalanzaron sobre los infortunados artistas, arrastrándolos a golpes hasta el palacio de justicia, donde por fortuna fueron liberados, no sin algunas heridas y contusiones.
A finales del siglo XX, cuando surgió la epidemia del SIDA, el estigma cayó sobre la comunidad gay, a quienes se hizo responsables de la propagación de la enfermedad en relación a los prejuicios respecto de sus prácticas sexuales. La circunstancia de que hubieran sido varones gays los primeros casos reportados de la nueva enfermedad en los Estados Unidos, a pesar de que se había identificado también en mujeres, niños y población heterosexual, fue motivo suficiente para que surgiera una serie de denominaciones para esta afección: “peste rosa”, “cáncer gay”, “síndrome gay” y “peste gay”. Incluso, médicamente fue bautizada por primera vez como GRID (“gay-related inmune deficiency”). En 1982, en un encuentro sobre productos de sangre de la Food and Drug Administration (FDA), organismo federal estadounidense, Bruce Voeller, ex director de la National Gay Task Force, propuso una nueva denominación a la enfermedad: síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).
CHILE: MIEDOS Y MEDIOS
En la actual crisis sanitaria provocada por el Covid-19 podemos identificar patrones parecidos a los descritos en los párrafos anteriores. En Chile hemos sido testigos de escenas de persecución en contra de los inmigrantes haitianos, los cuales han sido sindicados como un foco de contagio. En los últimos días de abril surgió un brote de coronavirus en una comunidad haitiana de Quilicura, lo cual provocó una serie de denuncias cruzadas, ataques y discriminación en contra de ellos. Las autoridades sanitarias determinaron que había 33 casos positivos de la enfermedad y se sometió a las personas a una cuarentena.
Desde que empezó esta epidemia hemos podido ver cómo los medios de comunicación han llevado a cabo una evidente estigmatización de la población migrante, la cual ha sido señalada directa o indirectamente como la culpable de los contagios. Los medios de comunicación nacionales no transmitieron de forma directa y orquestada cuando algunas personas de los barrios de clase alta abandonaban sus hogares en helicóptero en dirección a su segunda residencia, o cuando una médico de Las Condes concurrió a comprar a un supermercado contagiada de Covid-19 y rompiendo su aislamiento. Los medios informativos -al igual que las hogueras medievales– hicieron un evidente ensañamiento en contra de una población vulnerable y débil: extranjeros pobres y con un idioma distinto.
Un ciudadano chileno que vive en Quilicura señaló lo siguiente a CNN Chile: “Tenemos miedo. El resto de Quilicura igual está asustado. Ellos (la comunidad haitiana) ya no están en su país. Con este tema se tienen que acoger a la ley de acá y están haciendo mal las cosas, están obrando mal. Le digo a los amigos extranjeros que traten de tener criterio, educación y velar por su propia familia”.
Entendemos que las personas sientan miedo por el contagio de una enfermedad nueva y mortal que sigue creciendo en Chile y en el mundo. Sin embargo, no es primera vez en la historia que las personas débiles de la sociedad sean los culpados de ser focos de contagios, de “traer la pestilencia” en la mayoría de las plagas: mujeres, pobres, gays, extranjeros, viajeros e incluso inofensivos gatos. La historia de los ciudadanos haitianos en esta ocasión tuvo un final esperanzador, pues no fueron quemados en hogueras por sus vecinos y tampoco al Covid-19 se le cambió su nombre a «peste haitiana», sino que las autoridades sanitarias trasladaron a otro lugar a los ciudadanos contagiados de coronavirus y a sus familias.
La historia colabora en comprender que en los momentos de enfermedades contagiosas las personas develan sus miedos y angustias. Sin embargo, esas emociones se concentran en los grupos débiles o los repudiados de la sociedad. No hemos visto una crítica destemplada de la población y de los medios de comunicación sobre las personas que rompen las barreras sanitarias o los comportamientos incívicos de la élite nacional. En definitiva, son los extraños, los forasteros, los distintos, a quienes se les acusa de traer “malignos miasmas”.
No se puede juzgar a los hombres y mujeres de las épocas pasadas. El conocimiento médico de los tiempos medievales y modernos era completamente diferente al que tenemos actualmente: la filosofía cristiana y la medicina de Claudio Galeno eran las formas de comprender el mundo y se desconocían la teoría de las pestes y los microbios. Sin embargo, hoy, en un contexto de alta alfabetización, de masificación de la información y los bienes culturales, se observan las mismas prácticas de estigmatización y condena en contra de los grupos más desprotegidos de la sociedad.
Los medios de comunicación no deben transformar sus espacios en un foro de discriminación en contra de los grupos minoritarios, apuntándolos directamente como los nuevos focos de infección, aprovechando el miedo (legítimo) de las personas frente a una pandemia universal. No obstante, lamentablemente sabemos que cierta prensa y las personas seguirán buscando a los extranjeros pobres –en definitiva, a los “diferentes molestos”– para culparlos de la peste, al igual que hicieron los habitantes de Barcelona, Milán y Stuttgart en tiempos remotos.