El neoliberalismo empresarial comenzó sus preparativos para el escenario político y social de confrontación venidero. La destitución y reemplazo del director del CEP, Arturo Fontaine, es un hecho incuestionable que ejemplifica el reposicionamiento en la dura de los actores del sector burgués.
Los dueños del CEP se dieron cuenta ahora que en la segunda década del siglo XXI se desmoronó la tesis del Fin de la Historia del politólogo Francis Fukuyama —la que presagiaba el triunfo global sin competidores del capitalismo económico y del liberalismo político (democracia elitista) después de la caída de los muros y de los sistemas burocráticos— . Por el contrario, todo indica que entramos en una era de cuestionamiento con ideas al neoliberalismo y de crisis recurrentes del sistema económico y político de dominación a escala mundial, así como de empoderamiento ciudadano autónomo y social, lejos de los partidos tradicionales.
En Chile, los pilares de la dominación de clase muestran grietas en su legitimidad debido a los embates provocados por el nuevo ciclo de luchas ciudadanas y de trabajadores con claros visos de nacimiento de consciencia y subjetividades de lucha y resistencia.
Constatamos como las derechas caminan enmascaradas detrás de su orden institucional elaborado y compartido con la Concertación.
Son sectores ideológicamente sintonizados con el “Novoísmo” de la UDI los que decidieron reemplazar al operador derechista del CEP. El ex director Arturo Fontaine tendió puentes de plata entre Ricardo Lagos y el empresariado hasta convertir al primer presidente socialista-PPD después de Salvador Allende, en un político con arrastre en la clase patronal. Fue el mismo Fontaine el que invitó a Camila Vallejo a explicar en los salones del think tank el sentido de las movilizaciones estudiantiles a un escogido “bouquet” de dueños de la riqueza y manipuladores del poder. Porque tanto el CEP como sus ideólogos son mantenidos por éstos.
Retrospectivamente podemos ver que la joven candidata a diputada del PC no convenció a nadie en el diálogo estudiantil-empresarial. Era de prever, ese tipo de encuentros corresponden a procedimientos destinados a bajarle el nivel al conflicto social, ganar un tiempo que para ellos es oro y a recabar información ideológica bruta. La derecha y el empresariado son hábiles en este tipo de jugadas.
Empero, lo más importante es que ahora el CEP se transformará en una casamata o fortaleza visible de la ideología capitalista desde donde el bloque dominante tratará de implementar ofensivas ideológico-políticas, junto con los medios por ellos controlados, ante la arremetida de los movimientos sociales. Estos, con sus demandas de igualdad social, de democracia real y de crítica a la lógica de la mercancía y de la ganancia (lucro) del capitalismo, así como a su carácter depredador del medio ambiente, remecieron la armazón del sistema postdictadura al atacar la legitimidad del discurso neoliberal y la lógica perversa de sus instituciones aceitadas en años de abuso sistemático.
Se rumorea que Harald Beyer reemplazará al defenestrado Arturo Fontaine. De símbolo de una derrota política del neoliberalismo, Beyer se transformará en el Don Quijote de la restauración ideológica de un sistema que presenta fisuras en todos los planos; político, financiero, productivo y cultural. El CEP tiene a Eliodoro Matte como presidente; a Leonidas Montes y Enrique Barros de vicepresidentes y a Carlo Solari, David Gallagher y a los empresarios Wolf von Appen y Juan Obach como directores.
Las intervenciones públicas del líder de los banqueros Jorge Awad y del empresario Sven von Appen (hermano del anterior y magnate de la industria naviera que debió enfrentar la huelga de los trabajadores portuarios el mes pasado) contra el sentido común emergente de que “la situación actual no da para más en su injusticia”, son otros botones de muestra de cómo la clase dominante está moviendo sus piezas en el tablero político.
En este contexto socio-político de fisuras, recomposiciones y acomodos en el bloque dominante, los sectores populares y sus expresiones políticas electorales deben hacer gala de un gran espíritu de unidad detrás de las demandas sociales insatisfechas y en la convergencia práctica de las luchas y movilizaciones. Lo peor es radicalizar las diferencias de manera principista hasta el punto de enclaustrarse en torres de vidrios sin reconocer a los otros actores cercanos como iguales en la dinámica por recuperar derechos y conquistar mejores posiciones para el futuro. Estamos frente a un sistema poderoso, capaz de recomponerse, pasar a la ofensiva y golpear. Debemos estar a la altura de las circunstancias, evitar los falsos debates y, por sobre todo, mantener la interconectividad entre las luchas, los actores y las propuestas. Para potenciarlas y no para debilitarlas. Para continuar después y mejor. Sin caer ahora en la trampa sistémica que obliga, al competir en los mismos nichos electorales, a rivalizar en el registro discursivo con el riesgo de caer en el integrismo identitario, marginalista y auto-encantador.
La política es el arte de sumar fuerzas y el secreto profano suyo está en plasmar un programa democrático, antineoliberal y anticapitalista unitario que recoja, articule y movilice a los más amplios sectores de trabajadores, pobladores, mujeres, estudiantes y clases medias asalariadas. Si ahora la ansiada unidad se nos escapa, habrá que construirla necesariamente en el futuro.
Por Leopoldo Lavín Mujica