Eliana Navarro, fue una destacada poetisa en el ambiente literario y que vale la pena recordar en su centenario. Perteneció al autodenominado Grupo Fuego de la Poesía fundado por su esposo José Miguel Vicuña.
Testimonian su actividad poética la reconocida revista Altazor que junto con publicar algunas de sus poesías aporta con una breve biografía, además en Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional aparece presentada como una de destacadas poetisas de nuestro tiempo. Entre sus libros podemos mencionar «Tres poemas» editado por Carmelo Soria en 1951, «Antiguas voces llaman» editado por Grupo Fuego de la Piesía en 1965, «La ciudad que fue», «La Flor de la Montaña» y «Ángelus de mediodía» por editorial universitaria en los años 1965, 1995, 2008 respectivamente, «La Pasión según San Juan» por ediciones de la Biblioteca del Congreso en 1981. Ha sido estudiada por Manuel Silva Acevedo, Adriana Valdés, Pedro Lastra, Oscar Hahn y compendiada por Miguel Arteche, Juan Antonio Massone y Roque Esteban Scarpa.
Como bien sabemos en tiempos de distancia social podemos seguir vibrando con el sentido de lo humano que brota de la intimidad existencial de aquellos que forjan y alimentan el espíritu desde la expresión poética.
Su hijo, el filósofo y poeta Miguel Vicuña Navarro para el 19 de julio de 2020 realizó esta breve selección «en conmemoración y celebración de una gran poeta de nuestras tierras de América, de una gran mujer valiente y generosa, delicada, hospitalaria y fuerte».
Centenario de Eliana Navarro
(19 de julio 1920 – 19 de julio 2020)
Huésped nocturno
¿Vienes de dónde, viento?
¿De los grises barrancos
donde las quilas tejen su maraña?
¿De los oscuros montes, fatigado
de agitar avellanos, maitenes, araucarias?
¿De las lomas abiertas donde el trigo
te cuchichea efímeras palabras?
¿De dónde vienes, huésped adorado,
a detenerte junto a mi ventana?
¡Ah, si contigo en esta noche
pudiera irme,
en tu carruaje de invisibles alas!
¿Me llevarías por las altas copas
de los pellines, sierra adentro,
por entre los pulidos campanarios
y sus locas agujas extasiadas,
bebedor de rocío, embaucador de juncos,
rondador de balcones, besador de hojarasca?
Entra, divino amigo pendenciero,
Desgarra con tus manos olorosas
estas cortinas rancias,
sube aullando por las escaleras,
estremece las lámparas,
derriba estos retratos amarillos,
en las alfombras baila
y que baile contigo toda la porcelana,
los chales incoloros de mis tatarabuelas,
el reloj lento, lento
y su lenta, lentísima campana.
Con tus manos de duende,
Y con tus pies de duende,
desgarra este silencio,
esta sombra, esta nada.
Salmo
Aquí, junto a esta puerta,
aquí llamo llorando.
Aquí sin cuerpo llego,
perdida de mí misma,
perdida de mis pasos,
de mi voz, de mi alma,
con un sabor de muerte
entre los labios.
Y tú tienes un verbo sin palabras,
una luz cegadora,
una sombra que es áspera,
un hálito de nieve,
un tiempo todo llagas.
Y estoy aquí llamándote,
como la frágil caña
cuya ceniza un soplo desparrama.
Viajeros en la noche
Resuena sólo el viento.
Resuena sólo el canto del silencio,
con ese ruido sordo de caracol marino
que tiene algo de frío, de misterio.
Aquí, hace mucho tiempo,
una noche estuvimos,
una noche en que ardían lámparas vacilantes
y nos rodeaban máscaras,
pálidas vestes, túnicas marchitas.
Hablábamos de cosas sin sentido
Y envueltos en la música reíamos,
con una risa larga semejante al sollozo.
Sabíamos que fuera
la luna navegaba en un aire nupcial
y la fronda tejía sobre el suelo
arabescos movibles, vagos perfiles de la noche.
Pero nada era nuestro.
Desprendidos del mundo, inmóviles viajeros
hacia un extraño reino desolado,
huyendo, huyendo de nosotros mismos,
las manos prisioneras, caminábamos.
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