El veterano Anatoli Kóndirev cuenta sobre su participación en las batallas de la Segunda Guerra Mundial y de cómo llegó a Berlín.
Anatoli Nikoláyevich Kóndirev nació en 1925 en Siberia, en la ciudad de Tomsk. Estudió en la escuela hasta noveno grado, se graduó como alumno externo y entró en una escuela militar.
Durante la guerra, formó parte del 92 Regimiento de Morteros y llegó a Berlín. Hoy vive en Chisinau, donde se convirtió en médico emérito.
Anatoli Nikoláyevich, ¿cómo comenzó la guerra para usted?
—Me gradué en la primera escuela de artillería de morteros de la guardia Leonid Krasin, y llegué al frente en 1944, tenía entonces 19 años. Yo era ingeniero especializado en misiles, dirigía el [lanzacohete] Katiusha. Llegué al Primer Frente Bielorruso, al final de la liberación de Bielorrusia estaba en Brest.
Después de eso, su regimiento se dirigió a Polonia…
—Sí, terminé cerca de Varsovia. No estábamos lejos de la línea del frente, porque teníamos que disparar a la retaguardia del enemigo. Antes de la ofensiva había órdenes de disparar al objetivo, y luego reubicarse en el lugar del objetivo. Disparamos, empacamos y fuimos allí, para tomar una posición de tiro en el lugar donde habíamos disparado antes. Ahí es donde yo vi si le había dado al blanco o no, vi cosas terribles. Estaba asustado por lo que había hecho, porque habían explotado 64 proyectiles simultáneamente. El miedo llegaba más tarde, el día después del combate, cuando pensabas: «¿Qué pasó allí?»
Usted fue uno de los que tomó Berlín. ¿Qué tan difícil fue?
—Empezaron a enviarnos hacia Berlín en el invierno de 1945, salimos al río Óder, estuvimos allí hasta abril. En abril comenzó una ofensiva contra Berlín. Fue muy duro, pero nada, todos los problemas ya se habían olvidado. Hubo pérdidas, es difícil incluso decir cuántas. Solo diría que tuvimos suerte, yo tuve que morir, y todos tuvimos que morir, los alemanes tenían fuerzas. No sé por qué sobrevivimos. Cuando nos acercamos a las afueras de Berlín, hubo una orden de disparar en la estación de ferrocarril de Silesia, unos días después disparamos al Reichstag. Luego, cuando Berlín cayó, fui al Reichstag y vi nuestros cohetes y sus fragmentos.
¿Cómo se enteró de la victoria?
—Me enteré de la victoria cuando dejaron de disparar. Cuando estábamos en Berlín, era muy difícil incluso salir del refugio, era casi imposible, los alemanes nos disparaban. Luego el 2 de mayo, por la mañana, todo de repente se volvió tranquilo, calmado, nadie disparaba. Entonces los operadores de radio dijeron que Berlín se había rendido, la guerra había terminado.
Y en el mismo Día de la Victoria, ¿dónde estaba?, ¿cómo lo celebró?
—El 9 de mayo todavía estaba en Alemania, en Königs Wusterhausen, es una ciudad cerca de Berlín. Ya no participé en los combates. Al principio tuvimos que acomodarnos para pasar la noche, luego lo celebramos y cantamos. El segundo día, también lo celebramos.
¿Por qué se trasladó a Moldavia después de la guerra? ¿Cómo decidió convertirse en médico?
—Después de la guerra continué sirviendo en el Regimiento de Morteros. En 1947 me retiré, porque se redujo el ejército. Entonces me mudé a Chisinau donde vivían mis padres. Era joven, así que me fui a vivir con ellos. A mi padre lo enviaron a Chisinau desde los Urales para restaurar las redes eléctricas. Me instalé en casa de mis padres y luego ingresé en el Instituto Médico. Teníamos una Facultad de Medicina Terapéutica. Durante la guerra, evacuaron el Instituto de Leningrado con todos los especialistas a Kislovodsk, después lo transfirieron a Moldavia, a Chisinau en 1946.
De sus premios, ¿cuál es el más memorable?
—Tengo el agradecimiento del comandante supremo en jefe, Iósif Stalin, la Medalla por la Liberación de Varsovia, la Medalla por la Conquista de Berlín, la Orden de la Guerra Patria. Después de la guerra me concedieron el título de teniente de la Guardia. Hay una Orden de la República de Moldavia, es el premio más alto de Moldavia, como el de Héroe de la Unión Soviética.
¿Qué le gustaría decir en el año del 75 aniversario de la Victoria?
—Quiero desear una cosa y nada más: que no vuelva a ocurrir nada parecido, que nadie participe en estas batallas, no más sangre, ni dolor, ni duras pruebas.
Cortesía de Sputnik