El gen binominal

Sucede con nuestra izquierda, que a la pereza práctica, a nuestros errores tácticos y estratégicos, a las famosas alianzas pomposas e infructuosas, a la falta de claridad y definición ideológica, entre muchas otras cosas más, o en definitiva, a todos los pasos atrás que retrocedemos en nuestra tortuosa marcha revolucionaria, la achacamos a factores externos […]


Autor: Onnet

Sucede con nuestra izquierda, que a la pereza práctica, a nuestros errores tácticos y estratégicos, a las famosas alianzas pomposas e infructuosas, a la falta de claridad y definición ideológica, entre muchas otras cosas más, o en definitiva, a todos los pasos atrás que retrocedemos en nuestra tortuosa marcha revolucionaria, la achacamos a factores externos que nada dicen del resultado real de nuestro propio actuar.

De inmediato aparecen las bombas de humo, las explicaciones ad hoc y los viejos sabelotodo que con su condescendiente mirada nos explican nuestra retirada.

A fin de cuentas, todo se resume en las mismas causas de siempre: el poder de los burgueses, la constitución del ochenta, la enajenación de los trabajadores a través del consumo y los medios de comunicación, la opresión policial, etc.

En síntesis, no están las condiciones “objetivas” ni “subjetivas” para hacer política revolucionaria. En concreto: el oportunismo se instala firmemente en nuestra aún minusválida izquierda, y viste con su retórica política las luchas que poco a poco comenzamos a levantar.

Por cierto, esto también revela la gran mediocridad en la que se desvanece la política revolucionaria dentro de nuestra izquierda. La pequeñez de las expectativas políticas, el descaro de los oportunistas que como sea quieren ingresar a las filas burocráticas de la dominación actual. La ilusión de creer que estamos avanzando cuando en realidad nos estamos cayendo.

Es que ya han pasado más de 18 años desde que volvió la “democracia”, y hace bastante tiempo que la Concertación perdió la legitimidad de haber derrotado como estructura política a la dictadura pinochetista. ¿Qué puede justificar entonces que en la actualidad la izquierda sea una fuerza política tan pequeñita que siquiera es capaz de amenazar en algo a la dominación imperante?

Entre tanta chimuchina y las justificaciones más conocidas a este respecto, suele aparecer con regularidad el hecho de que nuestro sistema electoral posee un régimen binominal, vale decir, que se priorizan dos agrupaciones políticas mayoritarias, por sobre las mayorías particulares.

He aquí para algunos el quid de la cuestión, el corazón de nuestro problema, la solución al enigma. No se preocupen compañeros, porque quizás, cuando acabe el binominal, el rojo amanecer se comenzará a vislumbrar.

Pero el asunto no es tan simple (ojalá lo fuera). Sin lugar a dudas, es indesmentible que el binominal juega un papel importante en la exclusión de la izquierda en la vida política nacional (ojo, no solo en la política institucional), pues condiciona la opinión pública a favor de quienes participan activamente de la institucionalidad, desfavoreciendo enormemente a las minorías excluidas.

Además, restringe los espacios políticos legítimos en donde se deciden las grandes acciones. No obstante, es absurdo, ingenuo o quizás malintencionado, justificar en el binominal la gran mayoría de las causas de nuestro precario estado actual como posibilidad política.

Más profundamente, las justificaciones por el binominal se han convertido en justificaciones genéticas de nuestra mediocridad política real.

Algunos justifican su tabaquismo por un problema de genes, otros apelan a que su alcoholismo se debe a que sus padres también fueron alcohólicos. Nosotros decimos: lo que pasa, es que la culpa la tiene el binominal.

¿Es acaso el binominal lo que nos da vida, lo que nos estructura, lo que nos determina?

¿Es una particularidad en nuestra historia política lo que imposibilita un mayor desempeño en la lucha revolucionaria, en la lucha de los trabajadores?

En primer lugar, esto revela una preponderancia injustificada de lo político por sobre lo económico y social. Una preferencia por la política cupular, vanguardista y burocrática, que tantas derrotas y fracasos ha acumulado en su extenso prontuario.

Por otro lado, esto limita el rango de acción de la lucha popular, generando necesidades artificiales encima de las necesidades reales de los trabajadores.

Eso sí, con esto no quiero decir que cambiar el régimen binominal no sea importante o necesario dentro de la política de nuestra izquierda, sino más bien, deseo señalar simplemente que no ha surgido como una necesidad de los trabajadores ni mucho menos como una expectativa política aspirada por ellos. Por el contrario, tal cual está planteada la lucha por el binominal, ésta simplemente es una urgencia para determinados partidos, no para la política sindical y mucho menos para la lucha revolucionaria.

Si el escenario fuera al revés, serían las masas quiénes exigirían un plebiscito para cambiar no solo el binominal, sino la constitución del ochenta completa. Serían las necesidades del pueblo y su comprensión política las que resultarían en un cambio tan drástico para nuestro régimen político postdictatorial.

Pero lamentablemente, en la actualidad es imposible tener un optimismo tan entusiasta, y mucho menos pretender que las cosas se realizarán sin que nosotros movamos un solo dedo. La realidad, es que estamos avanzando hacia atrás.

Tanto más la política contra el binominal es una política de alianzas con la Concertación para tener un par de puestitos en el congreso, tanto más se revela la mediocridad, la irracionalidad y el colaboracionismo explícito con que esta lucha política se está llevando a cabo.

No solo porque a más de tres años de conversaciones no se ha obtenido nada, y que estemos ad portas de una alianza electoral con los mismos que nos engañan cada elección para que nuestros votos los salven contra la derecha. Sino porque estamos siendo instrumentalizados para legitimar la democracia postpinochetista.

Ya se ha hecho más que evidente que la lucha particular contra el binominal, y general contra la constitución del flan Guzmán, sólo podrá ser vencida por las masas del pueblo, por una voluntad de cambio real, que socave los pilares jurídicos y políticos de la dominación neoliberal.

Ahora. Ya debería estar más que claro, que una crítica así no es una mera crítica de principio en contra de las alianzas con la socialdemocracia derechista, pues eso sería infantilismo puro. Lo que pretendemos con esta crítica es mostrar cómo nos estancamos y a veces retrocedemos con nuestras justificaciones ad hoc de la mediocridad de nuestra política real actual, en la protección gremial de nuestros dirigentes y sus políticas bastante poco acertadas. En definitiva, demostrar que con explicaciones genéticas de nuestro mal actuar, no llegaremos más lejos que lo poco y nada que tenemos actualmente.

Los expertos aseguran que la determinación genética incide en un 30% en la conducta de las personas, y que el otro 70% depende de diversos factores sociales, como la educación, la socialización, la sociabilidad etc. Pero fundamentalmente, de la capacidad propia, de la voluntad por mantener o impedir ciertas conductas que pueden alterar nuestras vidas.

El poder está en nuestras manos…


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