Por Octavio González, ex presidente Partido Humanista / Lo aprobado el miércoles 3 de junio en la Cámara de Diputados pone término a la reelección eterna de las autoridades del país. Es un hito en nuestra democracia que marca un antes y un después, tal como ocurrió con el término del sistema electoral binominal.
Con esta ley, será posible el recambio de autoridades que aberrantemente llevan décadas en sus cargos. El recambio de alcaldes y concejales le hará muy bien al país, es imprescindible, es legítimo, es un anhelo de la ciudadanía.
Por eso, la presión que hoy están haciendo algunos partidos para revertir la situación es indebida, no corresponde y es indecorosa. El descrédito de la política tiene mucho que ver con este tipo de actos. Es por esto, y tanto más, que los partidos políticos son las instituciones con el más alto rechazo entre la gente, por lo que perseverar en esto constituye un verdadero disparo a los pies.
La ley otorga independencia política a los parlamentarios, de manera que el trabajo legislativo pueda ser realizado en conciencia, con la sana e indispensable autonomía que la democracia verdadera requiere. Presentar una ley corta para revertir la decisión de la mayoría de los diputados es entonces un error político que el electorado cobrará a los partidos que la impulsen. Es un atentado a la democracia, a la transparencia; una ley corta es el camino corto para que unos pocos sigan sin cambiar nada, en la dirección opuesta de la historia y de la movilización social que permanece latente e incólume desde octubre.
Se ha logrado un importante avance para derrotar el apitutamiento. Invito fraternalmente a las direcciones de los partidos políticos a que dejen de lado las mezquindades, los egoísmos y el cálculo electoral pequeño. ¡El apitutamiento hace muy mal!